viernes, 9 de diciembre de 2011

más que mirarse (XXIX)


Era una nota simple a pie de página, pero que la conmovió hasta lo más hondo, porque estaba directamente dirigida a ella. A ella. Como si aquella mujer, con su personalidad mágica, su vida mágica, hubiera logrado trascender los muros infranqueables de la muerte. Era reciente y ella se había preocupado de que Esther lo supiese, pues había utilizado un pilot rosa, que aún permanecía impávido y asombrado en el lapicero de los últimos meses… Esther hija…está todo en el estante central, detrás de las obras completas de Gracián… No había añadido nada más, como si no quisiese alterar más de lo imprescindible sus rutinas.

La mudanza había resultado engorrosa y cansada, como todas las mudanzas. Había hecho algunos cambios significativos, como mandar al trastero todos los muebles que habían sido su cuarto anterior, todos buenos y pesados, de madera sólida y antigua. A cambio había instalado en el centro una cama blanca con dosel de Bed´s que hacia años que le gustaba. El resto era de Ikea. La cómoda blanca de Malm, un espejo con marco blanco roto de cuerpo entero y funda nórdica y alfombra de tonos alegres, con matices que iban del rojo intenso al verde. También había desmantelado parcialmente la sala de estar de diario. Un sofá rojo enorme de varios cuerpos sustituía a los originarios de piel, que debían llevar más de treinta años en la casa. La mesa de centro de  cedro también se había trasladado al trastero y en su lugar lucía una mucho más sencilla, con la superficie color haya y patas metálicas. Conservó el mueble frontal porque era bueno, pero de diseño sencillo, sin las pretensiones decimonónicas del resto de los muebles, tan al gusto de los padres y abuelos de Charo. En cuanto lo hubo poblado con sus libros, fotos, equipo de música y la tele de plasma, el conjunto adquirió una personalidad moderna y desenfadada, su personalidad. Tenía en mente renovar totalmente la cocina, pero eso ya requeriría ahorro y paciencia.

La primera noche Rafa durmió con ella. Se había quedado totalmente prendado de la casa. Esther sonreía al verle recorrer las estancias una y otra vez, con evidente cara de asombro y escepticismo joder cielo…es increíble que aún existan tesoros como éste…parece un decorado de una peli de James Ivory…cuando abrió la puerta de la biblioteca sus ojos se ensancharon como platos. Le llevó más de una hora hacer un recuento sólo parcial de los tesoros que albergaba. Rafa no daba crédito…dios Esther…esto es de cuento…están todos los clásicos…Quevedo, Lope, Shakespeare, y hay docenas libros de sellos y monedas… ¿Charo era aficionada a la numismática?...no, eso era cosa de su padre…respondía Esther, orgullosa y feliz de ver su entusiasmo genuino, casi infantil. El seguía el recorrido ensimismado, sin dar crédito a su suerte y se alborozaba como un niño mira mira cielo…mira esto…Proust…Céline…Djuna Barnes…D.H. Lawrence…Capote…Borges…Sábato…está todo aquí Esther! Todos!! …y los rusos…todos…los poetas malditos franceses…y mira esto…¡¡ la correspondencia privada de Scott Fitzgerald y Zelda!!...sí, todos esos ya son aportación de Charo…respondía ella divertida.
La misma impresión de mágica irrealidad le causó el comedor, tan señorial, con su larguísima mesa de patas talladas, que sostenían la impoluta superficie de mármol, tan pesada, que habría sido imposible levantarla sin la ayuda de quince hombres… pero…Esther… ¿dónde habrán comprado esto? ¿alguna vez comíais aquí?....creo que no lo compraron…que lo hicieron a medida para este salón…todo…las sillas, el aparador…la mesa…y…sólo comíamos aquí una vez al año…Charo daba una fiesta para conmemorar la República…en Abril…venían muchísimos amigos suyos…de todas maneras no te emociones…nada de esto me pertenece en realidad…lo hermanos de Charo murieron antes que ella…y antes de eso ya habían cedido la propiedad a Charo…pero el contenido es distinto…Charo tenía sobrinos…en realidad les pertenece a ellos todo esto…así que pueden venir a buscarlo en cualquier momento…aunque dudo que lo hagan…ninguno debe albergar buenos recuerdos de la casa ni de su abuelo…no los trataba muy bien….Rafa reía…bueno que se lleven todo…menos los libros…
Para conmemorar la noche, prepararon una cena frugal a base de patés, quesos, anchoas y salmón ahumado. Lo dispusieron todo en la nueva mesa de la cocina, estrecha y alargada, de color roble, que Esther había combinado muy acertadamente con sillas de metacrilato trasparentes y una enorme lámpara blanca justo encima, que aportaba una luz directa pero difusa a la vez, cálida, agradable. No obstante esa noche prescindieron de la luz eléctrica y encendieron muchas velas. Llenaron sus copas y brindaron. Era una etapa nueva, aunque los escenarios se repitieran. La sensualidad y el aire de irrealidad les venció allí mismo y prefirieron estrenar la mesa antes que la cama. Esther fregaba los escasos platos de la cena fría cuando sintió las manos de Rafa aferrar sus pechos desde atrás, por dentro de la camiseta de algodón. Sentir sus besos cálidos y húmedos en el cuello la excitó de veras y ella misma se deshizo en pocos segundos de los vaqueros y el sujetador, se tumbó encima de la mesa ansiosa, esperando ver aparecer ante ella la orgullosa e imponente erección que adivinaba. La excitación de él se hizo mayúscula ante ese gesto, ante la  visión de su amante desnuda y expectante tendida en la mesa y ya no logró ni desnudarse, se limitó a arrancarle las bragas y desabrocharse el pantalón para penetrarla profundamente al instante, agarrando con fuerza sus caderas y elevando las piernas de ella por encima de cada uno de sus hombros. Esther se dejó arrastrar por las inefables oleadas de placer que él detonaba con cada embestida y sólo incorporó parcialmente el torso, los codos apoyados sobre la mesa, para besar su boca de forma furiosa y desatada unos segundos, antes de dejarse caer otra vez sobre la superficie dura y rendirse a una crisis de placer prolongada y sublime, que la dejó sumida en una catarsis muy dulce.

Cuándo por fin estrenaron la cama, esta vez para dormir abrazados pecho con espalda, Esther descubrió que tantas emociones la habían desvelado, así que sigilosamente se levantó, se puso la camiseta de Rafa, tirada en la alfombra, y se dirigió a la biblioteca.

Le llevó unos cinco minutos encontrar en el estante frontal El Arte de la Prudencia y lo retiró casi con miedo, como si estuviese realizando algún tipo de ritual iniciático. Allí estaba. El mismo paquete marrón que había visto en una acera hacía ya veinticinco años. Mucho más desgajado y marchito, como si hubiese sido manoseado cientos de veces. Conteniendo el aliento, separó una de las aristocráticas sillas y se sentó frente a su tesoro.

Allí estaba ella, su querida, queridísima Charo. Pero no era exactamente ella. Era una chica hermosa de puro feliz, el rostro sonrosado y arrebolado, las huellas patentes del amor y del  placer que le proporcionaba aquel hombre ancho de hombros, bien parecido, de mirada penetrante e inteligente y sonrisa relajada que la abrazaba desde atrás, apoyando la barbilla en su hombro y aferrándola por la cintura con las dos manos. Los dos miraban de frente a la cámara, confiados, como si aún no adivinaran la factura tan terrible que tanta felicidad les habría de pasar.

En la siguiente estaban en una playa, el cuerpo de él, poderoso y firme, hermoso en su insultante juventud, parecía correr por la arena, y en brazos la llevaba a ella, otro cuerpo hermoso y joven, bronceado y apenas cubierto por un biquini blanco, la dorada melena cayendo sobre su espalda. Los dos reían casi a carcajadas.

Había varias más, Juan apoyado en el capó de un mini azul… los dos con un cigarrillo y una copa en la mano, en una especie de reunión social o club, ya que se adivinaba el humo y la presencia de otras personas alrededor; en ésta última no miraban al fotógrafo, se miraban a los ojos y sonreían, llenos de complicidad.

La última le encantó. Era Charo en una mesa, con el pelo suelto y un suéter de cuello alto. Tenía un cuaderno ante ella y sostenía un bolígrafo en una mano y un cigarrillo en la otra. Charo escribiendo, tal como ella la había visto hacer millones de veces. Pensó que a él le gustaría tanto como a ella verla así, febril y concentrada en sus textos, por eso la  había fotografiado sin que ella lo advirtiese.

Se dio cuenta de que aquella noche ya no podría dormir, así que trasladó a la mesa de la cocina todas las cartas. Se preparó una infusión bien caliente y alcanzó el cenicero.

Rafa la encontró a las siete de la mañana exhausta y con la mirada perdida, tan a fondo se había metido en el relato de aquel amor y de aquel dolor ajeno, que ni se había dado cuenta de la hora. Había llorado, había reído, había vivido toda una vida en una sola noche.

Al mediodía comió algo en el Andy y condujo hasta el centro comercial. Encontró en Pórtico unos marcos preciosos, de madera blanca decapada, con volutas discretas y un aire romántico y sobrio a la vez.
Preparó para cenar una merluza en salsa verde que inundó la cocina y la salita de deliciosos efluvios, puso jazz más bien bajito y encendió unas velas.
Cuándo Rafa llegó reparó casi de inmediato en los nuevos rostros que les sonreían desde sus flamantes marcos, que a partir de ahora compartirían con ellos cada cena, cada comida, cada minuto de aquel hogar algo improvisado que aún estaban estrenando…hey…que fotos más bonitas…¿son ellos, verdad?...Esther sonrió, orgullosa, y asintió levemente con la cabeza… son guapos ¿a que sí?...Rafa la abrazó por detrás adoptando idéntica postura a la de la foto y le susurró al oído…desde luego…pero nosotros mucho más…



Miro…el instante en que han quitado la fotografía…ríes con la timidez de quien le avergüenza la risa…quince años que sujeto entre mis brazos…al compás del último disco robado…creo…que ese tiempo que se fue no ha sido nunca nuestro…como…cuando te miro y no logro recordar tu cuerpo… ¿no eras tu aquella insolencia de latidos…que encendía mis deseos mas prohibidos?…
Siento…que tu y yo no somos más que dos desconocidos…otros dos extraños que en el tiempo se han hecho asesinos…esos dos niños de la fotografía…que abrazados van bailando por la vida

Aute, “Queda la música”

miércoles, 30 de noviembre de 2011

más que mirarse (XXVIII)


Aquel día llovía a mares. El viento nos empujaba y nos hacía dar bandazos de un lado a otro, sobre todo a mi, que pese a mi altura, más que respetable teniendo en cuenta mis diez larguiruchos años, era un saquito de huesos, como me decía Charo, bromeando y sobándome la cabeza.
Avanzábamos por la acera de nuestra calle abrazadas, protegiéndonos mutuamente de los arrebatos del otoño.
El chico estaba sentado en un saliente de la pared, justo al lado de nuestro portal de Orillamar. Yo ni siquiera había reparado en él, pero sentí los dedos de Charo clavárseme en el brazo con fuerza, como si temiera caerse. La miré y vi que a su vez lo miraba entre hipnotizada y alarmada, como si fuese una aparición. Al llegar a su altura, el chico se levantó y escrutó la cara de ella como intentando cerciorarse. Ambos se quedaron parados frente a frente, midiéndose, adivinándose las intenciones, reconociéndose…Hola soy Sergio Solís…creo que usted debe ser Charo…se quedó esperando su reacción, porque ella sólo atinaba a observarle embobada, incapaz de mantener la fórmula de cortesía que se imponía a continuación. La vi pasarse la mano por la frente, un intento patente de recomponerse perdona…es que te pareces tanto a tu padre…hasta logró dejar escapar una risilla entre ridícula y circunstancial por unos segundos he creído en los fantasmas…él también rió, también visiblemente nervioso e incómodo. En la mano derecha llevaba un paquete grueso, papel vulgar, marrón y resistente, muy abultado, atado con varias cintas no quiero molestarla…de hecho tengo que marcharme enseguida si no quiero perder el tren…verá…mi madre ha fallecido hace dos meses y bueno…vaciando la casa y arreglando sus papeles…los papeles de mis padres en realidad, apareció esto…le tendió el paquete, que ella tomó en sus manos y miró extrañada, esperando una aclaración…espero que no le importe…he leído gran parte del contenido de esos sobres…la noche que mi padre murió pronunciaba su nombre constantemente ¿sabe?, pedía a mi madre y a cualquiera que se acercara que la llamase…que por favor la llamase…verá…mis hermanos y yo no entendíamos nada como comprenderá…pero mi madre pidió a una enfermera que le diesen algo…que deliraba…que no quería verlo sufrir…y bueno…ya no despertó…como sabe han pasado muchos años ya…mi madre guardó celosamente todo esto…pero yo he comprendido que él hubiese querido que finalmente llegasen a su destinataria…no ha sido difícil…su dirección aparece varias veces…hay fotos…cartas…en fin…que todo es suyo…y que yo me tengo que ir ya…
Cuando echó a andar apresuradamente en dirección opuesta, ella seguía en estado de trance, mirando alternativamente el paquete y la figura juvenil que se alejaba. Luego pareció despertar y me dijo anda hija vamos arriba que nos estamos mojando como tontas aquí…y yo ¿pero Charo, qué pasa? ¿ quién era ese chico?...nadie Esther…un antiguo alumno…el hijo de un compañero de trabajo que tuve hace mil años…
Aquel día estuvo rara todo el tiempo, inquieta, ansiosa, sin paz. Supongo que esperaría a la noche, a que yo me acostase, para abrir aquel tesoro que le había llovido del cielo. Era mil novecientos ochenta y seis. Hacía varios años que le habían dado destino en un colegio de la ciudad, varios años en los que había tenido que enterrar sucesivamente a mis padres y a los suyos, que desaparecieron con apenas un mes de diferencia.


Noviembre 1986
Así que esta ha sido mi amarga victoria. Imaginar los cientos de veces que ella, taimada y tenaz, ha leído y releído sus cartas, observado nuestros rostros de ojos brillantes en unas cuantas fotos. Me escribió a diario desde el día siguiente a su marcha. Todas las cartas están encabezadas con un “hola mi amor” y me contaba en ellas todo, lo cotidiano, lo mismo que si me lo estuviera contando cara a cara. Pide perdón muchas veces, alude a la esperanza de poder verme siquiera un minuto, por la calle, en el autobús.  Las disertaciones dolorosas acerca de lo trágico de este amor nuestro sin cabida en espacio o tiempo alguno, las ruinas de sí mismo y el por qué. Por qué. Realmente debían ayudarle sus ensoñaciones porque tal vez lo más doloroso de ellas son las muchas ocasiones en las que me pregunta mi parecer sobre tal o tal cuestión, tal como hacíamos, lo hace como si no se diese cuenta de que sus preguntas son meramente retóricas, imposibles de contestar, hasta ese punto se sumergía en esa ficción creada por  él mismo, la ficción de tenerme cerca. Hay momentos en los que esa esperanza parece sostenerle, incluso se permite el optimismo, hay otros muy duros en los que se rinde a la certeza de ser un desgraciado, un hombre acabado que se arrastra por sus días, que no vive realmente, sólo sobrevive. Especialmente cruda me resultó una de ellas, la del día en que se entera de mi marcha…”hola mi amor…consulto casi a diario las listas del ministerio, sé casi desde el principio cuales van a ser tus pasos, y hoy por fin vi tu nombre en los traslados y me quise morir, viendo hasta que punto te he hecho daño…has pedido el destino más pobre y remoto, el más alejado posible de mi…y lo peor, de tu casa y de los tuyos…y si ya la culpa es un peso insufrible, este confirmarse de mis intuiciones me destroza. ¿Qué vas a hacer allí tan sola cielo, tan lejos de tus cosas, de esa ciudad que tanto amas, de tus amigos, de tu gente? ¿cómo pude cambiar tu universo hasta este punto, despojarte de todo lo que amabas y tenías antes de mí? Imaginarte allí sola, noche tras noche, soportando los rigores de un morada pobre, sin duda, de una existencia solitaria y fría, tú, mi hermosa señorita de ciudad, que lo tenías todo, todo, el apoyo de los tuyos, tu familia, el deshago económico que tus padres te ofrecían, la comodidad de una vida de clase media alta, tus salidas al cine, al teatro, tus cenas, tus compras…no puedo dejar de ver con esta claridad aterradora que te he destrozado la vida…y aún así, lo peor de todo es este no arrepentirse de nada, de nada, porque volvería a hacer lo mismo mil veces, si todo volviera a empezar y te tuviera delante, no renunciaría a ti, a tu voz, a tu cuerpo, ese cuerpo que me tortura noche tras noche…hasta ese punto soy egoísta y mezquino, perdóname Charo por dios…porque lo que más me preocupa es que te consumas odiándome…”

Es cierto que a veces le odié, le maldije, que desee que nunca hubiera estado. Y no es menos cierto que han pasado ya doce años y que no he dejado de pensarle ni uno solo de mis días, así que cómo…cómo arrepentirme, si esta ciudad, con todo lo que me ofrecía, no era nada al lado de uno solo de los minutos que pasé con él, si él es la historia real de mi vida, lo más bello, lo más amado, lo más doloroso, lo más mío. Así que no. No me arrepiento de nada y si le tuviera delante no renunciaría a él, a su voz, a su cuerpo, que me tortura noche tras noche, a pesar de que hace ya mucho que no es más que polvo. Hasta ese punto soy egoísta y mezquina.




jueves, 3 de noviembre de 2011

más que mirarse (XXVII)

La lluvia siempre la desanimaba. Y más en esta época del año, el cambio horario robaba una hora de día, todo estaba gris y plomizo, le costaba levantarse por las mañanas. No se sentía especialmente optimista y el futuro se abría otra vez descorazonador e intrigante. El futuro, ¿qué es eso? No existe. Además, tenía que tomar decisiones en lo relativo a sus finanzas, sanear, eliminar, recortar. Le daba una pereza infinita. Pero no podía demorarlo. Lo primero, la mudanza. Eliminar el alquiler de la lista mensual ya supondría un respiro importante. Había quedado con Ana para comer. Como tampoco le apetecía cocinar últimamente, había adelgazado por lo menos cinco kilos, así que ella le había dicho mañana atacamos las tapas del Andy…anda…atrévete a decirme que le vas a hacer ascos a esa gloriosa tortilla…al jamón asado…Vendió el último periódico de la mañana, apagó la cafetera y las luces y se puso el plumas. Aunque el Andy estaba a dos calles, la lluvia cruel y transversal la fustigó, llegó empapada. Ana había llegado antes y ocupado una mesa junto a la ventana, menos mal, porque el bar a esas horas se ponía imposible.

-         Me encanta tu look ochentero, la lluvia te ha puesto un tupé súper molón…
-         Que graciosa- contestó sin sonreír y atusándose el pelo con las manos
-         ¿Pedimos o qué?
-         Anda que te voy a contar algo gracioso para animarte…
-         Difícil…
-         A Alberto lo está acosando una tía del instituto por el facebook- se miraron fijamente y rompieron a reír
-         ¿y eso? ¿Quién es?
-         Psss…una tal Bea…del montón…fea fea no es…pero le gusta Lady Gaga,” reggaeton” y cosas como esa...es bastante ridícula...se saca fotos de marchita con jovenzuelos y tiene frases memorables como “la joya más hermosa que puede tener una mujer alrededor del cuello son los brazos de su hijo”

Esther tuvo que hacer un esfuerzo y taparse la boca con las manos para no escupir el trago de coca cola que acababa de beber, porque las dos estallaron en una carcajada prolongada y cómplice

-         jóder…encima no será una fundamentalista de la maternidad… ¿es de ésas de la mamifia?
-         No sé…el rollo es que él le contesta y hasta se ríe con ella…
-         Normal…no se va a reír…uy…qué cara pones…a ver Ana…si le va ese rollo ha tenido que estar años fingiendo para darte conversación a ti…y entrenando para que no se le note…
-         Eso pensé yo…qué código intermedio usarán para comunicarse…a lo mejor le da morbo seducir virtualmente a incautas mozas…
-         A ver nena…no te ralles por chorradas… ¿ Alberto fingiendo ser un chico culto e inteligente todos estos años hasta que se ha cansado de ti y ha decidido dar rienda suelta a sus verdaderos y simples instintos?...es bien difícil de creer…sería agotador y sobre todo enfermizo…la definición perfecta de un embaucador…mira…profetizo que se va a aburrir de la conversación de Lady Gaga en 0.2…sólo se entretiene el pobre…es que tú trabajas mucho Anita…

-         Sí, yo también lo profetizo, ¿nos tomamos otra?

Cuando salieron del Andy la lluvia descansaba y decidieron tomar café en la estación de tren, porque allí podían fumar y les encantaba ver llegar y marcharse a la gente.

-         Qué como va el tema Rafa…
-         Bien…el otro día conocí a Clara…
-         No  jodas…y cómo fue?
-         Es preciosa…clavadita a su madre…rubia de pelo rizadísimo…ojos claros…tiene una mirada de inteligencia que flipas…me miraba todo el rato como intentando adivinar en mi perversas intenciones…
-         Normal…Esther…estás celosa?
-         No…sí…yo que sé…me siento como una  intrusa…
-         A ver guapa…la gente se divorcia todos los días…no fue por ti…hay ya tantos matrimonios en segundas nupcias como en primeras, mogollón de parejas que aportan hijos de matrimonios anteriores, ¿en que siglo vives?
-         ¿y si me pasa lo que a Charo? ¿y si decide que es mejor intentarlo por la niña y me deja tirada?
-         A ver…para empezar la ex de Rafa no es una arpía, es una mujer moderna, joven y guapa que está a tiempo de todo y que se divorció porque ella quiso…Rafa no la dejó por ti…
-         Pero de alguna manera la dejó, dejó de quererla…
-         Bueno…y qué…a estas alturas de la película todos sabemos que el amor es eterno sólo mientras dura, que se acaba, que la rutina mata la pasión y todo ese rollo…las parejas que tienen un compañerismo a prueba de bomba, que son cómplices en lo bueno y en lo malo y se saben reflotar, resisten…las otras se van a la mierda…es así, Esther…deja de darle vueltas a lo obvio y sé feliz mientras dure, no hay más…
-         Sí, tienes razón…oye…me mudo a Orillamar el próximo mes, dejo el piso, ¿me podéis echar un cable con la mudanza? Sólo me llevo el sofá rojo, la tele, el ordenador y los libros de los últimos años…lo poco que es mío, vamos…
-         Claro tía, sin problema

Al despedirse, la tarde apenas empezaba,pero el día estaba oscuro y desapacible. Recibió un sms de Rafa diciéndole que tenía una comisión a las ocho y que no podría verla. Mejor pensó no puedo llevar a Charo de vuelta a Orillamar. Así que cerró temprano y se fue a casa. Se puso un chubasquero y cogió el cofre del fondo del armario Rosario Alonso de la Calleja 1941-2008. Condujo con calma hasta la Torre y aparcó. Al bajar del coche cerca del Cementerio de las palabras, el viento la empujó, hostil y desabrido. Caminó hasta las rocas y se abrazó unos minutos al bulto que llevaba bajo el abrigo. Luego, sin ceremonias, lo abrió y desalojó el contenido lanzándolo al aire. El viento hizo que algunas partículas volasen justo en dirección a su cara y no pudo menos que recordar una escena hilarante de una peli de los Coen. Se limpió y se echó a reír, pensó que a ella también le haría gracia un incidente tan escatológico.
 Caminó de vuelta al coche. Se deshizo de toda la ropa de abrigo y abrió la ventanilla. El olor del mar llegaba fresco y azul, como en un día de verano. Encendió un cigarro y se lo fumó con deliciosa calma, la cabeza apoyada en el respaldo, como cuando ella y Miguel, de novios, iban a la Torre a echar un polvo en el coche y luego pasaban horas hablando y fumando abrazados, hasta que el deseo reaparecía.
 Al terminar, tiró la colilla por la ventana y seleccionó Ironic de Alanis. Subió el volumen el máximo y arrancó con fuerza. Iba a cantar como una loca.

martes, 18 de octubre de 2011

más que mirarse (XXVI)

Después de su muerte los años se sucedieron deprisa para ella, ejerciendo su labor balsámica y eficaz, permitiéndole un olvido doloroso pero necesario. De haber seguido vivo, seguramente no hubiera sido posible. La noticia llegó un día de invierno, cuándo estaba en el aula con los niños. Un vecino se acercó para darle un pequeño trozo de  papel con un nombre escrito Raúl y un número de teléfono… Doña Charo, ha llegado este recado del pueblo, dicen que se acerque a llamar a este número cuándo pueda…parece que es urgente…
Se temió lo peor, pero decidió conservar la calma hasta el final de la mañana. Raúl le contó que había sido hacía dos noches. Cerca de Santiago. Había hielo y el camino estaba muy oscuro. Se salió de la carretera y se estampó contra un árbol. Llegó vivo al hospital, pero en muy mal estado. Había muerto la noche anterior.

Yo también me temí lo peor al notar que en los diarios había una laguna de más de seis meses.

Fue el tiempo que necesitó para escribir sobre ello, para lamerse las heridas. Transcurrido ese plazo, parece sorprendida de la idea de que ella misma siga viva, de que el mundo continúe a la misma velocidad de siempre, le cuesta concebir la idea de un mundo en el que Juan no habite.
Los  primeros días fueron atroces. Con la idea de que él respirase en algún lugar, aunque no fuese a su lado, aunque fuese lejos de ella, las rutinas se podían soportar, porque siempre quedaba la esperanza. Pero ahora todo era miedo y oscuridad. Con lo sola que había estado tantas veces…y sin embargo ahora sí que estaba real, implacable, absolutamente sola.

Caminó varios kilómetros hasta la playa, ya muy de madrugada. No sabía nadar, pero el mar nunca le había dado miedo. No había otra manera de irse que le pareciera más dulce o limpia. Y menos engorrosa para los demás. El frío la castigaba cruelmente, pero incluso pensó que sólo era una sensación pasajera, nada comparado con el dolor que tendría que soportar si se quedaba, día tras día, año tras año, ¿cuántos años más? ¿Cuántos años le quedarían teniendo que fingir que estaba viva, si también ella había muerto en aquel accidente?

Si un hombre que pescaba no la hubiera visto desde lo alto, no hubiese distinguido el brillo de su melena dorada en medio de la oscuridad infame de aquella madrugada, las vidas de todos nosotros no hubieran sido las mismas. Mi vida habría sido infinitamente más triste y solitaria. Pero la vio. Y corrió. Y se metió en el agua helada. Y la sacó de allí. Y fuere quien fuere, bendito sea.
Aunque mi padre había encontrado trabajo en la ciudad, como dependiente, muy por debajo de su valía y de su formación, mi madre corrió conmigo a Mens y se instaló muchos meses en casa de Charo, no la dejó ni a sol ni sombra. Pienso ahora que probablemente en aquel tiempo se forjaron nuestros lazos, que tal vez fui un nuevo amor en la vida de Charo, muy distinto, pero tan robusto como para regalarle una razón para quedarse.

Verano de 1980

Los días se suceden y a mi me sigue pareciendo una blasfemia. Un insulto. Vivo como de prestado. Aunque no quise o no pude oír detalles, me pregunto a diario si sufriría, si fue consciente en algún instante de que se iba, si padeció mucho dolor físico…por dios que no fuera así…La vigilancia constante de Carol me irrita y me conmueve a partes iguales. Si me demoro en el baño, enseguida aporrea la puerta. No me deja ir sola a ningún sitio. Incluso por las noches la siento abrir la puerta de mi cuarto y vigilar mi sueño. Supongo que ya me había acostumbrado a ser una solitaria.

Verano de 1980

Estoy enseñando a Esther a leer y me maravillan sus progresos. Es una niña lista e increíblemente intuitiva. Cuando celebro algún acierto en su dicción o su comprensión, me echa los bracitos al cuello, agradecida y contenta. Yo también le estoy agradecida, porque sólo cuando estoy con ella no me corroe el dolor y la angustia.
Sueño con él casi todas las noches, a menudo cosas inverosímiles, surrealistas. Sueños, al fin y al cabo. Pero los primeros instantes de vigilia tardó en recordar que está muerto, y cuando lo recuerdo…no me lo puedo creer. Todo me parece un mal sueño.

Septiembre de 1980

Hoy en mitad de la clase llamaron a la puerta. Abrí y no reconocí como madre de ninguno de mis alumnos a una mujer algo mayor, más allá de la cuarentena, calculé, o tal vez muy ajada o estropeada. Tenía un cuerpo rechoncho que contrastaba con su expresión enjuta, seca y amarga, como si no supiese sonreír. Distinguí algo parecido al desprecio en sus ojillos, pero decidí obviar mi percepción y le sonreí e inquirí amablemente:

-perdón… ¿usted es la madre de…?
-la madre de los hijos de Juan. Soy Loli.

Me quedé paralizada por la sorpresa y casi de inmediato noté la mano de Carol sujetándome el codo. Había tenido que bajar las escaleras en un suspiro.

-¿puedo ayudarle en algo?- pregunté. Ella redoblo su expresión de desprecio para contestarme
-¿ayudarme tú? No, tú no puedes ayudarme. Sólo he venido hasta aquí para decirte que él renegó de ti al final, me pidió perdón por todo y me dijo que yo era la única mujer que había querido realmente…yo…yo que fui su única mujer ante los ojos de Dios y de todos.

Sólo me dio tiempo a pensar que yo no tenía porque soportar eso, que todo era tele novelesco y falsario, desde su expresión hasta sus palabras. Así que me limité a mirarla de frente y devolverle su desprecio, sólo que el mío era genuino.

-sí…ante los ojos de Dios…sí

Me di la vuelta y antes de cerrar la puerta del aula oí a Carol decirle señora haga el favor de marcharse de aquí ya, el teatro ha terminado…


Cuando terminé de leer, me puse unos vaqueros y un abrigo y corrí a casa de Rafa. No quería pasar la noche sola, necesitaba abrazarme a su espalda para poder dormir. Necesitaba sentirle pegado a mí. Vivo. No me hizo preguntas. Sólo me preparó un cola cao y me acarició el pelo hasta que me dormí.


jueves, 6 de octubre de 2011

más que mirarse (XXV)

-         no sé Rafa…la verdad es que me da un poco de miedo…los niños a esta edad son tan impresionables…al mismo tiempo me muero de ganas de conocerla…
-          le vas a encantar…estoy seguro

Estaban desnudos sobre la cama. Esther miraba al techo y le acariciaba el pelo despreocupadamente, mientras él besaba su pecho y deslizaba un dedo sobre su vientre de arriba abajo con parsimonia.
Hacía días que Rafa había planteado el tema de que conociese a Clara. Esther se moría de curiosidad por la niña. Deseaba reconocer en ella rasgos y cosas del hombre que amaba, sin el que difícilmente podía imaginarse ya la vida. Por lo mismo era consciente de la importancia de formar parte de la vida de Clara. No era por ella misma. Se sentía segura de sus ganas de quererla e incorporarla a sus rutinas. Era por Clara. La niña ya había pasado bastante en poco tiempo, sería lógico que no la mirase con buenos ojos, que le tuviera desconfianza o celos.

Rafa se incorporó hasta tocar sus labios con la
 boca y le sonrió con ese bendito brillo que siempre le infundía bienestar y seguridad, esa calma que parecía decirle sin palabras no va a pasar nada malo, no ves que estoy aquí contigo?... Sin dejar de mirarla a los ojos separó sus piernas y entró en ella con facilidad, la hizo rodar sobre el colchón hasta que quedaron de lado en el centro de la cama y subieron al cielo juntos sin hablar y sin separar ni un instante sus pupilas ni sus bocas.

En la ciudad se respiraba el  llamado veranillo de San Miguel, que le estaba permitiendo a todo el mundo disfrutar de días y noches agradables y secos, con temperaturas más que inusuales para esa época del año. Así que decidieron salir a cenar a un restaurante italiano cerca de la dársena, para después pasear por el puerto y los jardines.
A pesar de toda la intimidad compartida, seguían yendo a dormir cada uno a su casa la mayor parte de las noches. Pero esa en concreto, Esther le habló de la idea que le rondaba en la cabeza hacía tiempo de mudarse al piso de Orillamar, aunque, le dijo, le daba un poco de miedo estar allí sola. Enseguida se arrepintió, tuvo miedo de que el considerase el comentario como una invitación. Pero Rafa, que tenía el poder de adivinarla, de anticiparse a sus pensamientos y deseos, adivinó también su falta de certezas y se limitó a mirarla muy serio primero unos segundos, para tranquilizarla enseguida con besos y sonrisas. Le estaba diciendo como tú quieras, cuando tú quieras…y ello lo supo.
Tal vez eso era lo que más maravillada la tenía, esa confianza, ese territorio común que compartían aún cuando no estaban juntos, esa capacidad innata que habían desarrollado de adivinarse mutuamente los estados de ánimo, de saber, por el tono de voz, por las palabras utilizadas, por nada en concreto, las necesidades del otro. Ese hombre parecía un prestidigitador, sabía alejarse y dejarle espacio cuando lo necesitaba y volver a ella en el momento preciso. Siempre respetaba las treguas y los espacios íntimos. Y eso era, sencillamente, genial.

Aunque era sábado, Clara Martínez se levantó temprano.
Había pasado mala noche, inquieta y ansiosa. Aunque mamá había hablado con ella la noche anterior, intentado tranquilizarla, decirle que no pasaba nada, que sólo iba a comer y a pasear con papá y con su amiga, no estaba segura de querer hacerlo, aunque sentía curiosidad por esa chica y la necesidad de medirse con ella, poner a prueba el amor de su padre. Lo que no le hacía ninguna gracia era el temor de que la situación se repitiese cada fin de semana que le tocaba estar con papá, que una extraña invadiese su espacio común y privadísimo.
Papá la recogió a las doce en punto, como siempre. Como siempre también estaba guapísimo y olía de maravilla. Como siempre la besó muchas veces y la achuchó contra su cuerpo.
Fueron a comer a telepizza y después a tomar un café a un sitio muy chulo. Lo que más le gustó de Esther fue que no intentó abrazarla, ni acariciarle el pelo, como hacían todas las desconocidas, que se quedaban como hipnotizadas con su maraña rubia y rizada y siempre le sobaban la cabeza. Ella sólo le sonrió y le dio un beso fugaz en la mejilla. También le gustó que en cada mesa que ocupaban, nunca se sentaba al lado de papá, le dejaba la silla a ella y se sentaba enfrente. Tampoco le cogía la mano ni le daba besos ni nada. Se comportaba como si la invitada fuese ella y Clara la protagonista, como siempre, como debía ser. Al final de todo fueron a dar un paseo por la playa y Esther se quedó sentada en la arena mientras ella cogía conchas y hablaba con papá mucho rato. Después papá fue a comprar unos helados y Clara se sentó a su lado.

-         mi mamá se llama Isabel, ¿sabes? …y es guapísima…
-         sí, desde luego que lo es…la vi un día en mi tienda…no sé si lo recuerdas…
-         sí…me acuerdo, ¿la tuya como se llama?
-         se llamaba Carol …y también Charo…es que es un poco complicado…yo tuve dos mamás…
-         ah…qué raro…pues yo sólo quiero a la mía…no quiero tener dos…
-         ya, es normal, es que mi primera mamá no pudo estar conmigo sabes…pero eso no suele pasar a menudo…así que tú siempre tendrás una sola seguro…pero seguro vamos…
Cuando llegó a casa por la noche y mamá le preguntó que tal, respondió muy tranquila que bien, muy bien. Había despejado sus dudas en cuanto a la chica de las chuches. No era una pesada, no la había achuchado ni sobado, ni tampoco a papá, ni una sola vez. Además, parecía tener bastante claro que las madrastras no tenían porque ser malas, de hecho le había contado que la suya era muy buena. Se retocaba muchas veces los labios con crema de cacao y se peinaba la melena con los dedos. También se miraba en los escaparates. Así que Clara dedujo que los harapos no le gustaban nada, ni para ella, ni para los demás. Y también parecía tener claro que la princesa de aquel cuento era Clara. Y no ella.




martes, 13 de septiembre de 2011

más que mirarse (XXIV)

La mente del torturador. El alma del torturador. Siempre habían sido para mi un misterio, un enigma absoluto. Qué podía llevar a una persona a infringir a otra un tormento insufrible, a experimentar con los límites del dolor ajeno. Cómo se podía vivir con eso, con la consciencia del monstruo interior. Con el recuerdo de las miradas y los gritos, del sufrimiento causado. Más que Pinochet, Videla o Galtieri, figuras visibles y ridículas, grotescas caricaturas de sí mismos, con sus uniformes teatrales y sus gafas oscuras, tan previsibles, de discurso tan manido y risible, me asustaba el otro, el que ejecutaba las órdenes, el siniestro que se encontraba cara a cara con la víctima dentro de la celda, el que accionaba el interruptor que hacía sonar la música, ajustaba el volumen al máximo para acallar alaridos y tormento. El que empujaba la cabeza dentro de la pileta, y ejercía un poco más, un poco más de presión, esta vez vas a tragar más agua. El que empuñaba la picana sobre los genitales y subía un poco más la intensidad, a ver cuántos voltios resiste esta vez. Esa clase de monstruo era el que me fascinaba e interrogaba hasta la repugnancia. Claro que éste tampoco solía enfrentarse con la mirada de su víctima, porque su víctima, generalmente,  tenía los ojos vendados.

Que alguien me diga si ha visto a mi esposo…preguntaba la doña…se llama Ernesto X tiene cuarenta años…trabaja de celador en un negocio de carros… llevaba camisa oscura y pantalón claro… salió anteanoche… y no ha regresado...y no sé ya que pensar pues esto antes no me había pasado…

Apenas estrenada mi adolescencia, junto con el nacimiento de la conciencia y los ideales, el inevitable posicionamiento a uno u otro lado, aunque también se podía optar por la practicidad de la indiferencia,… ¿se podía?... Supe que, en el año en que yo había nacido, en el país en el yo había nacido, con días de diferencia, había nacido el Horror.

Llevo tres días buscando a mi hermana… se llama Altagracia igual que la abuela… salió del trabajo pala escuela… llevaba unos jeans y una camisa clara… no ha sido el novio… el tipo está en su casa… no saben de ella en la PSN… ni el hospital


Ellos, los golpistas, lo llamaron Proceso de Reorganización Nacional, pero en realidad no fue más que una guerra sucia, contra el pueblo, un rosario de devastadores actos de terrorismo de estado, un fenómeno que no era nuevo en Latinoamérica, que tres años antes  se había ejecutado en Chile, por ejemplo, con el beneplácito y la financiación de los Estados Unidos. De la iglesia católica. De la gente de bien. En mi país no fue distinto. Se arrasaron los derechos individuales, las libertades públicas y privadas. Se torturó, se mató, se desapareció a más de treinta mil personas. Treinta mil.
Desaparecidos…no dejaba de ser una suerte de absurdo eufemismo, que no hacía sino agrandar más el dolor de los que se quedaban, que no podían ni siquiera enterrar a sus muertos, porque ni siquiera estaban oficialmente muertos. De esta forma también se les vetaba la dignidad, la asunción de la tragedia y el camino de la recuperación, si es que ésta era posible.
No sabía por qué, pero quería saberlo todo, me agenciaba documentales, periódicos, películas, que invariablemente me dejaban en un estado lamentable, presa de la rabia y la impotencia. Preguntaba a Charo, ella me miraba extrañada, me decía déjalo ya Esther, es bueno que sepas, que todos sepamos…pero esta obsesión…no me gusta
Según fueron pasando los años dejé de investigar. Incluso pasados los veinticinco, me hacía tanto daño, que intentaba no mirar, cambiaba de canal, pasaba de hoja.

Que alguien me diga… si ha visto a mi hijo… es estudiante de premedicina… se llama Agustín y es un buen muchacho…a veces es terco cuando opina… lo han detenido…no sé que fuerza…pantalón blanco camisa a rayas…pasó anteayer…

Y ahora esto. Y en los diarios de mi madre no había siquiera una mención, un dato. O tal vez, ella misma había hecho desaparecer los cuadernos que recogieron el miedo y la angustia. Seguramente, mi  madre me estaba protegiendo.

Detenían a las personas en sus casas, de madrugada, con la impunidad que les prestaba la oscuridad y la más que probable indeferencia del vecino. Al amparo de la noche, como los asesinos, como los delincuentes, como lo que eran, al fin y al cabo. Irrumpían a fuerza de odio y culatazos. El país estaba sembrado de centros de detención ilegales e improvisados, probablemente el de  la ESMA, Escuela de Mecánica de la Armada, fue el más grande, a saber si el más siniestro.

Ser estudiante. Ser obrero. Profesor universitario. Pertenecer a un sindicato.  Todo. Nada. Todo y nada podía ser motivo de secuestro, tortura, violación, ejecución.

Mi  padre y sus alumnos se hicieron visibles para sus verdugos por solicitar un bono bus para los estudiantes que vivían lejos y tenían que caminar horas para asistir a clase. Un bono bus.

Clara Quiñones se llama mi madre…ella es un alma de dios no se mete con nadie…y se la han llevado de testigo…por un asunto que es nada más conmigo…y fui a entregarme…hoy por la tarde…y ahora di que no saben quien se la llevó del cuartel…

Mi padre sufrió secuestro y tortura durante meses en un lugar llamado El  pozo de Quilmes. Hacía meses que no dormía, que pasaba las noches alerta, muerto de miedo.

La madrugada del dieciséis de septiembre oyó pasos y golpes y arrancó a mi madre de la cama, me puso en sus brazos y la ayudó  a saltar la tapia que separaba su jardín del vecino. Luego entró en la casa y se dejó detener. Mi madre pasó los días siguientes recorriendo hospitales y comisarías, averiguando. Supo que la misma noche se habían llevado a diez alumnos, todos de entre dieciséis y dieciocho años. Pero se los había tragado la tierra. Nadie sabía adónde se los habían llevado, si estaban vivos o muertos.

Adonde van los desaparecidos…busca en el agua y en los matorrales…y por qué es que se desaparecen…porque no todos somos iguales…y cuándo vuelve el desaparecido…cada vez que lo trae el pensamiento…cómo se le habla al desaparecido…con la emoción apretando por dentro…

Charo cuenta que la pobrecilla llamó a todas las puertas, que no descansó ni de día ni de noche. Muchas de esas puertas se cerraron. El miedo, la injusticia, la indiferencia, las cerraban. Mi padre ya no era una persona, era un elemento subversivo, y por lo tanto susceptible de aniquilación y ejecución con total impunidad de sus verdugos.
Mientras tanto, a Charo la impotencia la mataba. Y se vio obligada a volver a pisar la casa de su padre. Y a pedirle dinero. El dinero necesario para sacarnos a mi madre y a mí del país y traernos aquí. Escribía a Buenos Aires de forma constante, rogándole, suplicándole a Carol que volase conmigo, que ella se encargaba de todo. Pero mi madre se negaba a dejar a su marido allí. Decía que ella sabía que estaba vivo, que iba a volver. Y tuvo razón.
Mi padre apareció tirado en una cuneta, en las afueras, la madrugada del quince de diciembre. El camión de un trapero lo recogió y lo dejó en la puerta de nuestra casa. Cuándo mi madre lo vio, le llevó unos segundos reconocerlo. Estaba cubierto de costras, escuálido, derrotado. Y así siguió el resto de sus días, que no eran demasiados. Porque nunca salió del todo de El Pozo de Quilmes. La parte más intima de si mismo, la que había visto de cerca los ojos de la maldad y  la locura, no pudo olvidar. Fue incapaz de borrar el pálpito del terror cada vez que le arrastraban de su celda a otra, dónde había un médico que medía la capacidad de aguante no no sigan por hoy muchachos, déjenlo un par de días porque sino este pájaro no sale…dónde una mano le sumergía la cabeza en agua sucia y él, que nunca había rezado, pedía que por favor no más, que esa fuera la definitiva. No podía borrar el terror de los ojos de Lidia, que sólo tenía diecisiete, que era alumna suya, que era muy guapa, que era una niña. Y cada vez que venían por ella sonaba música clásica muy alta, porque eran varios y todos hacían lo que querían.

Anoche escuché varias detenciones…putún patá putún peté…tiro de escopeta y de revolver…carros acelerados…frenos… gritos…eco de botas en la calle…golpe de  puertas… quejas…pordioses…platos rotos…estaban dando la telenovela…por eso nadie miró pafuera…

Finalmente volamos a Madrid, con el dinero del padre de Charo, a principios de mil novecientos setenta y ocho. De allí a Santiago.  Mi padre sufrió lo indecible con tantas horas vuelo, no tanto por las secuelas físicas, por sus huesos machacados y mal soldados, como por la claustrofobia insufrible que había contraído en El Pozo, y que le hizo ahogarse y buscar el aire con angustia durante el resto de sus días.



Febrero 1978

Desde anoche los tengo instalados en mi casa. No puedo decir que felizmente, porque no reconozco a Carlos en la mirada extraviada y acuosa de este viejo prematuro. He observado que no soporta ventanas ni puertas cerradas, se agarra la garganta como si el aire le quemara y sale continuamente a la puerta, dónde se queda ratos muy largos mirando nada y fumando. A Carol también le pesa el sufrimiento en los ojos, nunca la he visto tan cansada. Pero se le ilumina la mirada con la niña, que es bastante tranquila y sonríe como una bendita. De momento se quedarán unos meses conmigo en la aldea, aún es pronto para pensar en otra cosa que no sea descansar.

Marzo 1978

Anoche Carol y yo conversamos hasta tarde. Parece pedirme perdón por su falta de alegría, como si hiciera falta. Mi dolor, mis pérdidas me parecen nimias al lado de toda esta locura…" sabes Charo…yo doy las gracias por tenerle conmigo, por que su hija haya llegado a conocerle…pero nunca…jamás…no perdonaré nunca… y sé que nadie me devolverá  a mi hombre, el hombre fuerte y valiente que yo conocía…durante los primeros días los tuvieron en un sótano húmedo y oscuro, separados por mamparas, de pie, atados al techo con una especie de cadena…desnudos…algunos días no les vendaron bien, o la venda de los ojos se escurría…y lo que Carlos vio…era dantesco…aquellos hombres iban allí a torturar y violar como quién va al trabajo Charo…incluso fichaban al entrar y al salir…Carlos oía sus conversaciones triviales, sobre su familia…tenían hijos…familias…sobre fútbol…sobre el mundial…se quitaban la chaqueta y se remangaban…desataban al desgraciado o desgraciada que tocara  y se lo llevaban a una habitación minúscula, asfixiante y oscura…y bueno…no puedo dejar de pensar que cómo…cómo volvían luego a fichar y a sus casas…y besaban a sus hijos…no puedo…”

Adonde van los desaparecidos…busca en el agua y en los matorrales…y por qué es que se desaparecen…porque no todos somos iguales…y cuándo vuelve el desaparecido…cada vez que lo trae el pensamiento…cómo se le habla la desaparecido…con la emoción apretando por dentro…


En mi país se intentó borrar las huellas de la barbarie por ley, por decreto, y aunque suene absurdo, es cierto, se llamó Ley 23.492, De Punto Final. Con ella se paralizaron todas las causas judiciales abiertas contra los asesinos y los militares que lideraron las juntas y auspiciaron todo el horror. Hubo otra ley, se llamó Ley de Obediencia Debida, que tenía la misma finalidad, decretar la impunidad de todos ellos. Se cayeron por su propio peso, pero lo hicieron cuándo, como en el caso de Pinochet en Chile, muchos de los verdugos habían tendido una muerte tranquila en sus camas, o eran tan viejos que su propia miseria les libró de un castigo que sería justicia.
 Entonces no lo entendí. Pero se me quedó grabada a fuego una mañana de domingo, en casa de Charo.
 Las noticias, en blanco y negro, arrojaban la imagen de un viejo, vestido de militar, que comulgaba en una iglesia muy grande. Mi padre, como si la comida estuviese podrida, reprimió una arcada y salió corriendo al baño, dónde oímos los estertores de un vómito compulsivo, mientras mi madre y Charo cruzaban una mirada horrorizada .Unos instantes después, mi madre corrió al baño, y yo detrás de ella. Antes de que Charo me cogiera en brazos y cerrara la puerta, vi a mi padre de rodillas sobre las baldosas, se aferraba a mi madre, que permanecía de pie, por la cintura, y hundía la cara en su vientre. Ella le acariciaba el pelo y me miró un instante, cubierta de lágrimas. No supe descifrarlo entonces, pero yo nunca le había visto a mi madre esa expresión de asco y de pena.

 Aquel viejo de la tele era Jorge Rafael Videla, comulgando en la catedral de Buenos Aires, amparado por la iglesia y por la ley.

Ahora pues, entendía muchas cosas…tantas cosas. Entendía que Charo intentase apartarme de una historia siniestra que era mucho más mía de lo que yo podría imaginar jamás. Que mi madre no escribiese nunca sobre aquello. Pero ahora tenía treinta y cinco años. Y era más fuerte y más capaz de soportar la verdad. Y la verdad era mía. Y era atroz.

Adonde van los desaparecidos…busca en el agua y en los matorrales…y por qué es que se desaparecen…porque no todos somos iguales…y cuándo vuelve el desaparecido…cada vez que lo trae el pensamiento…cómo se le habla la desaparecido…con la emoción apretando por dentro…*


De Rubén Blades, “Desapariciones”


domingo, 4 de septiembre de 2011

más que mirarse (XXIII)


Hay pocos placeres comparables a compartir una comida generosa con amigos, buen ánimo y una conversación inteligente.
 Esther casi no tenía dudas de que la cena con Ana y Alberto sería un éxito, que Rafa les caería bien.
 Pero aún así estaba tan nerviosa como ilusionada con la ocasión. La idea había sido de Ana… ¿qué?… ¿piensas guardarte a tu amante prodigioso sólo para ti o lo vas a compartir con los colegas?… le respondió instantáneamente, sin pensar en comentárselo a él antes siquiera... claro…podemos cenar en vuestra casa el viernes si te apetece…Ana la miró asombrada, con la sorpresa del que descubre que ha acertado una lotería aceptable…hija, si llego a saber que sólo bastaba con proponerlo lo habría hecho hace meses…
El viernes cerró antes de la hora al mediodía y corrió al súper. Compró queso tierno, jamón cocido, huevos, calabacín y masa de hojaldre.
 Al llegar a casa puso el directo de REM, abrió una coca-cola zero y se enfundó en el delantal. Tenía las instrucciones culinarias de Charo grabadas a fuego y casi le parecía oír su voz mientras las ejecutaba con mimo pones papel de horno y luego extiendes una capa de masa…así, con cuidado de que no se te rompa, ves?... luego una capa de lonchas de queso y encima el calabacín muy picadito y tomatitos cherry cortado en juliana…bates un huevo y lo extiendes por encima…un poquito de sal y pimienta…ahora pones el jamón y por último tapas todo con otra capa de masa…vuelves a extender huevo batido y sellas los bordes con un tenedor…ves? Lo haces con delicadeza, para que el dibujo quede pulcro…lo metes al horno unos veinte minutos, primero sólo por abajo, luego unos minutos por los dos lados y al final gratinas…
Mientras que la tarta salada se horneaba, preparó el mejunje de la tarta de queso, que era sencillísima y siempre le salía rica. Sonreía como una tonta recordando la reacción de Rafa, más divertido que enfadado por haber aceptado sin consultarle…el viernes? Ummm…no sé….creo que he quedado con una estudiante de Monte Alto…pero claro tonta!!! Cómo no voy a querer ir? Me muero de ganas de conocer a Ana…en realidad me has hablado tanto de ella que me parece conocerla ya…si quieres que vengan a mi casa…
El problema del piso de Esther era que su salón era demasiado pequeño para ese tipo de eventos, por eso siempre intentaba colaborar pero no ser la anfitriona. A veces pensaba que era un poco tonto mantener el piso de Orillamar cerrado a cal y canto. Pero aún no se sentía preparada para volver a vivir allí. De todas maneras si la situación de bajada de ventas se mantenía en la librería, tendría que considerar la idea de pasar del alquiler. Cuando todo estuvo listo, cambió el CD, y mientras Bowie llenaba el espacio con The man who sold the World, se metió en la ducha. Escogió vaqueros pitillo, camiseta negra escotada, tacones y americana. Se miró al espejo y descubrió que le faltaban pendientes largos de plata para poner la guinda. Se gustó. Iba a cenar con su familia. Quería estar guapa.
Cuándo llamaron al timbre, a eso de las diez, las piernas le temblaban. Rafa, sin embargo, sonreía lleno de tranquilidad, infundiéndole coraje. Y también orgullo. Estaba guapísimo, también con foulard y americana, desprendiendo un sutil y elegante aroma  a Cacharel.

Ana les abrió con una sonrisa de oreja a oreja y una salida de las suyas

-          Hombre, pero que buena pareja hacéis…que barbaridad…si parecéis los Beckham…

Alberto salió de la cocina con el mandil puesto, abrazó a Esther e intercambió con Rafa el consabido apretón de manos. Los hombres nunca se dan dos besos.
Esa noche Esther fue feliz, feliz de verdad. Todo fue fluido y fácil, como si hiciera siglos que los cuatro se conocían. La cena se alargó hasta las tres de la mañana y terminó con copas, luz suave y música.
Al abandonar el portal descubrieron que una lluvia leve pero insistente caía sin piedad sobre coches y aceras, mojándolo todo. No les importó. Caminaron abrazándose, besándose, a trompicones, parándose largos ratos para besarse y mirarse, indiferentes al aguacero que les empapaba la ropa, el pelo, la cara…
Abrieron del calentón portales, ascensores y puertas, para terminar sobre la cama de ella, un revoltijo de calor, saliva y ganas.


jueves, 18 de agosto de 2011

más que mirarse (XXII)


Cuándo llegó allí en el verano de 1976 la casa estaba en un estado lamentable.
Era una construcción anodina desde el punto de vista arquitectónico, un ejemplo rotundo de feísmo. Todo cemento, ladrillo y pintura blanca. Vista desde cierta distancia, semejaba una caja de zapatos, estrecha y alta. Estaba literalmente dividida en dos mitades. En la mitad derecha, el aula de los niños más pequeños de la aldea ocupaba todo el piso de abajo. Un encerado amplio cubría toda la pared frontal. El resto del mobiliario era muy parco, los consabidos pupitres y sillas y un armario escueto. Eso sí, resultaba más amplia y acogedora de lo que su presencia externa prometía. Una escalera vulgar, de terrazo, comunicaba la planta baja con la vivienda del maestro, en el piso superior. La mitad izquierda era exactamente igual, abajo el aula de los mayores, arriba otra vivienda.
Yo no la había visto nunca por dentro. Cuando Charo me llevó allí, muchos años después, las escuelas unitarias ya habían desaparecido en España bastante tiempo atrás, pero las dos espiábamos ávidas los despojos desde la sucia y rota cristalera, yo con curiosidad, Charo con nostalgia ves…aún quedan restos de murales y dibujos…dios mío…cuánto frío he pasado yo entre estas paredes…yo coloqué allí una estantería para los cuentos, la pagué de mi propio bolsillo…ya no está…claro…hace tantos años… La visitamos varias veces, repartidas entre finales de los noventa y principios de década. Ella no dejaba de asombrarse de que una distancia de apenas hora y media en coche desde Coruña, hubiera logrado tantos años antes hacerle sentir como en otro mundo, otro espacio, otro hábitat dónde nadie la conocía ni la juzgaba. Era una aldea mínima, todo verde y bosque, limpieza y oxígeno puro, silencio. A mí siempre me asombraba ese silencio. Habían pasado treinta años, el mundo iba a su velocidad, pero allí podías pasear horas sin oír más que el trino de los pájaros. Estaba muy cerca de la playa de Barizo y de un pequeño pueblo de pescadores.
 Charo me contaba que solía ir allí una vez por semana, normalmente los sábados por la mañana, para surtirse en la tienda de comestibles de lo poco que necesitaba para ella sola, azúcar, tabaco, café, galletas…En la propia tienda estaba el único teléfono público que había en muchos kilómetros a la redonda. Desde allí llamaba a su madre y su hermano. A mis padres. A los pocos amigos que habían demostrado serlo tras la hecatombe. Para una señorita de ciudad, como ella, el cambio tenía que ser devastador o glorioso, pero siempre más que significativo. Me contó miles de cosas de allí a lo largo de su vida. De cómo se había sentido a salvo, querida y respetada. De cómo los padres de sus alumnos, de casas vecinas le llevaban de todo con todo lo que me traían podría haber alimentado a una familia entera, Esther…siempre lo mejor…verduras, frutas, pescado, patatas, conejos, pollos…pero todo natural, no te creas que era como lo que comemos ahora…todo de sus tierras y de sus árboles, de su trabajo…a mi al principio me daba reparo…pero descubrí enseguida que lo que realmente les ofendía era que lo rechazara…era gente amable y generosa y respetaban muchísimo mi trabajo…así me lo demostraban…
Claro que lo que ellos no sabían, lo que yo no sabía, era que Charo estaba huyendo, que había escogido el destino más remoto posible dentro de la provincia, para no ver, para no recordar, para lamerse en silencio las heridas.
 Por eso me costaba entender que una mujer como ella, joven y hermosa, renunciase con una calma pasmosa a las diversiones y la vida social de la ciudad, cambiase su entorno de siempre para enterrarse en una aldea perdida. Que en verano siempre vistiese sólo dos o tres vestidos ligeros y en invierno pantalones flojos y gruesos jerséis de lana tejidos por su madre, botas de goma y calcetines gordos. Cuándo me lo contaba nunca acababa de comprender todas mis blusas de seda…mis faldas plisadas y mis abrigos buenos se apolillaron, la humedad en aquella casa era tan atroz que cada semana me encontraba un vestido mohoso, unas botas de piel echadas a perder…me acostumbré a vivir con casi nada, sin vanidad ni presunción…ya ni siquiera me soltaba el pelo…eso sí, fueron un años intelectualmente muy prolíficos…leí muchísimo…escribí muchísimo…eduqué a una generación entera de esa aldea con dedicación absoluta… Ella solía referirse a esa época como “mis años de Jane Eyre”.
 Ahora entiendo por qué, también huía, como Jane, sólo que para ella no habría reencuentro.

Junio 1976
Por fin ha terminado el curso. He ido a trabajar los últimos seis meses como un robot, procurando no pensar, no mirar, no sentir. Tengo confirmado el destino en Mens a partir del próximo curso,  es una escuela unitaria, con mucho trabajo y en condiciones muy humildes, pero ha sido fácil, nadie lo quiere, así que tendré asegurada mi morada durante años. Mi padre insiste a través de mi madre para que vuelva a casa. Le he contestado que no la volveré a pisar mientras él viva. El sábado por la noche llamaron al timbre y era Raúl. La amnistía posterior a la muerte de Franco le ha salvado la vida y la libertad. Laura ya no está con él. No han podido superar el dolor y la pérdida del bebé. Me contó que Juan se marcha también de la ciudad, que ha aceptado un destino cerca de Santiago, que se muda con su familia. Que lo ha encontrado visiblemente más delgado y destrozado. No he querido saber más. Esta mañana se me ha acercado Delia, una niña especialmente sensible y aplicada que siempre me ha gustado y me ha dicho “Doña Charo, ¿es cierto que se marcha?” le he contestado que sí, me ha mirado” mi mamá dice que usted es mala y que mejor que se marche”  esto último me lo dijo llorando la pobrecilla, así que me he agachado y le he preguntado “¿ y tú que piensas cielo?” ….” Yo creo que no es cierto y que la voy a echar mucho de menos” Le he dicho que eso es lo que importa, lo que ella crea.
Por lo demás, pienso en él cada día, cada minuto, cada segundo. Lo amo, lo odio, lo necesito, lo añoro, lo desprecio…todo y nada a la vez. No tengo nada.
Junio 1976
Carta de Carol. La niña, con apenas dos meses, duerme o está en su pecho todo el día. Me cuenta que tiene mucho miedo, que tras el levantamiento militar de marzo han detenido a algunos conocidos de Carlos, de los que nadie parece tener razón ni noticia. Tiene miedo por él, por ellos, por los tres. Yo también lo tengo.
Puedo ocupar la casa a principios de mes, así que ya estoy metiendo en cajas y maletas todas mis cosas. Aquí no pinto nada. Allí tendré todo el verano para limpiar, pintar, comprar muebles y enseres. Estrenar mi nueva vida de ermitaña.
Pedro viene conmigo para llevar mis cosas y ayudarme a instalarme.

Julio 1976
La casa es desapacible y fría, aún en verano. Las ventanas son de madera y se filtran las corrientes aún estando cerradas. Eso sí, es bastante grande. Tiene una cocina amplia, con una cocina de hierro, cuatro habitaciones y un salón. Mi hermano se quedó conmigo una semana entera. Una vez inspeccionada, volvimos a la ciudad y compramos una cama grande, unos sofás de piel color camelº, una mesa para la cocina y otra para el salón. Todo de segunda mano, sólo el colchón es nuevo. El resto de los ahorros se me han ido en abastecerme de colchas, sábanas, toallas, telas vistosas para cortinas y menaje. Pedro les dio una cantidad considerable para que me lo trajesen todo al día siguiente.
He pasado días enteros limpiando, blanqueando paredes y baños, cosiendo cortinas. Esta mañana me he levantado temprano y he hecho café. A través de la ventana de la cocina sólo se ve verde y más verde, salpicado de escasas construcciones de piedra y hasta un castillo. Parece un cuento. He pensado que a él le gustaría.
Ah, hay ratones.



viernes, 5 de agosto de 2011

más que mirarse (XXI)

Clara Martínez Santiso se sintió perdida durante largos meses.
Hasta aquel momento su vida había sido fácil. El universo se reducía a su padre, su madre, sus abuelos y la gente del colegio. Los últimos elementos eran periféricos. Sus padres, su casa, eran el centro, el sol, la vida. Clara no había convivido con otras familias, así que para ella era normal que su madre durmiera en una habitación y su padre en el sofá. Siempre había sido así, así que por fuerza tenía que ser normal.
Lo que no era normal era que su  padre no estuviese cada mañana en el sofá, que sus cosas no poblaran armarios y estantes, que su cepillo de dientes no compartiese vaso en el baño con el de su madre y el suyo propio. Eso sí que la inquietaba y desconcertaba.
Eso y el hecho de que en aquella guerra silenciosa no había malos, nadie a quien culpar, un madrastra malvada, un brujo despiadado, como en los cuentos que su padre le leía cada noche. Una figura negativa y absolutamente culpable de todos los males, un  personaje cuya muerte o desaparición devolviera la paz y la armonía y reestableciera el orden en su universo. En este cuento todos eran buenos, todos eran amables, todos necesarios. Y todos sufrían, y se hacían daño sin querer, que era el daño más tonto que se puede hacer, pensaba Clara.

Para Clara Martínez Santiso el Universo se había resquebrajado una tarde de Marzo.

Jugaba en el patio del colegio con sus compañeros, tras salir del comedor, cuándo sintió una alegría inmensa al ver a papá y a mamá esperándola en la puerta. Normalmente siempre venía uno de los dos, pero ese día estaban allí juntos, sonriéndole desde el portón de hierro. Corrió a por su mochila y sus cosas mientras pensaba que eso sólo podía significar que se iban los tres a merendar al burguer, o a comprar ropa para ella, o al cine. Pero papá le dijo que no, que iban al parque de Santa Margarita, para sentarse los tres en la hierba y hablar. Por el camino, papá procuraba hacerla reír, con juegos y cosquillas, pero Clara se dio cuenta de que todo el rato miraba a mamá con preocupación, y que ella sonreía con esfuerzo, pero tenía cara de pena y parecía a punto de echarse a llorar todo el tiempo. Aún así, mamá no lloró.
 No lloró mientras le explicaba cosas extrañísimas, como que a partir de ese día papá no iba a dormir más en casa, que se iba a mudar a otra casita muy chula, en la que ella podría estrenar una habitación nueva preciosa, con esa camita azul del Ikea, con mesita y armario a juego, que a ella tanto le fascinaba cuando observaba embobada la exposición. Que todo iba a ser mucho mejor, porque así tendría dos casas, con doble de juguetes, doble ropa, doble de todo. Que pasaría fines de semana enteros en su habitación nueva. Que podría ver a papá todos los días, siempre que quisiese, en cualquier momento, a cualquier hora del día o de la noche.
 Pero a pesar de sus padres le estaban contando una historia en la que todo parecían ventajas, Clara Martínez Santiso percibió que éste cuento no era como los de los libros. Que sus padres se esforzaban por sonreír y parecer relajados, pero ella los conocía bien, muy bien, y sabía que por fuerza aquel cuento, aunque no tuviese brujos ni madrastras malvadas, ni monstruos, tenía un lado siniestro y peligroso, que papá y mamá intentaban que ella no viese, como cuando pasaban escenas de alguna película o se saltaban algunas páginas de ciertos cuentos.
 Clara escuchó y escuchó mira cielo, papá y mamá se quieren mucho, muchísimo…pero para ser más felices los tres, papá tiene que vivir en su propia casa…lo entiendes, ¿verdad cielo?....pero Clara no entendía. No entendía nada. Sólo sabía que ella no iba a ser más feliz así, que no le importaba tener otra habitación, aunque fuese la azul del Ikea, que ella era feliz teniendo a papá en casa todo el rato, que si para verle tenía que llamarle, aunque fuese a cualquier hora del día o de la noche, era porque no iba a estar cerca de ella.
Aquella noche Clara Martínez Santiso durmió mal. Una pesadilla en la que vagaba perdida en un cielo negro y sin estrellas, atrapada en lo alto de una cama azul de la que no podía bajarse sin caer al vacío, la atormentó y la escupió a la realidad de su habitación de siempre, de su cama blanca y rosa, empapada en sudor y llorando desconsolada.
 Mamá apareció corriendo por el pasillo, le besó en la frente y en la cara, y en el pelo y le cambió el camisón por uno seco, y le dijo mil veces muy bajito no pasa nada mi niña preciosa no pasa nada todo está bien…se acostó con ella y la abrazó mucho rato. Pero cuando pensó que ya se había dormido, Clara sintió en su nuca las lágrimas tristes y húmedas, los sollozos contenidos y silenciosos de mamá, y como su cuerpo temblaba y se convulsionaba con una violencia sorda y reprimida, que a Clara le llenó el corazón de miedo y angustia.
La tarde siguiente era la abuela Mari la que estaba esperándola en el portón del colegio.
Se la llevó al parque y a merendar chocolate con churros. A Clara, que era una niña, pero no era tonta, no se le pasó por alto que la abuela Mari estaba triste y nerviosa, igual que mamá y papá, y que le acariciaba el pelo y se la quedaba mirando mucho rato, sin llorar, ella tampoco lloraba, pero con los ojos líquidos y bajos. Ya era de noche cuándo sonó el móvil de la abuela y ella dijo es mamá y hablaron un ratito como en susurros, pero Clara oía igual ¿ya está?...bueno hija…tranquila…procura serenarte…en media hora estamos ahí…
Al abrir la puerta, mamá la esperaba con los brazos abiertos, pero Clara Martínez Santiso, que era una niña, pero no era tonta, se zafó de su abrazo y corrió por la casa para comprobar lo que ya sabía. Que el ordenador de papá ya no estaba en la mesa de la sala. Que su armario estaba vacío. Que sus calcetines ya no estaban en el cajón. Que la mitad de la estantería de la sala lucía deshabitada, polvorienta y desolada, sin sus libros ni sus discos.
Cuándo hubo comprobado cada cajón, cada mueble, cada estante, por fin cesó su frenética carrera por la casa y pudo sentarse en el sofá. Mamá y la abuela la miraban de pie, con gesto alarmado, incapaces de moverse o de hablar, sin duda esperando su reacción. Pero Clara no tuvo ninguna reacción. Al menos ninguna visible. Simplemente se quedó allí sentada e inició un mutismo glacial, un mutismo y una ausencia total de emociones que duraría días, que duraría semanas.

Al tiempo que el estupor inicial iba dejando paso a una tranquilidad asentada, a una asimilación firme, Clara Martínez, que era una niña, pero que no era tonta, comprendió, con esa intuición sabia y práctica de los niños, que la nueva situación le favorecía en muchos aspectos.
Por ejemplo, todo el mundo la consentía mucho más que antes. Los abuelos no se negaban a comprarle ningún capricho, no tenía que insistirle a mamá más de cinco minutos para cenar hamburguesas o pizza, en lugar de la crema de verduras que detestaba profundamente. Los fines de semana que pasaba con papá eran una fiesta continua de cine, palomitas, videoconsolas, juegos agotadores y felices, tirados en la alfombra, y siempre volvía a casa el domingo por la noche con algún juguete nuevo o una camiseta, o un neceser de Bob Esponja. Todo el mundo se esforzaba por atenderla, estaban pendientes del más insignificante de sus estados de ánimo. Incluso los primeros días en los que papá no había estado en casa, Clara no sabía por qué, pero se olvidaba de comer, se olvidaba de ir al baño. En varias ocasiones había mojado la braguita y el pantalón en el colegio sin ni siquiera darse cuenta, hasta que la vergüenza de la mancha en su entrepierna la llevaba a tirar temerosa de la manga de Sonia, la cuidadora del patio, que inmediatamente se ponía en marcha, cogiéndola en brazos, dándole muchos besos, cambiándole el pantalón por un chándal viejo de otro niño, que se había quedado olvidado en el cajón de objetos perdidos. Luego hablaba con papá o con mamá, con el que fuera a buscarla ese día y le explicaba todo en voz muy bajita, para que los demás niños y padres no se enterasen de nada. Y mamá y papá, lejos de enfadarse, volvían a cubrirla de besos no te preocupes princesa, ahora mismo vamos a casa y te pones una faldita chula, la roja cortita, o la de volantes, tú no te preocupes, eh?...aquí no ha pasado nada…
Los sábados por la mañana empezó a ir con papá a una librería chulísima, pero chulísima, dónde papá le dejaba mirar los libros de cuentos mucho rato mientras él hablaba con la dueña, que era una chica muy guapa, no tanto como mamá, pero tenía una sonrisa amable y un pelo negro precioso y siempre le regalaba globos y caramelos, chuches o rotuladores de Dora Exploradora.

Todo volvió a ser fácil y fluido hasta que un mediodía que no se quedó al comedor y mamá la recogió para comer en casa. Pasaron por delante de la librería y desde fuera vieron a papá en el mostrador y mamá dijo anda, Clara, mira quién está ahí, es papá , vamos a saludarle… y entonces entraron , y papá , que no las había visto venir, tenía la mano de la chica morena de las chuches cogida entre las suyas, y al darse la vuelta y verlas, dudó un segundo, y Clara lo vio, y su madre lo vio, que papá se había quedado muy sorprendido y durante una milésima de segundo casi suelta la mano de la chica de los globos, pero se recompuso enseguida y a pesar de haber dudado, porque Clara sabía que había dudado, finalmente no soltó la mano de la chica de los rotuladores y dijo hola guapas!! Qué sorpresa!!  Y después sí la soltó y abrazó a Clara, pero dijo Isa, te presento a Esther, Esther, ésta es Isabel…y a Clara ya la conoces…mamá y la chica de los cuentos se sonrieron y se dieron dos besos y se dijeron encantada…pero mamá se quiso ir enseguida e hicieron el resto del camino muy aprisa, mamá caminaba muy seria mirando al frente y parecía no acordarse de que llevaba a Clara de la mano.

Y luego, por la noche, mientras miraba la tele, la oyó hablar por teléfono en la cocina con Paula, que era su mejor amiga. Mamá tenía voz llorosa y decía no sé tía, la verdad es que me ha sentado como el culo…sí…sí…ya lo sé….sí….es normal...pero no sé…no sé si me da celos o envidia… luego acostó a Clara y le leyó un cuento, como siempre, pero por la noche se despertó y oyó a mamá llorando bajito en el salón.

Y Clara Martínez, que era una niña, pero que no era tonta, pensó que este cuento al fin y al cabo, no era tan distinto de los otros que le leía papá, y que finalmente sí había un brujo despiadado, que parecía bueno, pero en realidad hacía trampas, y que no la quería tanto como decía. Y una madrastra malvada que al principio regalaba chuches y libros, y rotuladores de Dora la Exploradora, pero que al final la pondría a fregar suelos y la obligaría a vestir harapos.