martes, 26 de abril de 2011

más que mirarse (XI)

Otra dimensión. Otra perspectiva totalmente nueva de Charo. Eso es lo que me estaba brindando el hallazgo de sus diarios. Yo había conocido a la maestra, a la madre, a la amiga…y ahora estaba conociendo a la mujer. Y, como no podía ser de otra manera, no descubría a una mujer cualquiera, anodina, con una vida previsible o simplemente, estable…no…estaba descubriendo a una mujer voraz, apasionada, entregada, inmersa en un universo complejo de zozobras e intensos sentimientos, que se aferraba con fuerza a la felicidad, que no se arredraba ante el dolor, que podría soportar cien etiquetas distintas, entre las que jamás se hallaría la de cobarde. Profundamente humana, eso es lo que era, con todas las glorias y las miserias que ello conlleva. Para mi siempre había sido un pilar tan sólido, tan firme…mi percepción de ella era similar a la de una roca, un oráculo incuestionable. La Charo que yo conocía parecía no dudar nunca entre lo que estaba bien y lo que no, parecía no haber sufrido nunca el desarraigo, el cuestionamiento de sus  principios, el miedo, la culpa…Ahora, cuando ya no podía demostrárselo, mi admiración por ella llegaba a un punto de no retorno, la dimensión de su figura se alzaba en mi interior como una suerte de pedestal grandioso, precisamente por eso. Porque era humana. Porque dudaba. Porque sentía miedo. Porque en muchos momentos de su vida sus principios habían sufrido el inestable vaivén de las olas, olas furiosas y violentas que la zarandearon con fuerza, que la dejaron a merced de la maldad y la cobardía de otros, pero también a merced de su amor y su respeto. La lección más importante de sus diarios era que aquella dignidad, aquella personalidad bien construida y amueblada que yo siempre había considerado innata, no lo era tanto, y que se basaba  en gran medida en un largo y arduo proceso de aprendizaje, de crecimiento, de superación. Su vida había sido un intento constante por mejorar, por no sucumbir ante lo fácil, lo previsible. Sus lecciones no eran vacuas, no eran de cartón- piedra, como desgraciadamente lo son las de los que se pasan la vida dando lecciones a otros de cómo proceder, de discernir lo correcto de lo incorrecto, lo permitido de lo moralmente censurable…lo único importante, Esther, es que no vivas la vida como los demás te digan que hay que hacerlo, has de buscarte, de plantearte ante cada situación o momento, no qué es lo que haría yo, o tu madre o tu amiga, sino qué es lo que tu sientes que debes hacer, has de tenerte respeto y confianza a ti misma para poder tenerla hacia otros, al igual que has de amarte a ti misma para poder amar a otros, es una ley universal…no emitas juicios morales sobre otros, sólo te estará juzgando a ti misma, …te equivocarás…muchas veces…no importa…rectificar y pedir perdón no te degradará, te hará más persona…te tirarán al suelo…muchas veces…tampoco importa… lo importante serán las veces que te volverás a poner en pie…la vida nos puede llevar al desaliento, sí, pero en nosotros está la capacidad de no rendirnos y retomar la lucha en el punto mismo en que caímos… mira mi niña, lo importante no es vivir, sino vivir justamente…Todas estas lecciones cobraban una nueva luz, un sentido definitivo para mi al descubrir que eran producto de mil desvelos y agonías, que se nutrían de las vivencias de una mujer que había experimentado el fondo del dolor y el techo de la felicidad.

A lo largo de todo el primer semestre de mil novecientos setenta y cinco, Charo y Juan se enamoraron. No en un sentido platónico, meramente físico o romántico. No. Fue mucho más que eso. Como decía el poeta, pasaron a ser los amigos que se conocen por encima de la voz o de  la seña. Las páginas que recogen los acontecimientos de esos primeros meses relatan la historia de un desconcierto. Un desconcierto que crecía día a día, en cada conversación, en cada cruce de miradas. Iban descubriendo una afinidad intelectual, un sentido del humor, una pasión por la vida que los igualaba como compañeros inevitables, destinados, dueños el uno del otro desde el principio de los tiempos. El alma de esta mujer a lo largo de aquello días era una amalgama indescriptible de ilusiones, miedos, autocensura, alegría, plenitud, deseo…El deseo la mortificaba cruelmente, tanto como a mi me había mortificado su ausencia. Cada vez pasaban más tiempo juntos. El le presentó  a sus amigos, la introdujo en su círculo, en el grupo de teatro que compartía con gente que practicaba una tímida militancia. Entre ellos estaba Raúl, íntimo de Juan desde la infancia, la única persona que realmente fue testigo privilegiado de aquella historia.
 Se contuvieron. Intentaron con todas sus fuerzas no dejarse arrastrar por ese torbellino. Dominar sus emociones. Charo habla de lo que sentían como un ente vivo al margen de ellos mismos, dueño de sus acciones, de su alma y su entendimiento, dispuesto a imponerse a toda costa, a no respetar ningún argumento racional o conveniente.

 Un ente que finalmente venció, decretó sus normas, les arrojó con una fuerza descomunal a un pozo que ella misma describió como la mayor gloria y la mayor condena de mis días.

1 de Junio de 1975

La inminencia de las vacaciones, con la angustia de no poder verle cada día en el colegio, me consume. A ello se suma el hecho de no saber si el próximo curso estará aquí. A él parece pasarle lo mismo, sus miradas han pasado a ser angustiosas, interrogantes, ansiosas. Evitamos todo contacto físico y si éste se produce por puro azar, en la cafetera o en un ascensor, retiramos la mano como con pánico. Nuestros cuerpos parecen adivinar que una vez que este contacto se produzca, estaremos perdidos, sucumbiremos a merced del deseo y sus caprichos. Y no podemos. Es imposible. No debe ocurrir. Lo que ya ha ocurrido… de alguna manera .De alguna manera

15 de Junio de 1975

Ya está. Todas mis dudas y mis miedos han acabado por confirmarse. Esta tarde hemos ido a una representación del grupo Circo, con Raúl y Esperanza. Al llegar a la altura del cine París, en la calle Real, nos hemos topado de bruces con una manifestación bastante nutrida. Mucha confusión, consignas y los grises en pleno apogeo, cargando sin miramientos. Sin darnos cuenta, nos hemos visto inmersos en la marabunta. Juan reaccionó instintiva e impulsivamente, me rodeó con su cuerpo para protegerme y me empujó al interior de un café abarrotado, muchos otros habían buscado refugio improvisado entre sus humos, su oscuridad y sus paredes desconchadas. Me abracé a su cuerpo como una niña, asustada y confundida. Ambos permanecimos así unos instantes eternos, mirando hacia el exterior. Paulatinamente fuimos siendo conscientes de nuestro abrazo. Hundí mi cara en su pecho y en ese momento pensé que qué curioso era aquello, sentía aquel lugar como mi hogar desde tiempos inmemoriales, como si ese fuera mi lugar en el mundo, al que estaría destinada a volver una y otra vez, una y otra vez, mientras tuviese un hálito de vida. Cuándo me atreví a alzar los ojos, le vi morderse con fuerza el labio inferior, mover la cabeza de un lado a otro sin dejar de mirarme, con una expresión extraña, que aunaba furia, deseo y rendición. Sentí sus dos manos cogiendo mi cara y me perdí en su beso desesperado. Me ha mirado con una determinación que nunca le había visto y sin despegar sus manos de mi rostro me ha dicho “Que hermosa eres Rosario Alonso”

sábado, 16 de abril de 2011

más que mirarse (X)

El mensaje de Miguel la había desestabilizado, desconcertado, aplastado. Había respondido con un escueto “gracias, no sé, ya te daré un toque, la verdad es que no tengo mucho tiempo. Bsos”. Inmediatamente pensó que lo que necesitaba era un baño, caliente y relajante. Se acordó de La campana de cristal, en el que Silvia Plath describía a la perfección los efectos reparadores del agua caliente sobre el cuerpo y el espíritu. A Esther le pasaba lo mismo, siempre salía de la bañera con la dulce sensación de haber dejado marchar por el desagüe todos los sinsabores, las tensiones y las angustias… desintoxicación y pureza. Desconectó el timbre de ambos teléfonos. Se sirvió una copa de vino tinto y encendió las velas de colores que adornaban el borde la bañera. Eligió el CD “rollito zen” que utilizaba para estos menesteres y ajustó el volumen en consonancia con el ambiente de paz que deseaba crear. Se desnudó, echó la ropa en el cubo la colada y se recogió el cabello en un moño. Cuándo se sumergió simplemente decidió no pensar, no pensar en nada, sólo cerrar los ojos y quedarse allí hasta que su piel estuviese arrugada y enrojecida. Estuvo así más de una hora, hasta que la música dejó de sonar.
Se secó cuidadosamente con una gran toalla e inició el ritual de darse crema por todo el cuerpo, con estudiada y placentera parsimonia. Decidió fumarse un cigarrillo desnuda en la cocina mientras la crema se secaba.
Se sentía bien, había logrado el objetivo. Acabó de fumar y advirtió que tenía un hambre atroz. Esa mañana había encontrado en la tienda de la esquina unos tomates de bola hermosísimos, rojos y en el justo punto de maduración. Se vistió únicamente con un delantal y se dispuso a prepararse su célebre salsa de tomate, esa que a Ana le encantaba. Picó un calabacín, una cebolla roja, zanahoria y pollo. Dejó que el ajo se dorase lentamente en el aceite de oliva, desprendiendo toda su esencia y perfumando la cocina. Picó los tomates hasta que se hicieron puré y mezcló todo en la olla, al tiempo que removía con ternura una y otra vez la salsa, añadió la albahaca, la sal y la pimienta… la cucharadita de azúcar para matizar la acidez de los tomates. Dejó que todo se fuese cocinando a fuego muy lento. Mientras que la pasta hervía, fue al dormitorio y escogió una camiseta blanca de algodón de Hello Kitty y un pantalón corto. Se cepilló el pelo y se lo recogió en una coleta. Cuándo todo estuvo a punto, dispuso en una bandeja otra copa de vino, pan y un gran  plato de espaguetis y escogió Bright Star, la peli sobre Keats que llevaba semanas esperándola.
Decidió acostarse pronto y culminar su jornada de auto- homenaje leyendo en la cama, bien calentita y cómoda. La vieja edición de Ana Karenina, sustraída con nocturnidad y alevosía de la biblioteca de Orillamar en su adolescencia, la esperaba nuevamente, sabía que Esther volvía a ella una y otra vez, para descubrir, una y otra vez, nuevos tesoros entre sus páginas. Recordó las lecciones de Charo…todo está en los rusos, Esther, es imposible comprender la esencia de la literatura occidental contemporánea sin leer a los rusos…Ana Karenina no es sólo el paradigma de la mujer infiel, sus zozobras y sus culpas, es mucho más que eso, es el paradigma de la vida….al igual que Dovstoieski pone de relieve las miserias más íntimas e inconfesables del ser humano, ese lado oscuro e inquietante que en realidad todos llevamos dentro, todos somos un poco protagonistas de Crimen y Castigo, o podríamos serlo con circunstancias adversas…si quieres entender de verdad la Literatura, con mayúsculas, no puedes dejar de aprender las lecciones que nos han dejado los rusos, no puedes ignorar a Tolstoi, no debes conformarte sólo con leer Ana Karenina, tienes que entender su alma, empaparte de ella, sufrir con ella, volver a ella una y otra vez, tantas como sea necesario…”
Y Esther le había hecho caso, vaya si lo había hecho. Tanto que Ana era su libro de cabecera, ese  puerto seguro en el que siempre buscaba refugio.
Cuándo notó que el cansancio la vencía y le costaba mantener la concentración en la lectura, dejó el libro sobre la mesita y apagó la luz. Entonces, contra todo pronóstico, el Vicentín apareció súbitamente, ocupando su mente por completo. En un estado casi de inconsciencia, empezó a tocarse por debajo del pantalón.
 Iban en un coche, él conducía con una mano y la otra se alargaba para acariciar los pechos de ella bajo el ligero vestido de verano, sus dedos pellizcaban suavemente, como pequeños mordiscos…luego los introducía en la boca de Esther, humedeciéndolos y bajaba hasta el interior de sus piernas, se movían dentro de ella desatando la locura, todo era calor, humedad, fugaces y certeras corrientes eléctricas que la recorrían con furia de arriba abajo…le oía mascullar ya no aguanto más…pegaba un volantazo que desviaba el coche a un arcén oscuro e intransitado; con movimientos ágiles y dominantes la sentaba encima de él y ella empezaba a moverse muy despacio primero, para ir aumentado el ritmo a la par que crecía la excitación de él, que la aferraba del pelo con desesperación, besaba sus pechos y su boca alternativamente con una pasión feroz, descontrolada…
El último pensamiento consciente de Esther antes de dejarse arrastrar por un sueño dulce y satisfecho fue por fin…por fin…por fin
Durmió plácidamente toda la noche, como un bebé.
Por la mañana desechó los vaqueros y eligió un vestido de Desigual y sandalias romanas. Se puso rimel y lápiz y se sonrió ante el espejo. Estaba guapa.
Era sábado, así que decidió abrir un poco más tarde y desayunar en el café de al lado, con calma. Sobre las doce apareció Rafa. Entró con una sonrisa, un brillo en los ojos que a ella le hicieron verlos tan hermosos como nunca. Parecía saberlo todo, adivinar las fantasías nocturnas de Esther, porque, sin mediar palabra, sacó dos entradas y las  puso sobre el mostrador:

-Hacemos un trío?
-….cómo?? – ella sonrió, divertida
-Sidonie, están de gira presentando Hacemos un trío, el viernes en el Playa Club a las once…qué me dices? Te invito a unas tapas en la Barrera y luego nos vamos de concierto…
Tuvo que reprimir el impulso de saltar el mostrador, aferrarse a su cuello y besarlo. En  vez de eso, sonrió sin disimulo, una sonrisa abierta y sin ambages.
-claro…Sidonie…que gustazo….nos vamos de concierto…

Cuándo se quedó sola, reparó en la cita del calendario de Charo, que había trasladado de la mesa de su cocina al mostrador de la librería, y, más que reír, se rió como una loca varón urgente/ hembra repentina/ no pierdan más tiempo/ Quiéranse…

martes, 12 de abril de 2011

más que mirarse (IX)- II

19 de Diciembre 1974

Me condujo hasta un 850 especial azul, con los asientos grises, impecable por fuera y poblado en su interior de un nutrido grupo de muñecos, dibujos…la huella inconfundible de sus niños- es un coche muy vivido, ya ves…- Por el camino me fue hablando de ellos, María, la mayor, tiene diez años, el segundo es Sergio, de ocho y la pequeña tiene sólo cuatro y se llama Lucía. Me ha contado que se casó muy joven, al quedarse embarazada su mujer y que se ha sacado la oposición trabajando de noche en las calderas del hospital y estudiando todo el día. Parece un hombre muy seguro de sí mismo, es serio y pausado, transmite una paz y una serenidad difíciles de describir, como si hubiese vivido todos los dolores y las alegrías terrenas y hubiese asumido la imposibilidad de hallar un sentido lógico a las cosas. Parecía contento de los compañeros que le habían tocado en suerte – habéis sido todos muy amables conmigo, invitándome a comer y hablándome con esa confianza…después de todo soy el nuevo…- Me ha contado que su anterior destino fue Ferrol, y que habían sido un par de años muy intensos…-viví muy de cerca las revueltas del 72 de la Bazán…muchos de los hijos de los sindicalistas eran alumnos míos…y en sus casas no estaban para alegrías sabes…a partir de la tarde del diez de Marzo la ciudad ya parecía una tumba, el ejército la había cerrado a cal y canto…hubo muchas detenciones…a Amor Deus lo conocía personalmente, solíamos jugar al ajedrez en el Círculo de Artesanos, y sentí un alivio inmenso cuándo me enteré de que había logrado pasar a la clandestinidad y andaba escondido en casas de camaradas…y bueno… tardaron dos meses en detenerlo y llevarle a prisión…no me quiero ni imaginar las que estará pasando…es un hombre muy inteligente, de eso te das cuenta sólo con su mirada, franca aunque un poco inquietante, la verdad…de todas formas, el germen está aquí, después de estas revueltas vendrán otras…
Es extraña la confianza y la serenidad con que me ha hablado, el hecho de que no se preocupase de que yo pudiese traicionarlas…el que me dijese todas esas cosas sin miedo…ahora pienso en lo poco común de esa intimidad que creamos en apenas unas horas….parece que él, como yo, tenía la sensación de conocerme desde mucho antes.
Ya llevábamos un rato dentro del coche, frente a mi casa, fumando y charlando, cuándo mire el reloj para darme cuenta de que eran casi las nueve, y le he dicho que se fuera, que estarían esperándole para cenar. Iba a cerrar la portezuela cuándo me ha mirado y con una sonrisa cómplice me ha soltado:
-Oye…no te han dicho nunca el asombroso parecido que tienes con Catherine Deneuve?

Me he reído con ganas….

-Sí, la verdad es que no eres original… me lo han dicho muchas veces…


24 de Diciembre de 1974

Escribo en la biblioteca de mi padre, que está a mi lado en la enorme mesa de cedro, ensimismado en sus sellos y sus álbumes. Parece ni darse cuenta de mi presencia…como siempre. Madre está atareada en la cocina preparando salsas, adobando carnes, horneando pastelillos para la cena. Vendrán Marisa y su marido con los niños y también Pedro, mi adorado hermanito pequeño al que  hace meses que no veo, desde que se ha ido a estudiar la carrera a Salamanca. Madre está feliz de tenernos a todos en casa y mi padre se ha quejado de que los niños lo ensuciarán todo y le ha dado instrucciones a ella de que bajo ningún concepto les deje entrar en la biblioteca. Esta mañana he ido a Barros a comprar regalos para todos. También he elegido para mi un abrigo blanco precioso, un foulard de seda y unas botas de piel altas fabulosas, de color beige. Para la cena estrenaré el vestido marrón de seda y  falda plisada y me recogeré el pelo con el  pasador de plata de mi madre. Otra vez tendré con mi padre la eterna discusión de la misa del gallo…He recibido carta-postal de Carol desde Buenos Aires, me cuenta que pasará la navidad con Carlos en Bariloche. Se la nota feliz…me dice que él ha empezado a colaborar en un proyecto de ayuda y alfabetización de barrios muy humildes, dónde trabaja codo con codo con alumnos suyos de la escuela de Bellas Artes, y que está muy ilusionado, aunque trabaja demasiado…cómo echo de menos a mi amiga del alma…
Muy a mi pesar, pienso todos los días en el nuevo, no puedo evitarlo. Revivo constantemente en mi cabeza todos los detalles de la conversación, el modo en que me miraba…nunca he conocido a ningún hombre ni remotamente parecido…y bien parecido….y bueno, sobre todo, nunca he intimado con ningún hombre casado, ni debo.
El que se ha puesto pesadísimo es Lucas con lo de que vaya con él al baile del 31 en el Sporting Club Casino. Ni loca deseo empezar el año rodeada de toda esa calaña de señoras enjoyadas hasta el apellido, niños de papá y estupidez generalizada. Lucas me dice que entonces lo pasamos dónde yo quiera, que lo único que le importa es estar conmigo. Y otra vez pesadísimo con lo de que su bufete ya arranca tímidamente y que por qué no pensamos en formalizar…Lo cierto es que en la cama me lo paso bien con él, que es buena persona y sé que me quiere mucho…pero lo de verme en la Colegiata ridículamente disfrazada de blanco, con su madre y la mía llorando emocionadas…me pone los pelos de punta. Y más todavía imaginarme el resto de mi vida a su lado, los sábados de gin tonics y rouge en el casino rodeada de señoras insulsas y bienpensantes, muerta de asco y aburrimiento…sería la forma más certera de enterrarme en vida. No podría respirar. Mi madre me llama. Voy a ayudarla en la cocina.


Me sobresaltó el pi pi del teléfono móvil. Estaba tan embebida de la Charo de 1974, que se me pasó la hora de comer…mensaje de Miguel…de Miguel????...dudé un momento antes de abrirlo…el corazón me iba a mil…de MI Miguel???...claro, es el único Miguel de mi agenda…Noté que la mano me temblaba, me sentía incapaz…Bueno Esther eres boba o qué…abre el puto mensaje…”feliz cumpleaños mi chica…no sabes cuánto te echo de menos…me dejarías invitarte a un café…por favor”


domingo, 10 de abril de 2011

más que mirarse (IX)

El secreter estilo Luís XV armonizaba a duras  penas con el parco mobiliario de mi salón, que consistía en un enorme sillón rojo, una mesa de trabajo y la pantalla plana del televisor. Le daba al conjunto un aire kitsch ligeramente pretencioso, pero no podía ignorar su existencia. Eran el hábitat natural de los diarios de Charo, y condenarlos a hacinarse en un impersonal mueble de Ikea me parecía desolador y alienante para ellos.
Por eso le había pedido a Alberto que me ayudase a transportarlo desde el piso de Orillamar. No había sido tarea fácil, pesaba una tonelada. También había comprado un producto especial para pulirlo y abrillantarlo y había elegido en El baúl de la Abuela una hermosa borla granate que pendía rotunda de su cerradura. Era extraño, pero desde que lo tenía instalado en mi salón, mi apartamento se había hecho más acogedor, más amable, despertarme cada mañana y verlo allí era como advertir con alegría que un amigo había pasado la noche en el sofá. Una vez que la parte logística estuvo solucionada, pensé que tal vez lo mejor sería ordenar los diarios por fechas o épocas, o, al menos, por algún otro tipo de lógica, aunque la cronológica me seguía pareciendo la más acertada. No fue difícil, puesto que su autora había puesto en la tapa dura de cada uno de los librillos una reseña que daba una pista bastante certera de la época que recogía. Pero varios de ellos tenían simplemente un nombre. Uno de hombre. El mismo nombre que Charo había repetido tantas veces en sus últimos días de agonía. Juan.
La curiosidad que sentí ante ellos fue mayúscula, puesto que ella no me había hablado  nunca de Juan, no obstante, había tenido que ser muy importante para dedicarle varios de sus diarios. Eso daba una pista de que la huella de ese hombre por fuerza tenía que ser sólida….y dolorosa. Por ello, aunque los primeros libros databan de 1963, momento en el que Charo contaba unos veinte años, decidí dejar esa década para después y empezar mi recorrido por Juan…

16 Diciembre 1974

Se acerca la Navidad y en el colegio no paramos con los preparativos. Los niños están ilusionados y entregados a la tarea de decorar árboles, preparar murales con acebo, algodón y mucho rojo. El frío es intenso y los días cortos. Mi madre sigue pesadísima con que me mude con ellos a Orillamar y que no “tire el dinero en la renta”. No entiende que necesito mi independencia y mi espacio, que ya no podría renunciar a ella. Me dice “hija, no entiendo que no te cases y formes una familia, con lo guapa que tu eres…no me digas que no hay ningún hombre que te corteje…claro que con ese carácter que te gastas…tendrías que aprender a ser más sumisa…” Yo le digo que ya tengo muchos hijos, que mis niños me dan todo lo  que necesito…y ella “no hija, una mujer de tu edad sin un hombre al lado va por la vida como vaca sin cencerro”. Las teorías psicoanalíticas de Freud, que se han puesto tan de moda, le podrían dar una  pista de mi aversión a su perspectiva de la vida. Sumisión? Dependencia? Para vivir como ella, siempre pendiente y sometida a los vaivenes de humor de mi padre, soportando estoicamente sus altibajos emocionales, sus agonías, sus silencios…para vivir con miedo de permitirse cualquier capricho y dándole cuenta de cada duro que se gasta….Será que Freud tiene razón y en nuestros  padres está la respuesta a nuestra personalidad. No sé bien lo que quiero…pero desde luego sí sé lo que no quiero…no quiero llevar la vida de mi madre, no quiero limpiar, cocinar, ser la criada de un hombre, parir a sus hijos con mi dolor,  para luego no tener derecho a nada, no ser nadie…Ella siempre empeñada en facilitarle la vida “no molestéis a papá… que tu padre no se enfade…voy a hacer la comida favorita de tu padre el domingo…” Y él ni la mira…hace años que no la mira.
Nos han dicho del ministerio que mañana se incorpora el maestro sustituto de Pilar, porque parece que su baja va  para largo. Espero que no sea un carcamal de la vieja escuela, porque no se integraría bien en el ambiente tan lúdico y moderno que tenemos la suerte de disfrutar en este centro…y nos amargaría…aunque pienso que por fuerza tiene que ser alguien joven al que todavía no le ha dado tiempo de sacarse la  plaza fija.

17 Diciembre 1974

Esta mañana he llegado pronto al colegio para ultimar los preparativos de la actuación de mis niños. Entré en la sala de profesores para tomarme un café, porque venía helada .Me encontré frente a la cafetera a un hombre altísimo y con una percha considerable, que al notar mi presencia se dio la vuelta y resultó ser además bastante atractivo. Americana de pana negra, bufanda gris y sonrisa amable. Me ha tendido la mano…
-Hola, soy Juan, el sustituto…me estaba sirviendo un café, te pongo uno?
Al final, no ensayamos por última vez porque me entretuve conversando con él. Es una persona de una educación exquisita, con una voz cadenciosa y pausada…la amabilidad personificada. Según iban entrando compañeros, se presentaba y les tendía la mano a todos. Ha causado muy buena impresión. La pécora de Begoña me ha susurrado “coño, Charo, nos ha tocado el gordo de la lotería y aún no es 22…vaya planta tiene el tío, parece Alain Delon…” Me he reído y le he contestado “cuidado Begoña…no te emociones tanto que me ha dicho que está casado y tiene tres hijos”

18 Diciembre 1974

La actuación salió a las mil maravillas. Los padres, encantados, los niños, emocionados y yo…orgullosa…Hasta las lágrimas me han sacado los diablos éstos, que al final de la mañana me han regalado un pañuelo de seda que habían pagado con sus ahorrillos y una postal enorme con dibujos suyos “para Doña Charo, la  profe más guapa del mundo”. Luego nos hemos juntado todos los profesores y hemos ido a comer al mesón de la esquina. Begoña se apresuró a tomar asiento al lado del nuevo. Iba maquillada en exceso, como siempre, los labios de un rojo un tanto vulgar para aquella hora del día, locuaz y sobrexcitada. Me quedé de piedra, porque el nuevo, Juan, se levantó educadamente alegando que le sentaban muy mal las corrientes en la espalda y se sentó a mi lado “ me ha dejado impresionado lo que te quieren los niños, el respeto y el afán que ponen por no defraudarte” le he contestado que yo también los respeto mucho a ellos y que a lo mejor es por eso. La comida se ha alargado hasta tarde, sobremesa, café y disquisiciones políticas sobre la dictadura y Franco, sobre la tímida apertura que está experimentando el país. Cuándo nos hemos levantado, sobre las seis, el nuevo me ha dicho “ no vives por Montealto? Si quieres te llevo que me pilla cerca…” Begoña me ha asesinado con la mirada y me ha dicho al oído “vaya con la Charo…ten cuidado que me han dicho que está casado y tiene tres hijos”

jueves, 7 de abril de 2011

más que mirarse (VIII)

-Bueno entonces…qué noche celebramos tu cumpleaños? Ya sabes que de invitarme a cenar y a unos martinis no te libras…
-Pueeeeees, que tal el Sábado dieciséis? …no…espérate que ese día tengo la boda de Lucía….pues el viernes…
-Vale pues, vamos al Toscana, como siempre… y antes  te llevo a un café de Peruleiro que descubrí hace poco, que lo lleva una pareja súper amable y tienen una niña preciosa que habla con todo el mundo y es encantadora…es de esos sitios que llegas y te ponen lo que tomas sin tener que preguntarte…me encanta, todo el barrio los adora…
-Hecho, Ana

La hora de cerrar ya se acercaba y Ana se había acercado a surtirse de pilots, folios y rotuladores Standler, los que usaba para corregir exámenes…los mismos que usaba yo…barruntaba Esther con nostalgia al tiempo que los envolvía. Hacía días que el Vicentín… Rafa Rafa Rafa… -Esther tenía miedo de que a fuerza de costumbre un día se le escapara delante de él lo de Vicentín, por eso ensayaba esa letanía- no se acercaba por allí. Todo el coqueteo inicial se había quedado en suspenso.

-Que tal esta semanita el Vicentín? – preguntó Ana
-Pues mira tía…la verdad es que no ha pasado…ni para ir a currar…igual está enfermo…igual se ha asustado….
-Que se va a asustar…estará enfermo, fijo…
-Bah…da lo mismo…..
-Ya ya…da lo mismo sí…lo que pasa es que hay que espabilar, Esther…invítalo a salir o algo…
-Yoooo? Ni de coña….que se busque la vida, vamos….

Pero lo cierto es que le desilusionaba la nueva situación. En el breve espacio de tiempo que habían compartido, había descubierto que el sujeto le gustaba cada vez más. Al mismo tiempo, se daba cuenta de que ella ponía barreras, de forma inconsciente, para que él no se le acercara más, para que no pasase de un simple coqueteo. Le había preguntado un par de veces que si solía salir los fines de semana …siiii, no paro, la verdad es que el tiempo se me escapa, porque intento ver a mis amigas…salir…no me sobra ni un minuto…No había vuelto a intentarlo. Seguían comentando las noticias, Fukushima…, once mil toneladas de residuos radiactivos vertidos al mar…va a alterar todos los ecosistemas marinos…sí, es terrible…como decía don Mario, si uno tuviera tiempo sentiría como veinte minutos de vergüenza…Había empezado también a hablarle de su hija, que se llamaba Clara, que era listísima…guapísima…se parece a su madre, por supuesto…que le dolía el tiempo que ya no pasaba con ella … es duro, sabes…está conmigo fines de semanas alternos y vacaciones…pero…no es lo mismo…echo de menos bañarla, darle la cena todas las noches…su madre se porta genial, conste, jamás me pone pegas y le ha explicado muy bien la situación…nuestra prioridad fue siempre la niña…los dos procuramos que notase lo menos posible el impacto…ya te digo, Isabel es buena persona…le dijo desde un  primer momento que papá y mamá se querían mucho y que eso no iba a cambiar, pero que para ser más felices tenían que vivir cada uno en su casa…Esther notaba como le temblaba la voz ligeramente y los ojos se le nublaban y pensaba… jóder…tiene que ser durísimo…yo pasé lo mío y eso que no había hijos…así debe ser un drama… Sin embargo, ella había evitado en todo momento hablarle de Miguel, o de cualquier detalle íntimo de su vida. No le salía. Procuraba llevar las conversaciones al ámbito de lo impersonal, la vida de la ciudad, la música,  los libros…
-          El Sábado mi amiga Ana fue al  palacio de la ópera, ya sabes, al ciclo de jazz, estaban Jan Garbarek y Trilok Gurtu….salió flotando…me contó que Gurtu era fuera de serie, que incluso tenía en el escenario un cubo de agua y metía en el determinados instrumentos y hacía virguerías….la gente acabó de pie aplaudiendo como una loca….volvió encantada…
-          Siiii, a mi me contaron algo parecido de ese concierto….dentro de unas semanas está el hijo de John Coltrane…..un lujazo…molaría ir

Ella sentía una creciente rigidez en la espalda y cambiaba rápidamente de tema. Pero lo cierto es que, ya en su casa sola cada noche, cuándo por fin tenía tiempo para estar consigo misma, notaba que el Deseo, ese perro esquivo e intratable que la había estado ignorando años, comenzaba a hacer tímidas y fugaces apariciones. Ahora era ella la que procuraba ignorarlo. No se iba a ir de rositas después de su rastrera y sucia deserción. Ella tenía su orgullo…o no?.... pero se sorprendía pensando tengo que ir de compras…hace siglos que no me paso por Skunfunk y seguro que ya tienen lo de veranito…no me vendrían mal faldas…camisetas…un maxibolso de los míos…
Era cierto, aún no había empezado mayo y sobre la ciudad se había instalado un agradable y optimista verano. Todo el mundo estaba más alegre, los parques llenos de críos jugando otra vez. A Esther le encantaba su barrio, obrero y sencillo, entusiasta. Cuándo los dioses regalaban días así, las terrazas se llenaban de gente que charlaba y reía animadamente hasta tarde. A través de la galería de su sala de estar, ella oía el bullicio, las risas de los niños, el tintineo de los vasos, era una sensación incomparable. Era la vida. Y cuando se es joven, no se puede evitar desear ardientemente formar parte de ella…pintarme las uñas de los pies de rojo y ponerme los anillitos de plata, como cada verano… y…unas sandalias chulas….tipo romanas….bueno, dos….unas negras y otras marrones….yyyyyy….biquinis….un par por lo menos….Luego despertaba repentinamente de la ensoñación femenina…biquinis?? …pero si hace siglos que no voy a la playa… Antes de su inmersión en el pozo, Ana y ella disfrutaban muchísimo con todo el juego previo a la llegada del verano, les encantaba hacer planes, ir de compras, todos los veranos se escapaban una semanita a cualquier lado, unos años a alguna isla del sur, otros simplemente al camping de Louro, en el que se sentían como en casa. El ritual de ponerse anillos en los pies y pintarse las uñas de rojo era una de sus pequeñas complicidades. En cuánto el calor se asomaba, su amiga le decía Bueno, qué…cuándo nos vamos a comprar cosas bonitas para señoritas?...Era una expresión de un libro de Marian Keyes, con la que se partían de risa cosas bonitas para señoritas…

-…bueno tía, te dejo, que tengo que corregir cuarenta exámenes para mañana y tengo que poner lavadoras y tengo que….…….,
-jodeeer Ana…acaba de entrar….está ahí…- sintió un millón de mariposas revoloteando en el estómago.

El Vicentín, efectivamente, acababa de entrar y se había parado en la mesa de exposición, dónde se  había puesto a pasar interesado las páginas del último de Almudena Grandes.
Ana, escurridiza y rápida como una ardilla, se deslizó tras el mostrador, pulsó el botón de encendido de la cafetera y le guiñó un ojo a Esther, para alejarse acto seguido por el pasillo, taconeando con decisión y haciendo tintinear toda la plata que llevaba encima. Al llegar a la altura del Vicentín, y sin dejar de caminar hacia la salida, le espetó:

-adiós Vicente, majo, me alegro de verte por fin…

El Vicentín la miró perplejo, sin duda barajando dos posibilidades, o que le confundía con otro, o que estaba loca…por lo que no iba desencaminado. De forma automática miró hacia el mostrador, en dónde Esther leía concentradísima un folio, que, para más señas, estaba en blanco.

sábado, 2 de abril de 2011

más que mirarse (VII)

-Esther…hija…no sabes como os echamos de menos…y lo mucho que nos acordamos de Charo…era una mujer extraordinaria…tan generosa, tan divertida…
-gracias Pili…yo también la echo mucho de menos…

Agradecí como agua de mayo encontrarme a la vecina en el rellano, sólo porque esa breve conversación  demoraba unos minutos mi entrada en el piso de Orillamar, al que, como una fugitiva, había evitado volver desde la muerte de la que para mi había sido como mi madre. Había tardado meses en hacer acopio de valor y fuerzas para dar este paso, lo había intentado docenas de veces…de mañana no pasa …mañana iré allí…tengo tanto que hacer…llevar la ropa a Caritas…limpiar…cubrir los muebles con sábanas…y traerme las fotos…los libros…los discos……los diarios…
Los diarios era lo que realmente me asustaba. Charo los había escrito a lo largo de toda su vida, desde muy joven, como había hecho mi madre, como hacía yo misma. Recogía todo en ellos, vivencias, impresiones, ideas para relatos, reflexiones políticas o filosóficas…
Yo le había visto escribir millones de noches, sentada a la mesa de la cocina, a veces relajada, a veces febril… siempre entregada. Por eso sabía que en ellos estaba la esencia misma de esa mujer cuya ausencia me dolía como una herida abierta y supurante. Eran muchos, tantos, que ocupaban por entero  un pesado y aristocrático secreter estilo Luís XV que Charo heredara de su abuela. Yo nunca había cometido la imperdonable indiscreción de leerlos en vida de ella. El respeto por la intimidad del otro era uno de los principios que Charo me había inculcado a fuego. Nunca entraba en mi cuarto sin llamar, ni revisaba mis cajones o armarios. Pero sí me había precisado que sus diarios eran una herencia que me pertenecía a mi y sólo a mi por derecho y su único temor era que su contenido me alterase emocionalmente de alguna forma…a los juicios sobre mis actos no le tengo miedo, hija, no me arrepiento de  nada de lo que he hecho, si acaso de lo que he dejado de hacer…de eso tal vez…
Así que demoré el secreter deliberadamente. Valiente estupidez, porque, de todas formas, la sola visión de su cepillo de dientes en el vaso del cuarto de baño y la crema hidratante sin cerrar en el borde del lavabo, como si fuese a usarla esa misma noche, ya redujeron a escombros mi entereza, hasta tal punto que el daño se materializó en aguda punzada de dolor en el estómago, que me dobló por la mitad y me obligó a sentarme en la bañera hasta que logré controlar el llanto. Comprendí que necesitaba un descanso antes de entrar en su cuarto, así que me dirigí a la cocina y preparé café y encendí un cigarrillo. De forma maquinal ocupé la misma silla que siempre ocupaba, como esperando que ella apareciera por la puerta con su eterna y dulce sonrisa y ocupara a su vez la silla contigua buenos días mi niña como has dormido espera que te preparo tus torrijas…acaricié sus cosas…el almanaque que yo le había regalado la navidad anterior, con una cita de Benedetti para cada día, se había quedado desactualizado y aún mostraba la cita del dos de febrero... de esta tregua brevísima querría/ llevarme algunas cosas / verbigracia el latido del amor…Sonreí y pensé que desde luego la vida, o por lo menos, La Vida , sí era una brevísima tregua, y que ella, el latido del amor ,había conseguido llevárselo allí donde quiera que estuviese. Pasé las hojas del calendario que ella no había podido pasar y llegué hasta la que tocaba, catorce de julio, que parecía estar esperándome… cada vez que te vayas de ti misma/ no destruyas la vía de regreso/ volver es una forma de encontrarse/ y así verás que allí también te espero…

Al abrir el armario, el olor de su perfume me llegó en cálidos y reconfortantes vahos, que me envolvieron y estrecharon en un abrazo imposible. Acaricié y aspiré cada prenda, que fui metiendo en bolsas diligentemente, con esmero y delicadeza. Al abrir la última puerta me encontré con su abrigo de astracán, aquel tan elegante y soberbio, el que se ponía en contadas ocasiones. Me sentí incapaz de desecharlo y llevada por un impulso infantil, me lo puse y me envolví en él hasta las orejas, aspirando su aroma, el aroma de Charo y sintiendo su suavidad en las mejillas. Me dio una inesperada sensación de sosiego, y, sin dejar de acariciarlo, desanduve el largo pasillo hasta llegar a la biblioteca, dónde me senté en suelo frente al secreter .Cogí el primer diario al azar, porque de un simple vistazo me di cuenta de que no estaban ordenados por épocas o por alguna suerte de lógica determinada, ya que librillos muy ajados y vividos se entremezclaban con otros nuevos, de tapas relucientes. Por este desorden, deduje que Charo había estado releyéndolos en sus últimos días. El que vino a mis manos como por encantamiento, tenía una breve reseña en su primera página, la caligrafía hermosa y esmerada de maestra, que tan bien conocía, me conmovió  Primavera de 1984. La niña.

20 Abril 1984

La niña me mira asustada y confundida, pero no habla. Parece un animalillo perdido y vulnerable, y sus ojos amenazan constantemente con ir a deshacerse en un llanto que no acaba de derramarse. Ojala lo hiciese…le haría tanto bien llorar…apenas come y duerme muy poco, esta noche me la encontré de madrugada vagando solita por el pasillo con ese perrito de trapo suyo colgado del brazo, del que no se separa. La cogí en brazos y la llevé a su cama. Estuve acariciándole el pelo e intenté que me hablase. Sólo me mira y me mira, como si esperase que mis ojos le confirmen esa verdad tan temida y presentida de que sus padres no van a volver. La verdad es que esto es más duro de lo que me temía. Me destroza su absoluta indefensión, la injusticia que ha de padecer la pobrecilla.

22 Abril 1984

Esta tarde cuándo he ido a buscarla al colegio no la encontraba. Me alarmé y me puse a buscarla por el patio. Tardé unos cinco minutos en verla. Estaba ovillada en el suelo, al lado de los lavabos, en silencio, con el muñeco abrazado a su cuerpecillo, un abrazo desesperado. Le he dicho Esther, por dios, niña como te escondes así…parecía no oírme. La cogí por la barbilla y la obligué a levantar la cabeza. Tenía el rostro cubierto de lágrimas, los ojos hinchadísimos, sabe dios el tiempo que llevaría allí. Le he dicho que te pasa mi niña …y por fin me contestó…que quiero que mamá y papá vuelvan ya de una vez porque tengo miedo…

23 Abril 1984

He pedido una excedencia. No voy a trabajar hasta el curso próximo. Y la niña no va a volver tampoco hasta septiembre. He comprendido que necesita pasar conmigo todo el tiempo y voy a llevármela de viaje una temporada, necesita el cambio.

1 Mayo 1984

La niña parece agradecerme la nueva situación. Sigue emitiendo casi sólo monosílabos y sigo encontrándomela todas las noches recorriendo en silencio el pasillo con su inseparable compañero, pero ha empezado a comer más y parece ir comprendiendo la realidad, porque se para ante las fotos de sus padres y las mira mucho rato, a veces llora, a veces sonríe y acaricia levemente el cristal con sus deditos. Pero es bueno que llore, tiene que elaborar su duelo. Le he dicho que nos vamos a ir a pasar el verano al campo, a casa de mi hermana, que allí hay otros niños para jugar y que vamos a ir a la playa y a comer en la hierba. Me ha dicho “a mamá le gusta mucho la playa de Perbes, ¿vamos a ir allí?”

Me di cuenta de que estaba prácticamente a oscuras. Se había hecho de noche y yo seguía con en el suelo envuelta en mi abrigo de astracán. Cogí todos los diarios y los metí en una bolsa. No quería pasar la noche allí.

No quería recorrer a oscuras otra vez aquel pasillo de madrugada.