martes, 13 de septiembre de 2011

más que mirarse (XXIV)

La mente del torturador. El alma del torturador. Siempre habían sido para mi un misterio, un enigma absoluto. Qué podía llevar a una persona a infringir a otra un tormento insufrible, a experimentar con los límites del dolor ajeno. Cómo se podía vivir con eso, con la consciencia del monstruo interior. Con el recuerdo de las miradas y los gritos, del sufrimiento causado. Más que Pinochet, Videla o Galtieri, figuras visibles y ridículas, grotescas caricaturas de sí mismos, con sus uniformes teatrales y sus gafas oscuras, tan previsibles, de discurso tan manido y risible, me asustaba el otro, el que ejecutaba las órdenes, el siniestro que se encontraba cara a cara con la víctima dentro de la celda, el que accionaba el interruptor que hacía sonar la música, ajustaba el volumen al máximo para acallar alaridos y tormento. El que empujaba la cabeza dentro de la pileta, y ejercía un poco más, un poco más de presión, esta vez vas a tragar más agua. El que empuñaba la picana sobre los genitales y subía un poco más la intensidad, a ver cuántos voltios resiste esta vez. Esa clase de monstruo era el que me fascinaba e interrogaba hasta la repugnancia. Claro que éste tampoco solía enfrentarse con la mirada de su víctima, porque su víctima, generalmente,  tenía los ojos vendados.

Que alguien me diga si ha visto a mi esposo…preguntaba la doña…se llama Ernesto X tiene cuarenta años…trabaja de celador en un negocio de carros… llevaba camisa oscura y pantalón claro… salió anteanoche… y no ha regresado...y no sé ya que pensar pues esto antes no me había pasado…

Apenas estrenada mi adolescencia, junto con el nacimiento de la conciencia y los ideales, el inevitable posicionamiento a uno u otro lado, aunque también se podía optar por la practicidad de la indiferencia,… ¿se podía?... Supe que, en el año en que yo había nacido, en el país en el yo había nacido, con días de diferencia, había nacido el Horror.

Llevo tres días buscando a mi hermana… se llama Altagracia igual que la abuela… salió del trabajo pala escuela… llevaba unos jeans y una camisa clara… no ha sido el novio… el tipo está en su casa… no saben de ella en la PSN… ni el hospital


Ellos, los golpistas, lo llamaron Proceso de Reorganización Nacional, pero en realidad no fue más que una guerra sucia, contra el pueblo, un rosario de devastadores actos de terrorismo de estado, un fenómeno que no era nuevo en Latinoamérica, que tres años antes  se había ejecutado en Chile, por ejemplo, con el beneplácito y la financiación de los Estados Unidos. De la iglesia católica. De la gente de bien. En mi país no fue distinto. Se arrasaron los derechos individuales, las libertades públicas y privadas. Se torturó, se mató, se desapareció a más de treinta mil personas. Treinta mil.
Desaparecidos…no dejaba de ser una suerte de absurdo eufemismo, que no hacía sino agrandar más el dolor de los que se quedaban, que no podían ni siquiera enterrar a sus muertos, porque ni siquiera estaban oficialmente muertos. De esta forma también se les vetaba la dignidad, la asunción de la tragedia y el camino de la recuperación, si es que ésta era posible.
No sabía por qué, pero quería saberlo todo, me agenciaba documentales, periódicos, películas, que invariablemente me dejaban en un estado lamentable, presa de la rabia y la impotencia. Preguntaba a Charo, ella me miraba extrañada, me decía déjalo ya Esther, es bueno que sepas, que todos sepamos…pero esta obsesión…no me gusta
Según fueron pasando los años dejé de investigar. Incluso pasados los veinticinco, me hacía tanto daño, que intentaba no mirar, cambiaba de canal, pasaba de hoja.

Que alguien me diga… si ha visto a mi hijo… es estudiante de premedicina… se llama Agustín y es un buen muchacho…a veces es terco cuando opina… lo han detenido…no sé que fuerza…pantalón blanco camisa a rayas…pasó anteayer…

Y ahora esto. Y en los diarios de mi madre no había siquiera una mención, un dato. O tal vez, ella misma había hecho desaparecer los cuadernos que recogieron el miedo y la angustia. Seguramente, mi  madre me estaba protegiendo.

Detenían a las personas en sus casas, de madrugada, con la impunidad que les prestaba la oscuridad y la más que probable indeferencia del vecino. Al amparo de la noche, como los asesinos, como los delincuentes, como lo que eran, al fin y al cabo. Irrumpían a fuerza de odio y culatazos. El país estaba sembrado de centros de detención ilegales e improvisados, probablemente el de  la ESMA, Escuela de Mecánica de la Armada, fue el más grande, a saber si el más siniestro.

Ser estudiante. Ser obrero. Profesor universitario. Pertenecer a un sindicato.  Todo. Nada. Todo y nada podía ser motivo de secuestro, tortura, violación, ejecución.

Mi  padre y sus alumnos se hicieron visibles para sus verdugos por solicitar un bono bus para los estudiantes que vivían lejos y tenían que caminar horas para asistir a clase. Un bono bus.

Clara Quiñones se llama mi madre…ella es un alma de dios no se mete con nadie…y se la han llevado de testigo…por un asunto que es nada más conmigo…y fui a entregarme…hoy por la tarde…y ahora di que no saben quien se la llevó del cuartel…

Mi padre sufrió secuestro y tortura durante meses en un lugar llamado El  pozo de Quilmes. Hacía meses que no dormía, que pasaba las noches alerta, muerto de miedo.

La madrugada del dieciséis de septiembre oyó pasos y golpes y arrancó a mi madre de la cama, me puso en sus brazos y la ayudó  a saltar la tapia que separaba su jardín del vecino. Luego entró en la casa y se dejó detener. Mi madre pasó los días siguientes recorriendo hospitales y comisarías, averiguando. Supo que la misma noche se habían llevado a diez alumnos, todos de entre dieciséis y dieciocho años. Pero se los había tragado la tierra. Nadie sabía adónde se los habían llevado, si estaban vivos o muertos.

Adonde van los desaparecidos…busca en el agua y en los matorrales…y por qué es que se desaparecen…porque no todos somos iguales…y cuándo vuelve el desaparecido…cada vez que lo trae el pensamiento…cómo se le habla al desaparecido…con la emoción apretando por dentro…

Charo cuenta que la pobrecilla llamó a todas las puertas, que no descansó ni de día ni de noche. Muchas de esas puertas se cerraron. El miedo, la injusticia, la indiferencia, las cerraban. Mi padre ya no era una persona, era un elemento subversivo, y por lo tanto susceptible de aniquilación y ejecución con total impunidad de sus verdugos.
Mientras tanto, a Charo la impotencia la mataba. Y se vio obligada a volver a pisar la casa de su padre. Y a pedirle dinero. El dinero necesario para sacarnos a mi madre y a mí del país y traernos aquí. Escribía a Buenos Aires de forma constante, rogándole, suplicándole a Carol que volase conmigo, que ella se encargaba de todo. Pero mi madre se negaba a dejar a su marido allí. Decía que ella sabía que estaba vivo, que iba a volver. Y tuvo razón.
Mi padre apareció tirado en una cuneta, en las afueras, la madrugada del quince de diciembre. El camión de un trapero lo recogió y lo dejó en la puerta de nuestra casa. Cuándo mi madre lo vio, le llevó unos segundos reconocerlo. Estaba cubierto de costras, escuálido, derrotado. Y así siguió el resto de sus días, que no eran demasiados. Porque nunca salió del todo de El Pozo de Quilmes. La parte más intima de si mismo, la que había visto de cerca los ojos de la maldad y  la locura, no pudo olvidar. Fue incapaz de borrar el pálpito del terror cada vez que le arrastraban de su celda a otra, dónde había un médico que medía la capacidad de aguante no no sigan por hoy muchachos, déjenlo un par de días porque sino este pájaro no sale…dónde una mano le sumergía la cabeza en agua sucia y él, que nunca había rezado, pedía que por favor no más, que esa fuera la definitiva. No podía borrar el terror de los ojos de Lidia, que sólo tenía diecisiete, que era alumna suya, que era muy guapa, que era una niña. Y cada vez que venían por ella sonaba música clásica muy alta, porque eran varios y todos hacían lo que querían.

Anoche escuché varias detenciones…putún patá putún peté…tiro de escopeta y de revolver…carros acelerados…frenos… gritos…eco de botas en la calle…golpe de  puertas… quejas…pordioses…platos rotos…estaban dando la telenovela…por eso nadie miró pafuera…

Finalmente volamos a Madrid, con el dinero del padre de Charo, a principios de mil novecientos setenta y ocho. De allí a Santiago.  Mi padre sufrió lo indecible con tantas horas vuelo, no tanto por las secuelas físicas, por sus huesos machacados y mal soldados, como por la claustrofobia insufrible que había contraído en El Pozo, y que le hizo ahogarse y buscar el aire con angustia durante el resto de sus días.



Febrero 1978

Desde anoche los tengo instalados en mi casa. No puedo decir que felizmente, porque no reconozco a Carlos en la mirada extraviada y acuosa de este viejo prematuro. He observado que no soporta ventanas ni puertas cerradas, se agarra la garganta como si el aire le quemara y sale continuamente a la puerta, dónde se queda ratos muy largos mirando nada y fumando. A Carol también le pesa el sufrimiento en los ojos, nunca la he visto tan cansada. Pero se le ilumina la mirada con la niña, que es bastante tranquila y sonríe como una bendita. De momento se quedarán unos meses conmigo en la aldea, aún es pronto para pensar en otra cosa que no sea descansar.

Marzo 1978

Anoche Carol y yo conversamos hasta tarde. Parece pedirme perdón por su falta de alegría, como si hiciera falta. Mi dolor, mis pérdidas me parecen nimias al lado de toda esta locura…" sabes Charo…yo doy las gracias por tenerle conmigo, por que su hija haya llegado a conocerle…pero nunca…jamás…no perdonaré nunca… y sé que nadie me devolverá  a mi hombre, el hombre fuerte y valiente que yo conocía…durante los primeros días los tuvieron en un sótano húmedo y oscuro, separados por mamparas, de pie, atados al techo con una especie de cadena…desnudos…algunos días no les vendaron bien, o la venda de los ojos se escurría…y lo que Carlos vio…era dantesco…aquellos hombres iban allí a torturar y violar como quién va al trabajo Charo…incluso fichaban al entrar y al salir…Carlos oía sus conversaciones triviales, sobre su familia…tenían hijos…familias…sobre fútbol…sobre el mundial…se quitaban la chaqueta y se remangaban…desataban al desgraciado o desgraciada que tocara  y se lo llevaban a una habitación minúscula, asfixiante y oscura…y bueno…no puedo dejar de pensar que cómo…cómo volvían luego a fichar y a sus casas…y besaban a sus hijos…no puedo…”

Adonde van los desaparecidos…busca en el agua y en los matorrales…y por qué es que se desaparecen…porque no todos somos iguales…y cuándo vuelve el desaparecido…cada vez que lo trae el pensamiento…cómo se le habla la desaparecido…con la emoción apretando por dentro…


En mi país se intentó borrar las huellas de la barbarie por ley, por decreto, y aunque suene absurdo, es cierto, se llamó Ley 23.492, De Punto Final. Con ella se paralizaron todas las causas judiciales abiertas contra los asesinos y los militares que lideraron las juntas y auspiciaron todo el horror. Hubo otra ley, se llamó Ley de Obediencia Debida, que tenía la misma finalidad, decretar la impunidad de todos ellos. Se cayeron por su propio peso, pero lo hicieron cuándo, como en el caso de Pinochet en Chile, muchos de los verdugos habían tendido una muerte tranquila en sus camas, o eran tan viejos que su propia miseria les libró de un castigo que sería justicia.
 Entonces no lo entendí. Pero se me quedó grabada a fuego una mañana de domingo, en casa de Charo.
 Las noticias, en blanco y negro, arrojaban la imagen de un viejo, vestido de militar, que comulgaba en una iglesia muy grande. Mi padre, como si la comida estuviese podrida, reprimió una arcada y salió corriendo al baño, dónde oímos los estertores de un vómito compulsivo, mientras mi madre y Charo cruzaban una mirada horrorizada .Unos instantes después, mi madre corrió al baño, y yo detrás de ella. Antes de que Charo me cogiera en brazos y cerrara la puerta, vi a mi padre de rodillas sobre las baldosas, se aferraba a mi madre, que permanecía de pie, por la cintura, y hundía la cara en su vientre. Ella le acariciaba el pelo y me miró un instante, cubierta de lágrimas. No supe descifrarlo entonces, pero yo nunca le había visto a mi madre esa expresión de asco y de pena.

 Aquel viejo de la tele era Jorge Rafael Videla, comulgando en la catedral de Buenos Aires, amparado por la iglesia y por la ley.

Ahora pues, entendía muchas cosas…tantas cosas. Entendía que Charo intentase apartarme de una historia siniestra que era mucho más mía de lo que yo podría imaginar jamás. Que mi madre no escribiese nunca sobre aquello. Pero ahora tenía treinta y cinco años. Y era más fuerte y más capaz de soportar la verdad. Y la verdad era mía. Y era atroz.

Adonde van los desaparecidos…busca en el agua y en los matorrales…y por qué es que se desaparecen…porque no todos somos iguales…y cuándo vuelve el desaparecido…cada vez que lo trae el pensamiento…cómo se le habla la desaparecido…con la emoción apretando por dentro…*


De Rubén Blades, “Desapariciones”


domingo, 4 de septiembre de 2011

más que mirarse (XXIII)


Hay pocos placeres comparables a compartir una comida generosa con amigos, buen ánimo y una conversación inteligente.
 Esther casi no tenía dudas de que la cena con Ana y Alberto sería un éxito, que Rafa les caería bien.
 Pero aún así estaba tan nerviosa como ilusionada con la ocasión. La idea había sido de Ana… ¿qué?… ¿piensas guardarte a tu amante prodigioso sólo para ti o lo vas a compartir con los colegas?… le respondió instantáneamente, sin pensar en comentárselo a él antes siquiera... claro…podemos cenar en vuestra casa el viernes si te apetece…Ana la miró asombrada, con la sorpresa del que descubre que ha acertado una lotería aceptable…hija, si llego a saber que sólo bastaba con proponerlo lo habría hecho hace meses…
El viernes cerró antes de la hora al mediodía y corrió al súper. Compró queso tierno, jamón cocido, huevos, calabacín y masa de hojaldre.
 Al llegar a casa puso el directo de REM, abrió una coca-cola zero y se enfundó en el delantal. Tenía las instrucciones culinarias de Charo grabadas a fuego y casi le parecía oír su voz mientras las ejecutaba con mimo pones papel de horno y luego extiendes una capa de masa…así, con cuidado de que no se te rompa, ves?... luego una capa de lonchas de queso y encima el calabacín muy picadito y tomatitos cherry cortado en juliana…bates un huevo y lo extiendes por encima…un poquito de sal y pimienta…ahora pones el jamón y por último tapas todo con otra capa de masa…vuelves a extender huevo batido y sellas los bordes con un tenedor…ves? Lo haces con delicadeza, para que el dibujo quede pulcro…lo metes al horno unos veinte minutos, primero sólo por abajo, luego unos minutos por los dos lados y al final gratinas…
Mientras que la tarta salada se horneaba, preparó el mejunje de la tarta de queso, que era sencillísima y siempre le salía rica. Sonreía como una tonta recordando la reacción de Rafa, más divertido que enfadado por haber aceptado sin consultarle…el viernes? Ummm…no sé….creo que he quedado con una estudiante de Monte Alto…pero claro tonta!!! Cómo no voy a querer ir? Me muero de ganas de conocer a Ana…en realidad me has hablado tanto de ella que me parece conocerla ya…si quieres que vengan a mi casa…
El problema del piso de Esther era que su salón era demasiado pequeño para ese tipo de eventos, por eso siempre intentaba colaborar pero no ser la anfitriona. A veces pensaba que era un poco tonto mantener el piso de Orillamar cerrado a cal y canto. Pero aún no se sentía preparada para volver a vivir allí. De todas maneras si la situación de bajada de ventas se mantenía en la librería, tendría que considerar la idea de pasar del alquiler. Cuando todo estuvo listo, cambió el CD, y mientras Bowie llenaba el espacio con The man who sold the World, se metió en la ducha. Escogió vaqueros pitillo, camiseta negra escotada, tacones y americana. Se miró al espejo y descubrió que le faltaban pendientes largos de plata para poner la guinda. Se gustó. Iba a cenar con su familia. Quería estar guapa.
Cuándo llamaron al timbre, a eso de las diez, las piernas le temblaban. Rafa, sin embargo, sonreía lleno de tranquilidad, infundiéndole coraje. Y también orgullo. Estaba guapísimo, también con foulard y americana, desprendiendo un sutil y elegante aroma  a Cacharel.

Ana les abrió con una sonrisa de oreja a oreja y una salida de las suyas

-          Hombre, pero que buena pareja hacéis…que barbaridad…si parecéis los Beckham…

Alberto salió de la cocina con el mandil puesto, abrazó a Esther e intercambió con Rafa el consabido apretón de manos. Los hombres nunca se dan dos besos.
Esa noche Esther fue feliz, feliz de verdad. Todo fue fluido y fácil, como si hiciera siglos que los cuatro se conocían. La cena se alargó hasta las tres de la mañana y terminó con copas, luz suave y música.
Al abandonar el portal descubrieron que una lluvia leve pero insistente caía sin piedad sobre coches y aceras, mojándolo todo. No les importó. Caminaron abrazándose, besándose, a trompicones, parándose largos ratos para besarse y mirarse, indiferentes al aguacero que les empapaba la ropa, el pelo, la cara…
Abrieron del calentón portales, ascensores y puertas, para terminar sobre la cama de ella, un revoltijo de calor, saliva y ganas.