miércoles, 30 de noviembre de 2011

más que mirarse (XXVIII)


Aquel día llovía a mares. El viento nos empujaba y nos hacía dar bandazos de un lado a otro, sobre todo a mi, que pese a mi altura, más que respetable teniendo en cuenta mis diez larguiruchos años, era un saquito de huesos, como me decía Charo, bromeando y sobándome la cabeza.
Avanzábamos por la acera de nuestra calle abrazadas, protegiéndonos mutuamente de los arrebatos del otoño.
El chico estaba sentado en un saliente de la pared, justo al lado de nuestro portal de Orillamar. Yo ni siquiera había reparado en él, pero sentí los dedos de Charo clavárseme en el brazo con fuerza, como si temiera caerse. La miré y vi que a su vez lo miraba entre hipnotizada y alarmada, como si fuese una aparición. Al llegar a su altura, el chico se levantó y escrutó la cara de ella como intentando cerciorarse. Ambos se quedaron parados frente a frente, midiéndose, adivinándose las intenciones, reconociéndose…Hola soy Sergio Solís…creo que usted debe ser Charo…se quedó esperando su reacción, porque ella sólo atinaba a observarle embobada, incapaz de mantener la fórmula de cortesía que se imponía a continuación. La vi pasarse la mano por la frente, un intento patente de recomponerse perdona…es que te pareces tanto a tu padre…hasta logró dejar escapar una risilla entre ridícula y circunstancial por unos segundos he creído en los fantasmas…él también rió, también visiblemente nervioso e incómodo. En la mano derecha llevaba un paquete grueso, papel vulgar, marrón y resistente, muy abultado, atado con varias cintas no quiero molestarla…de hecho tengo que marcharme enseguida si no quiero perder el tren…verá…mi madre ha fallecido hace dos meses y bueno…vaciando la casa y arreglando sus papeles…los papeles de mis padres en realidad, apareció esto…le tendió el paquete, que ella tomó en sus manos y miró extrañada, esperando una aclaración…espero que no le importe…he leído gran parte del contenido de esos sobres…la noche que mi padre murió pronunciaba su nombre constantemente ¿sabe?, pedía a mi madre y a cualquiera que se acercara que la llamase…que por favor la llamase…verá…mis hermanos y yo no entendíamos nada como comprenderá…pero mi madre pidió a una enfermera que le diesen algo…que deliraba…que no quería verlo sufrir…y bueno…ya no despertó…como sabe han pasado muchos años ya…mi madre guardó celosamente todo esto…pero yo he comprendido que él hubiese querido que finalmente llegasen a su destinataria…no ha sido difícil…su dirección aparece varias veces…hay fotos…cartas…en fin…que todo es suyo…y que yo me tengo que ir ya…
Cuando echó a andar apresuradamente en dirección opuesta, ella seguía en estado de trance, mirando alternativamente el paquete y la figura juvenil que se alejaba. Luego pareció despertar y me dijo anda hija vamos arriba que nos estamos mojando como tontas aquí…y yo ¿pero Charo, qué pasa? ¿ quién era ese chico?...nadie Esther…un antiguo alumno…el hijo de un compañero de trabajo que tuve hace mil años…
Aquel día estuvo rara todo el tiempo, inquieta, ansiosa, sin paz. Supongo que esperaría a la noche, a que yo me acostase, para abrir aquel tesoro que le había llovido del cielo. Era mil novecientos ochenta y seis. Hacía varios años que le habían dado destino en un colegio de la ciudad, varios años en los que había tenido que enterrar sucesivamente a mis padres y a los suyos, que desaparecieron con apenas un mes de diferencia.


Noviembre 1986
Así que esta ha sido mi amarga victoria. Imaginar los cientos de veces que ella, taimada y tenaz, ha leído y releído sus cartas, observado nuestros rostros de ojos brillantes en unas cuantas fotos. Me escribió a diario desde el día siguiente a su marcha. Todas las cartas están encabezadas con un “hola mi amor” y me contaba en ellas todo, lo cotidiano, lo mismo que si me lo estuviera contando cara a cara. Pide perdón muchas veces, alude a la esperanza de poder verme siquiera un minuto, por la calle, en el autobús.  Las disertaciones dolorosas acerca de lo trágico de este amor nuestro sin cabida en espacio o tiempo alguno, las ruinas de sí mismo y el por qué. Por qué. Realmente debían ayudarle sus ensoñaciones porque tal vez lo más doloroso de ellas son las muchas ocasiones en las que me pregunta mi parecer sobre tal o tal cuestión, tal como hacíamos, lo hace como si no se diese cuenta de que sus preguntas son meramente retóricas, imposibles de contestar, hasta ese punto se sumergía en esa ficción creada por  él mismo, la ficción de tenerme cerca. Hay momentos en los que esa esperanza parece sostenerle, incluso se permite el optimismo, hay otros muy duros en los que se rinde a la certeza de ser un desgraciado, un hombre acabado que se arrastra por sus días, que no vive realmente, sólo sobrevive. Especialmente cruda me resultó una de ellas, la del día en que se entera de mi marcha…”hola mi amor…consulto casi a diario las listas del ministerio, sé casi desde el principio cuales van a ser tus pasos, y hoy por fin vi tu nombre en los traslados y me quise morir, viendo hasta que punto te he hecho daño…has pedido el destino más pobre y remoto, el más alejado posible de mi…y lo peor, de tu casa y de los tuyos…y si ya la culpa es un peso insufrible, este confirmarse de mis intuiciones me destroza. ¿Qué vas a hacer allí tan sola cielo, tan lejos de tus cosas, de esa ciudad que tanto amas, de tus amigos, de tu gente? ¿cómo pude cambiar tu universo hasta este punto, despojarte de todo lo que amabas y tenías antes de mí? Imaginarte allí sola, noche tras noche, soportando los rigores de un morada pobre, sin duda, de una existencia solitaria y fría, tú, mi hermosa señorita de ciudad, que lo tenías todo, todo, el apoyo de los tuyos, tu familia, el deshago económico que tus padres te ofrecían, la comodidad de una vida de clase media alta, tus salidas al cine, al teatro, tus cenas, tus compras…no puedo dejar de ver con esta claridad aterradora que te he destrozado la vida…y aún así, lo peor de todo es este no arrepentirse de nada, de nada, porque volvería a hacer lo mismo mil veces, si todo volviera a empezar y te tuviera delante, no renunciaría a ti, a tu voz, a tu cuerpo, ese cuerpo que me tortura noche tras noche…hasta ese punto soy egoísta y mezquino, perdóname Charo por dios…porque lo que más me preocupa es que te consumas odiándome…”

Es cierto que a veces le odié, le maldije, que desee que nunca hubiera estado. Y no es menos cierto que han pasado ya doce años y que no he dejado de pensarle ni uno solo de mis días, así que cómo…cómo arrepentirme, si esta ciudad, con todo lo que me ofrecía, no era nada al lado de uno solo de los minutos que pasé con él, si él es la historia real de mi vida, lo más bello, lo más amado, lo más doloroso, lo más mío. Así que no. No me arrepiento de nada y si le tuviera delante no renunciaría a él, a su voz, a su cuerpo, que me tortura noche tras noche, a pesar de que hace ya mucho que no es más que polvo. Hasta ese punto soy egoísta y mezquina.




jueves, 3 de noviembre de 2011

más que mirarse (XXVII)

La lluvia siempre la desanimaba. Y más en esta época del año, el cambio horario robaba una hora de día, todo estaba gris y plomizo, le costaba levantarse por las mañanas. No se sentía especialmente optimista y el futuro se abría otra vez descorazonador e intrigante. El futuro, ¿qué es eso? No existe. Además, tenía que tomar decisiones en lo relativo a sus finanzas, sanear, eliminar, recortar. Le daba una pereza infinita. Pero no podía demorarlo. Lo primero, la mudanza. Eliminar el alquiler de la lista mensual ya supondría un respiro importante. Había quedado con Ana para comer. Como tampoco le apetecía cocinar últimamente, había adelgazado por lo menos cinco kilos, así que ella le había dicho mañana atacamos las tapas del Andy…anda…atrévete a decirme que le vas a hacer ascos a esa gloriosa tortilla…al jamón asado…Vendió el último periódico de la mañana, apagó la cafetera y las luces y se puso el plumas. Aunque el Andy estaba a dos calles, la lluvia cruel y transversal la fustigó, llegó empapada. Ana había llegado antes y ocupado una mesa junto a la ventana, menos mal, porque el bar a esas horas se ponía imposible.

-         Me encanta tu look ochentero, la lluvia te ha puesto un tupé súper molón…
-         Que graciosa- contestó sin sonreír y atusándose el pelo con las manos
-         ¿Pedimos o qué?
-         Anda que te voy a contar algo gracioso para animarte…
-         Difícil…
-         A Alberto lo está acosando una tía del instituto por el facebook- se miraron fijamente y rompieron a reír
-         ¿y eso? ¿Quién es?
-         Psss…una tal Bea…del montón…fea fea no es…pero le gusta Lady Gaga,” reggaeton” y cosas como esa...es bastante ridícula...se saca fotos de marchita con jovenzuelos y tiene frases memorables como “la joya más hermosa que puede tener una mujer alrededor del cuello son los brazos de su hijo”

Esther tuvo que hacer un esfuerzo y taparse la boca con las manos para no escupir el trago de coca cola que acababa de beber, porque las dos estallaron en una carcajada prolongada y cómplice

-         jóder…encima no será una fundamentalista de la maternidad… ¿es de ésas de la mamifia?
-         No sé…el rollo es que él le contesta y hasta se ríe con ella…
-         Normal…no se va a reír…uy…qué cara pones…a ver Ana…si le va ese rollo ha tenido que estar años fingiendo para darte conversación a ti…y entrenando para que no se le note…
-         Eso pensé yo…qué código intermedio usarán para comunicarse…a lo mejor le da morbo seducir virtualmente a incautas mozas…
-         A ver nena…no te ralles por chorradas… ¿ Alberto fingiendo ser un chico culto e inteligente todos estos años hasta que se ha cansado de ti y ha decidido dar rienda suelta a sus verdaderos y simples instintos?...es bien difícil de creer…sería agotador y sobre todo enfermizo…la definición perfecta de un embaucador…mira…profetizo que se va a aburrir de la conversación de Lady Gaga en 0.2…sólo se entretiene el pobre…es que tú trabajas mucho Anita…

-         Sí, yo también lo profetizo, ¿nos tomamos otra?

Cuando salieron del Andy la lluvia descansaba y decidieron tomar café en la estación de tren, porque allí podían fumar y les encantaba ver llegar y marcharse a la gente.

-         Qué como va el tema Rafa…
-         Bien…el otro día conocí a Clara…
-         No  jodas…y cómo fue?
-         Es preciosa…clavadita a su madre…rubia de pelo rizadísimo…ojos claros…tiene una mirada de inteligencia que flipas…me miraba todo el rato como intentando adivinar en mi perversas intenciones…
-         Normal…Esther…estás celosa?
-         No…sí…yo que sé…me siento como una  intrusa…
-         A ver guapa…la gente se divorcia todos los días…no fue por ti…hay ya tantos matrimonios en segundas nupcias como en primeras, mogollón de parejas que aportan hijos de matrimonios anteriores, ¿en que siglo vives?
-         ¿y si me pasa lo que a Charo? ¿y si decide que es mejor intentarlo por la niña y me deja tirada?
-         A ver…para empezar la ex de Rafa no es una arpía, es una mujer moderna, joven y guapa que está a tiempo de todo y que se divorció porque ella quiso…Rafa no la dejó por ti…
-         Pero de alguna manera la dejó, dejó de quererla…
-         Bueno…y qué…a estas alturas de la película todos sabemos que el amor es eterno sólo mientras dura, que se acaba, que la rutina mata la pasión y todo ese rollo…las parejas que tienen un compañerismo a prueba de bomba, que son cómplices en lo bueno y en lo malo y se saben reflotar, resisten…las otras se van a la mierda…es así, Esther…deja de darle vueltas a lo obvio y sé feliz mientras dure, no hay más…
-         Sí, tienes razón…oye…me mudo a Orillamar el próximo mes, dejo el piso, ¿me podéis echar un cable con la mudanza? Sólo me llevo el sofá rojo, la tele, el ordenador y los libros de los últimos años…lo poco que es mío, vamos…
-         Claro tía, sin problema

Al despedirse, la tarde apenas empezaba,pero el día estaba oscuro y desapacible. Recibió un sms de Rafa diciéndole que tenía una comisión a las ocho y que no podría verla. Mejor pensó no puedo llevar a Charo de vuelta a Orillamar. Así que cerró temprano y se fue a casa. Se puso un chubasquero y cogió el cofre del fondo del armario Rosario Alonso de la Calleja 1941-2008. Condujo con calma hasta la Torre y aparcó. Al bajar del coche cerca del Cementerio de las palabras, el viento la empujó, hostil y desabrido. Caminó hasta las rocas y se abrazó unos minutos al bulto que llevaba bajo el abrigo. Luego, sin ceremonias, lo abrió y desalojó el contenido lanzándolo al aire. El viento hizo que algunas partículas volasen justo en dirección a su cara y no pudo menos que recordar una escena hilarante de una peli de los Coen. Se limpió y se echó a reír, pensó que a ella también le haría gracia un incidente tan escatológico.
 Caminó de vuelta al coche. Se deshizo de toda la ropa de abrigo y abrió la ventanilla. El olor del mar llegaba fresco y azul, como en un día de verano. Encendió un cigarro y se lo fumó con deliciosa calma, la cabeza apoyada en el respaldo, como cuando ella y Miguel, de novios, iban a la Torre a echar un polvo en el coche y luego pasaban horas hablando y fumando abrazados, hasta que el deseo reaparecía.
 Al terminar, tiró la colilla por la ventana y seleccionó Ironic de Alanis. Subió el volumen el máximo y arrancó con fuerza. Iba a cantar como una loca.