sábado, 5 de mayo de 2012

como un niño con zapatos nuevos


¬-Mami Olivia me ha vuelto a decir delante de todos que siempre llevo los mismos zapatos…
Joder otra vez no pensó con una resignación que no era tal, que en realidad era cansancio, desesperación, miedo.
-bueno María, ya te he dicho muchas veces que no hagas caso de las tonterías de Olivia, que lo importante es ir al cole limpios y abrigados…
Miró la piel desgastada, estirada hasta el imposible, los deditos de su hija apretujados mañana cobro…de mañana no pasa…
Pero Roberto llevaba meses sin pasarle la pensión, desde que se le había acabado el paro, ese paro que les había llevado al abismo, a hacer insostenible la convivencia. Y en la guardería cada vez menos niños, menos trabajo. Desde las cinco de la tarde su aula se quedaba vacía. Sabía que la propuesta de reducción de horas o despido llegaría inevitablemente más pronto que tarde. Sortearon charcos y frío y por fin llegaron al portal. Carta en el buzón. Factura del agua….mierda…padre si es posible aparta de mí este cáliz…

-María cielo…lee un cuento mientras mamá llama por teléfono a la abuela ¿si?

Dio varios circunloquios, enredó trivialidades, respiró muy hondo antes de decir:

-Por cierto mamá…necesito que me prestes cuarenta euros…tengo que comprarle unos zapatos a la niña…

domingo, 29 de abril de 2012

sin solvencia


- A plazos…la compras a plazos y ya está…- Yoli se lo había dicho muy segura- solicitas la tarjeta del Delcampo o del Carreclub…no se la deniegan a nadie…

Pero claro, Yoli tenía un marido. Dos nóminas.

Ella no. Ella tenía una nómina de 800 euros. Un hijo de cuatro años. Ningún marido. Una nevera rota.
Y ahora tenía a aquella chica sentada enfrente, pálida como una muerta, más avergonzada y apesadumbrada que ella misma
-Lo siento de veras…no consideran que ofrezca solvencia…yo…lo siento mucho…

Sonrió con esfuerzo y volvió a oír su voz cuando ya estaba cerrando la puerta

-¿Ha buscado en nuestra planta de oportunidades? Hay modelos a doscientos euros…

Ella no tenía doscientos euros. Tenía un hijo pequeño que desayunaba zumos individuales desde hacía una semana y se iba al colegio sin nada caliente en el estómago. Una sola nómina. Una nevera rota.

-Gracias…ya las he visto…no tengo doscientos euros….por eso solicité su tarjeta...

lunes, 16 de abril de 2012

la abuela de Mario

Hace tres años que la veo ir y venir. Mario es compañero de mi hijo desde primero de infantil y ella siempre está allí, cada mañana en la fila, cada tarde en el parque, en las reuniones…siempre amorosa, siempre entregada. Además de con Mario es habitual verla empujando el cochecito de una nueva nieta por las calles del barrio, o acompañar a otros nietos mayores a actividades, al cole, al médico.
Su cuerpo acusa el cansancio de los trabajos y los años, camina ligeramente encorvada, pero su mirada, alegre y chispeante, contrarresta su andar cansino. Nunca la he visto desarreglada. A sus sesenta y ocho años es una mujer guapa, el pelo pulcramente teñido de rubio ceniza, sus sortijas y sus colgantes, sus gestos estilosos.
Hace tres años que la admiro por todo esto, por su incesante actividad y su entusiasmo, cuando yo, con casi cuarenta años menos y un solo niño que atender, a veces tengo ganas de meterme en la cama a las once de la mañana. Estos días he llegado a admirarla mucho más.
Segunda semana de cole y se me acerca en el patio, amistosa, me rodea la espalda con el brazo, me da dos besos hola mi niña, ¿Cómo estás? Te estuve buscando ayer para saludarte pero vino tu marido…
Como muchas otras veces hacemos el camino de vuelta a casa juntas, charlando. Ando despacio y demoro el momento de llegar a la esquina de mi casa, dónde nos separamos, porque estoy a gusto y me encanta escucharla. Normalmente hablamos de trivialidades ¿tú a que actividades lo mandas?... ¿le sirven los mandilones del año pasado? Cosas así.
Esta mañana dejé atrás la esquina de mi calle y mi portal y la seguí hasta el suyo ay neniña yo aquí liándote con la de cosas que tendrás que hacer…me daba igual, su historia me atrapó, hubiera pasado con ella toda la mañana.
No sé ni como empezamos a hablar de la fe, yo le contaba que creía que mis primeros años en el cole de monjas me habían dejado ligeramente traumatizada, toda aquella disciplina del uniforme, los rezos y los himnos patrióticos. Ella se reía, asentía. Y de repente me regala una historia formidable de fortaleza y vida mira yo…es que necesitas algo a que aferrarte, a mi cuándo hace veintiocho años me desahuciaron por el cáncer de útero al principio me dio miedo, porque me dijeron que no iba a salir…y claro tuve que dejar el trabajo que tenía de cocinera en un colegio…incluso mi marido dejó el trabajo para estar conmigo lo que me quedase…y para ayudarme con los niños…me dijeron “te van a tratar como un sándwich, primero te van a quemar, luego a abrir y luego a quemarte otra vez”…pero me aferré a la esperanza y a San Francisco Javier…le rezaba mucho… a estas alturas yo, que ya me había quedado muda y encandilada, titubeo…tenías esperanza…me mira asombrada, me sonríe y afirma con una vehemencia absoluta ¡claro mi neniña! Siempre hay esperanza, siempre…si yo no llego a ser fuerte arrastraría a mis hijos y a mi marido conmigo, tu siempre tienes que mantenerte fuerte para tu familia, las mujeres somos el pilar, entiendes?...y eso que a mi marido me cuidó muchísimo, fue un enfermero buenísimo, pero buenísimo…él sabía que yo tomaba calmantes hacía mucho, tenía ya dolor…pero el caso es que me siguieron mirando durante once años y no se reprodujo…a pesar de lo de mi hijo…que se me murió…mi mirada debía ser de horror absoluto, porque pensaba pero dios, que cobarde soy, quejándome de mis problemas, que no son nada, le pregunto…”¿ se murió tu hijo?”…sonríe, me pone una mano en el hombro y me mira…sí…se me tiró por la ventana con veintitrés años…ya ves…y eso fue más difícil que lo otro…y también seguí adelante…por eso… aunque tu marido se ponga malo…o le pase algo a tu niño…dios no lo quiera…tú tienes que seguir adelante siempre, esperanza hay siempre… ya estamos llegando a su calle cuándo se recompone al instante con una sonrisa…lo de los curas...Bueno yo conozco a uno muy guapo…y anda de discotecas el tío…y hace muy bien…yo le digo “fulanito, si es que tenían que casarse ustedes también, además de salir...” me río, me dice “si si no te rías…si yo siempre digo que son un chollo desperdiciado de hombres, porque nunca van al paro y si no tienen dinero…pues lo cogen del cepillo…”
Nos reímos las dos con ganas.
Llego a casa y me doy cuenta de que se merece que no me olvide nunca de su lección. Y de que no sé el nombre de la abuela de Mario.
Mañana tengo que preguntárselo.

jueves, 16 de febrero de 2012

más que mirarse (XXX)

         Pero también
            la vida nos sujeta porque precisamente
            no es como la esperábamos.

                                   Jaime Gil de Biedma
        

Llega un momento en nuestras vidas en que se produce un punto de inflexión.
Lo marca algún acontecimiento. Un gran amor. Un hijo. La muerte o la enfermedad de alguien muy querido. Algo o alguien que forma parte fundamental de nuestra estructura vital cambia de posición. En cualquier caso, sabemos que es un punto y aparte, que nada podrá ya ser igual, que nada será lo mismo.
El tiempo modifica su consistencia. Dejamos de ver el futuro como una enorme y espléndida masa de días que nos envía señales luminosas, a las que miramos repletos de esperanza y optimismo. Perdemos el concepto de linealidad, de alguna manera. Empezamos a aceptar que ya no podremos con algunos proyectos, que hay metas que no alcanzaremos, sueños que sólo conservarán el nombre. Sencillamente porque sentimos que ya hemos completado, por lo menos, la mitad del camino. Que ya no habrá tiempo. O ilusión. O energías.
El cuerpo empieza a acusar la devastación del alma.Y dejamos de ser jóvenes y hermosos. La piel comienza a arrugarse, casi imperceptiblemente al principio. Rotundamente poco más tarde. Finísimas hebras blancas surgen tenaces de la fecundidad antes hermosa y poblada de nuestro cabello.
Dejamos atrás la cima de nuestros días y empezamos a descender.
De alguna manera la vida nos seguirá atando.
Tenemos hijos, afectos, trabajos, responsabilidades. Algo o alguien que depende de nosotros.
Y seguiremos adelante. Sin saber muy bien que es adelante. Preguntándonos si realmente es hacia adelante adonde vamos. Si no será más bien que ya sólo vamos hacia atrás.
Así que continuamos firmes en nuestro descenso de la cima. Cada vez con menos luz. Cada vez con más peso sobre los hombros. Pero continuamos.

Yo creo que todo este proceso ya había comenzado a gestarse en Charo cuando comenzó nuestra vida en común. Es muy posible que considerase que todo lo decisorio, todo lo trascendental, lo más  hermoso de su propia historia hubiese sucedido ya. Pero quiso quedarse para ayudarme a mí en el ascenso. Porque sabía que nadie puede hacerlo solo. Que el resultado de la escalada depende de los apoyos que recibamos en cuantos años fundamentales. Unos pocos años en los que todo los que nos enseñen, nos inculquen, nos den, definirán el resultado entre una persona o un mero ser humano.
Tuvo amantes.
No sé cuantos, ni sé exactamente la importancia que tuvieron, porque en sus diarios apenas los menciona. Sólo a Lucas Fernández, un abogado muy conocido de la ciudad al que rechazó como marido media docena de veces,  pero aceptó como amante ocasional una vez él estuvo casado con otra. Por lo que recuerdo de ese señor- falleció unos años antes que ella- solía mirar a mi madre con ojos de cordero camino del sacrificio y no se perdía detalle de cada uno de sus gestos o risas, pero creo que para Charo fue, probablemente, su mejor amigo.
Estuvo también el bibliotecario. Un señor atractivo y serio a más no poder, calculo que unos años más joven que ella. Cuando, allá por mi preadolescencia empezó a colar notitas entre los libros, Charo me las enseñaba entre divertida y sonrojada. Me di cuenta de que las notitas se habían traducido en piel y saliva cuando ese señor empezó a telefonear a nuestra casa y veía a Charo arreglarse y salir a la media hora de atenderle. Hubo algunos más y creo que todos ellos cumplían una función. La no desperdiciar ningún resquicio de juventud o belleza. La de sentir que seguía viva, viva pese a todo. Aunque estuviese ya del otro lado. Aunque fuese de bajada. Aunque nada pudiese ya ser lo mismo.

Creo que para mí, Esther Fernández Navarro, el tiempo de la claudicación ha comenzado ya. No sólo porque de cuando en cuando descubro una finísima hebra de pelo blanco colarse entre la soberbia aún fértil de mi cabello negro, sino porque asumo que a veces el cansancio es más valiente que la voluntad.

Confieso que el futuro, ese ente esquivo y tramposo, ya no me lanza fuegos de artificio,  promesas de perpetuidad y fortuna. Y que ya no le miro llena de optimismo y expectante ante su oferta. Pero sí le miro llena de curiosidad. Ha dejado de ser una curiosidad desaforada y apasionada. Es una curiosidad prudente y desconfiada.


Hace un año tuve que cerrar la librería. Las circunstancias decidieron por mí.
Y con todo, estuve agradecida de tener un empleo fijo al que volver. Sigo sin sentir mi sinfonía la mayor parte de los días, pero de vez en cuando se cuela alguna nota perdida y desmigajada. Tal vez esté volviendo. Tal vez no.

Pero miro a mi hija, dormida en su mini cuna mientras escribo esto y sé que debo quedarme velando su escalada. Habita dentro de mí cierta fuerza tibia y semidormida, que intuyo puede volverse torrencial para salvaguardar su integridad, su seguridad, de modo que no creo que haya guerra o batalla en la que yo no presentase armas por ella. Y tal vez ese sea finalmente el sentido de la vida, perpetuar eternamente la escalada y el descenso, la mitad del tiempo de un lado, la otra mitad, del otro. Porque a ella le quedan amistades que forjar, metas que  alcanzar, amores, amantes. Y de mi depende que cuente con los arneses y las cuerdas adecuados para vivir cada amistad, cada meta, cada amor, cada amante como yo los he vivido, con la alegría y la satisfacción íntimas de saber que cada minuto es único, que cada persona es un hallazgo, que cada peldaño es una bendición. Y todo ello para que, llegado el tiempo de la claudicación, pueda confesar, sin dudas ni ambages, que ha vivido.





No volveré a ser joven

Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.

Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
-envejecer, morir, eran tan sólo
las dimensiones del teatro.

Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.

"Poemas póstumos" 1968