domingo, 4 de septiembre de 2011

más que mirarse (XXIII)


Hay pocos placeres comparables a compartir una comida generosa con amigos, buen ánimo y una conversación inteligente.
 Esther casi no tenía dudas de que la cena con Ana y Alberto sería un éxito, que Rafa les caería bien.
 Pero aún así estaba tan nerviosa como ilusionada con la ocasión. La idea había sido de Ana… ¿qué?… ¿piensas guardarte a tu amante prodigioso sólo para ti o lo vas a compartir con los colegas?… le respondió instantáneamente, sin pensar en comentárselo a él antes siquiera... claro…podemos cenar en vuestra casa el viernes si te apetece…Ana la miró asombrada, con la sorpresa del que descubre que ha acertado una lotería aceptable…hija, si llego a saber que sólo bastaba con proponerlo lo habría hecho hace meses…
El viernes cerró antes de la hora al mediodía y corrió al súper. Compró queso tierno, jamón cocido, huevos, calabacín y masa de hojaldre.
 Al llegar a casa puso el directo de REM, abrió una coca-cola zero y se enfundó en el delantal. Tenía las instrucciones culinarias de Charo grabadas a fuego y casi le parecía oír su voz mientras las ejecutaba con mimo pones papel de horno y luego extiendes una capa de masa…así, con cuidado de que no se te rompa, ves?... luego una capa de lonchas de queso y encima el calabacín muy picadito y tomatitos cherry cortado en juliana…bates un huevo y lo extiendes por encima…un poquito de sal y pimienta…ahora pones el jamón y por último tapas todo con otra capa de masa…vuelves a extender huevo batido y sellas los bordes con un tenedor…ves? Lo haces con delicadeza, para que el dibujo quede pulcro…lo metes al horno unos veinte minutos, primero sólo por abajo, luego unos minutos por los dos lados y al final gratinas…
Mientras que la tarta salada se horneaba, preparó el mejunje de la tarta de queso, que era sencillísima y siempre le salía rica. Sonreía como una tonta recordando la reacción de Rafa, más divertido que enfadado por haber aceptado sin consultarle…el viernes? Ummm…no sé….creo que he quedado con una estudiante de Monte Alto…pero claro tonta!!! Cómo no voy a querer ir? Me muero de ganas de conocer a Ana…en realidad me has hablado tanto de ella que me parece conocerla ya…si quieres que vengan a mi casa…
El problema del piso de Esther era que su salón era demasiado pequeño para ese tipo de eventos, por eso siempre intentaba colaborar pero no ser la anfitriona. A veces pensaba que era un poco tonto mantener el piso de Orillamar cerrado a cal y canto. Pero aún no se sentía preparada para volver a vivir allí. De todas maneras si la situación de bajada de ventas se mantenía en la librería, tendría que considerar la idea de pasar del alquiler. Cuando todo estuvo listo, cambió el CD, y mientras Bowie llenaba el espacio con The man who sold the World, se metió en la ducha. Escogió vaqueros pitillo, camiseta negra escotada, tacones y americana. Se miró al espejo y descubrió que le faltaban pendientes largos de plata para poner la guinda. Se gustó. Iba a cenar con su familia. Quería estar guapa.
Cuándo llamaron al timbre, a eso de las diez, las piernas le temblaban. Rafa, sin embargo, sonreía lleno de tranquilidad, infundiéndole coraje. Y también orgullo. Estaba guapísimo, también con foulard y americana, desprendiendo un sutil y elegante aroma  a Cacharel.

Ana les abrió con una sonrisa de oreja a oreja y una salida de las suyas

-          Hombre, pero que buena pareja hacéis…que barbaridad…si parecéis los Beckham…

Alberto salió de la cocina con el mandil puesto, abrazó a Esther e intercambió con Rafa el consabido apretón de manos. Los hombres nunca se dan dos besos.
Esa noche Esther fue feliz, feliz de verdad. Todo fue fluido y fácil, como si hiciera siglos que los cuatro se conocían. La cena se alargó hasta las tres de la mañana y terminó con copas, luz suave y música.
Al abandonar el portal descubrieron que una lluvia leve pero insistente caía sin piedad sobre coches y aceras, mojándolo todo. No les importó. Caminaron abrazándose, besándose, a trompicones, parándose largos ratos para besarse y mirarse, indiferentes al aguacero que les empapaba la ropa, el pelo, la cara…
Abrieron del calentón portales, ascensores y puertas, para terminar sobre la cama de ella, un revoltijo de calor, saliva y ganas.


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