sábado, 19 de marzo de 2011

más que mirarse (V)

-Deja fluir tu sinfonía, hija…ese es el secreto de un buen maestro…todo lo que necesitas lo llevas dentro de ti… en el aula  sólo tienes que relajarte y dejar que suene tu propia sinfonía…aún así, sólo lograrás captar la atención de unos pocos…pero cuándo logres la comunión con unos cuántos pares de ojos, el placer que sentirás será incomparable a ningún otro y sentirás el orgullo de ejercer la profesión más hermosa del mundo, porque les estarás dando a esos chicos el arma más certera y valiosa para enfrentarse al mundo, la educación, la educación lo es todo… es lo que hace la diferencia entre una persona o nada….
Todo esto me decía Charo cuándo yo le expresaba mis temores e inseguridades ante el hecho de dar clase.
-Tú cuándo dejaste de oír tu sinfonía Charo?
-Nunca, hija, la sentí hasta el mismo día en que me jubilé…

También me decía que si un día dejaba de oírla y sentirla, mejor sería que me dedicase a vender lechugas en el mercado, porque sino estaría cometiendo un acto de injusticia imperdonable para con mis alumnos, y que lo más honesto que podía hacer era dejar el puesto a otro que capaz de transmitir su sinfonía , de asumir la importancia capital de la misión que desempeñaba.
Así que, cuando todo se desenlazó, tuve la certeza de que me correspondía hacer un ejercicio de honestidad supremo, reconocer que yo ya no sentía dentro de mí sinfonía alguna, que por lo tanto, me tocaba abandonar y dejar el escenario a otro concertista más entregado a la causa. Y así lo hice. Sólo que, en vez de vender lechugas, se me dio por vender libros, tal vez para sentir que, de alguna manera , no tiraba la toalla del todo.

No me sorprendió encontrar el tanatorio a rebosar, Charo era muy querida y tenía infinidad de amigos. La gente se apiñaba en los laterales de una sala pequeñísima, unos cuantos se sentaban en varias filas de sillas dispuestas en el centro. Sentado en un taburete alto, un chico jovencísimo, todo rizos y lágrimas, se desgañitaba cantando Me va la vida en ello, con una voz asombrosamente parecida a la de Silvio. Alguien había reservado una silla para mí, hasta la que Ana me llevó del brazo como si fuera una niña.
Antes de entrar , me había llevado al baño , y , sin dejar de llorar, me había hecho sentarme, había sacado su neceser del bolso y  se había puesto a cepillarme el pelo, a abotonarme el abrigo hasta arriba, a meterme el pantalón por dentro de las botas…
-Dios-decía- …dios mío Esther….debí irme a dormir a tu casa…si ni te has vestido nena…si te has puesto el abrigo por encima del pijama…
La verdad es que de ese día no tengo recuerdos claros, sólo que todo parecía estar invadido de la textura y el contexto irreal  ,esponjoso, de los sueños. Sí recuerdo que me preocupaba el hecho de no era capaz de llorar, como hacían todos, como hacía mi amiga, que mientras se afanaba hacendosa y enérgica en cepillarme el pelo, dejaba correr por su rostro docenas de lágrimas silenciosas.
Yo me sentía como si fuera colocada hasta las cejas y lo único que me importaba era Miguel. Buscaba y buscaba a Miguel entre las caras de la gente. Se me acercaba gente sin parar, muchos me besaban, otros me pasaban la mano por la cabeza o me daban suaves palmaditas en el hombro. Pero ninguno era Miguel. La sala se fue vaciando poco a poco. Y por fin apareció. Se arrodilló frente a mi y me miró reconcentradamente a los ojos durante unos instantes que a mi me supieron a gloria…por fin...por está aquí…me llevará a casa y me abrazará toda la noche…como siempre…Pero Miguel solo me miró mucho rato y después me besó en la frente…y se fue.
Ana me llevó afuera y me dijo- espera aquí un minuto que voy por el coche, sí?....y yo, no gracias Ana, déjalo, que seguro que Miguel ha ido a por el suyo y me recogerá ahora mismito…y Ana llorando como una tonta sin dejar de mirarme como se miraría a un loco, a un alucinado…no Esther, no Esther…que sí Ana, vete ya no seas pesada, que ahora vendrá Miguel a por mi…y siguiendo con la vista a Miguel que se subía al coche, arrancaba…y finalmente , de golpe, el fin del colocón… el coche de Miguel alejándose en dirección contraria, Ana sacudiéndome los hombros y obligándome a mirarla…no te hagas esto por favor Esther no te lo hagas…

Dice Benedetti que no olvida el que finge olvido, sino el que puede olvidar.

Yo me pasé meses y meses fingiendo. Fingiendo olvido, fingiendo haber muerto con ellos, fingiendo no sentir dolor, fingiendo no sentir ausencia, fingiendo no sentir miedo…fingí y fingí y fingí…Fingí tanto que finalmente la apariencia se materializó, el artificio de mi propia insensibilidad cobró vida y llegó el día en el que realmente ya no sentía nada, aunque me esforzase. Cualquier pasión, cualquier destello de entusiasmo se me presentaba como esas zanjas en obras de las calles, rodeadas de multitud de señales de peligro...peligro…precaución…cuidado…si no sientes amor, apego, entusiasmo por nada, nada podrá decepcionarte, no tendrás que sucumbir al dolor de la pérdida. Y, sin ser consciente de ello, sucumbí a mi propia falacia. Porque negarse sentir , negar el dolor, es también negar el placer, es negar la propia vida y todo lo que en ella vale la pena. No hay ninguna vida que merezca ser vivida así.
Borré todo rastro de Miguel, fotos, libros, canciones…me arranqué del cuello después de diez años, el colgante que me había traído de Tailandia y que, a falta de bodas y alianzas, simbolizaba nuestro compromiso. Más que curar la herida, negué a mi misma y al mundo que la herida existiese. En el fondo de un armario, guardé el pequeño cofre de acero y estaño que me habían entregado en el tanatorio tras la incineración, con una sucinta inscripción: Rosario Alonso de la Calleja 1941-2008 ,no me podía permitir ir al Cementerio de las Palabras y arrojarlas al mar, porque este acto, demasiado relevante, demasiado emotivo en sí mismo, me habría obligado a sentir, y yo había decidido no hacerlo, no hacerlo nunca más…cómo si eso fuera posible…

2 comentarios:

  1. Gracias a Juan, que me enseñó que la importancia de la sinfonía...

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  2. Y gracias a Cernuda, por comprender del olvido la esencia misma

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