viernes, 6 de mayo de 2011

más que mirarse (XIII)

Marzo 1975

…lo mataron a palizas sabes…venían a buscarlo cada cierto tiempo…cada mes...cada dos meses como mucho…esperaban a que se recuperase de la anterior, levemente…imagínate…en casa de pobres…raras veces podíamos pagarle al médico…mi madre hacía lo que podía, la pobre…al final apenas conseguía andar, de los mosquetones que le habían dado en los pies…los huesos nunca llegaron a soldarse y tenía ese andar torpe, de pato, los pies totalmente planos…se había quedado sordo del oído derecho por los golpes propinados, una de las veces casi pierde un ojo…de todas las maneras, se le había quedado casi sin visión…siempre venían dos…siempre por las noches…muchas veces borrachos…en pleno apogeo de su ignorancia y brutalidad…mi padre no se resistía, sabía que era inútil, en aquella época la acusación de rojo era suficiente para matarte o encarcelarte…no hacía falta más que eso, no hacía falta probar siquiera…cuantas guerras por tierras o herencias se dirimieron así en Galicia…acusabas de rojo o republicano al que querías quitarte de en medio y ya…lo más curioso es que a mi padre no lo denunciaba nadie, no hacía falta, todo el mundo sabía de que parte estaba …él había perdido una guerra, pero sólo quería vivir en paz con su mujer y sus hijos, es más, los vecinos nos querían bien, ayudaban en lo que podían…pero aquella persecución y tortura implacables acabó convirtiéndose en una psicosis colectiva…cuándo llevaban ya un tiempo sin venir a por él, para llevárselo al cuartelillo miserable que les servía de cámara de los horrores, el miedo se palpaba en cada esquina, en cada casa, en el corazón de todos…el miedo y la angustia acechaban agazapados en el interior de aquella choza nuestra que apenas soportaría el calificativo de casa…

Estaban desnudos, tumbados en la cama después del amor, fumando y mirando al techo, la cabeza de él apoyada en el vientre de ella, que escuchaba atenta y horrorizada, sorprendida de la entereza con que la que él desgranaba esa historia espeluznante…el frío y la memoria de la maldad habían destrozado la dulzura del encuentro, la despreocupación con la que ella inquiriera no me has hablado de tus padres…de cómo te hiciste maestro…quiero saberlo todo de ti…

Nunca, nunca…y mira que lo he procurado a lo largo de tantos años, logré comprender que inapelable sentido de la dignidad le llevó a permanecer allí, a merced de sus verdugos…por qué por qué no huyó…por qué no puso tierra de por medio, cómo es posible que se dejara matar de aquella manera tan brutal…aunque no fuese más que por el innato instinto de sobrevivir…cómo pudo sobrellevar ese terror al daño físico ,que se manifestaba en gritos proferidos de madrugada, que le hacían incorporarse en el camastro cubierto de sudor y temblando…dormíamos todos hacinados en el mismo cuartucho…por eso nunca pude ignorar el espanto inefable que veía en sus ojos en aquellos instantes, los que mediaban entre los últimos resquicios de la pesadilla en la que se veía en el cuartelillo, soportando los golpes y las humillaciones y el principio de la conciencia del tacto y el beso de mi madre, que se afanaba en tranquilizarlo, secarle el sudor de la cara, mecerlo como a un niño hasta que lograba traerle de vuelta…y a la mañana siguiente se levantaba, desayunaba en silencio, nos besaba y se iba a su taller, para trabajar incansablemente hasta el anochecer, subsistiendo con lo imprescindible ,para que ,si había un poco de carne, un poco de leche, algo consistente que llevarse a la boca, fuera primero para sus hijos…si presentía que aquella noche tocaría, si se sentía algún día especialmente  temeroso o directamente aterrado, nunca lo supimos…él iniciaba cada jornada con la misma calma, la misma resignación que la anterior…era un verdadero artesano, sabes…tenía dedos de artista y fabricaba toda clase de muebles y artilugios de madera con un perfeccionismo y un arte sublimes…
casi al final la indignación general debió hacerles temer a los asesinos algún tipo de represalia, de pronunciamiento…como norma general, todos callaban por miedo a que les tocara a ellos o a alguno de los suyos, pero a veces se podía oír “ya han venido estos hijos de la gran puta a por el carpintero otra vez, mal rayo los parta”…y es que me imagino que era muy difícil convivir con la cobardía de mirar para otro lado ante la entereza de aquel hombre, aquel muerto viviente, aquel Santiago Nasar que se sentaba cada día ante su banco de artesano, las cicatrices evidentes, las heridas abiertas aún, las vendas sucias, con su sordera y su casi ceguera a las espaldas… y no hacía otra cosa que trabajar y querer a los suyos…y bueno…siempre supe que todo se desenlazó por la jodida barcaza…los chicos de mi edad competíamos en el río, con barcazas que nos construíamos nosotros mismos o nuestros padres o hermanos mayores…en los últimos meses mi padre empezó a fabricar para mi la mejor de todas…ligera, aerodinámica, una ganadora segura…yo me pasaba cada día por el taller y él me explicaba, sonreía ante mi impaciencia por estrenarla, se me quedaba mirando y me revolvía el pelo con las manos…yo presumía ante los otros chicos de que mi padre estaba acabando la mejor barca de todas y fanfarroneaba con que me los iba a llevar a todos de calle en la próxima competición…un día, cuándo estaba casi lista, se pasó por el taller un pariente de uno de los guardias habituales y le dijo a mi padre que le vendiera esa barcaza, que cuánto le pedía…él le contestó que ésa no estaba en venta, que era para su hijo y no se trataba de dinero, que no tenía precio…y bueno…a la siguiente paliza ya no sobrevivió…mi madre esperó y esperó angustiada hasta el amanecer, como hacía cada vez, las vendas preparadas, el agua hervida…la angustia matándola por dentro…pensando qué será esta vez…por dios que no sea ningún hueso…por dios que no le vuelvan a dar en el ojo malo, en el oído bueno…

Apareció casi dos días después, en el Campo de la Rata, le tiraron allí como a un perro…lo recogió mi madre con ayuda del cura, nadie más se atrevía a ayudarla…mientras le limpiaba la sangre, le lavaba, le ponía el traje de los domingos para enterrarlo dignamente, no derramó ni una lágrima, pero le vi por primera vez ese gesto de sequía, de repugnancia, de dolor, ese rictus amargo que se le quedó grabado para el resto de su vida…

Para cuándo acabó su relato, ya habían abandonado la postura inicial y estaban de rodillas sobre el colchón, Charo lo abrazaba como a un niño, llorando con él, secando sus lágrimas y su sudor con la sábana, meciéndolo con ternura, procurando que saliese de las tinieblas de la pesadilla y volviese a su lado.

3 comentarios:

  1. Lo terrible de esta historia es que ocurrió.La persona que me la contó no recuerda los detalles, ni siquiera el nombre de este héroe silencioso, lo que sí recuerda bien, a pesar de que era un niño, es el miedo, la impotencia y la indignación de la gente de una pequeña aldea de Porto do Son, que día a día fueron testigos de esta barbarie. De todas formas, esta historia me picaba en la conciencia desde hace años, por eso, este es mi homenaje,silencioso,como él.
    gracias a Loli y a Manuel por compartir conmigo café y recuerdos.

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  2. Es una narracion fabulosa, triste y real, enhorabuena por darla a conocer a todos porque ha tenido que ser dificil recordarla y plasmarla en tu obra.Ojala estas historias no vuelvan a repetirse jamas y el mundo sea de una vez capaz de juzgar a las personas por como son, sin tener en cuenta religion,raza,sexualidad o condicion social aunque desgraciadamente aun estamos en el camino de conseguirlo.

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