viernes, 27 de mayo de 2011

más que mirarse (XV)

Tal vez ahora estaba más presente en mi vida que cuando estaba viva, de alguna manera. Tenía anemia de inmediatez, eso sí, de ver cada día su sonrisa, oír su voz llamándome por la casa, oler la esencia de sus guisos o de su perfume. Todo eso sí había desaparecido con ella, y era doloroso. Pero seguía presente en un plano de abstracción, un plano que lo abarcaba todo, lo que había sido, lo que ya no era. Había abandonado la caverna platónica y saltado al mundo de las ideas, de tal manera que yo ya no sabía distinguir cuál de los dos planos tenía más peso, cual era más real, qué pervive finalmente, la realidad palpable, estrecha, presente, o la percepción universal, casi mítica del ser humano. En algún momento pensé en abandonar, cerrar de forma indefinida el candado de aquel hermoso mueble y olvidar las llaves en el fondo del armario, junto con el cofre cuyo contenido aún no había tenido el valor de desalojar Rosario Alonso de La Calleja 1941-2008. Pero en el fondo sabía, con esa certeza doliente y resignada, que no es posible amputarse la propia memoria, como si fuese un dedo,  un órgano, que cuánta más fuerza y empeño invirtiese en el ejercicio del olvido, con más fuerza y empeño ese pasado pendiente volvería a mi, se colaría en mis pesadillas, en una canción, en una visión cotidiana cualquiera, aparentemente anecdótica o intranscendente… tal vez nos vamos de nosotros mismos, pero queda una luz, un grifo abierto, la sombra de una puerta mal cerrada… lo sabía muy bien, sin margen alguno para el autoengaño, no en vano, aunque el azar había destrozado sin solución alguna de continuidad lo que había sido mi familia propia, lo había hecho de forma absurda y abrupta, incomprensible para la lógica del alma y del pensamiento, por eso mis padres seguían vivos en mis sueños. No era necesario que un día me hubiese dedicado especialmente al recuerdo, a mirar fotos o hablar sobre ellos. No. Simplemente, de vez en cuando, aparecían. En algunos sueños tal como eran, jóvenes y apuestos. En otros, tal como podrían haber sido, las sienes plateadas, el andar menos ágil. En estos últimos me costaba reconocerlos, dudaba, titubeaba en mi acercamiento, incluso pedía ayuda a Charo, le decía oye Charo mira bien a ese señor…yo creo que es mi padre…ayúdame a acercarme a él…no estoy segura…no recuerdo su cara con exactitud…Lo que sí era una constante era la sensación de seguridad y alivio que me invadía ya está, ya está aquí mi padre…ya tengo alguien que me proteja….se acabó el desamparo. Otras veces estaba en una ventana, en el quicio de una puerta, simplemente mirando, y mi padre aparecía de repente abajo, miraba hacia mi ventana, agitaba una mano saludándome y sonriendo. Una vez incluso conseguí, antes de despertar, correr escaleras abajo y abrazarlo, por unos segundos recuperé su aroma, a tabaco y a jabón, el tacto de su  pelo negro, siempre peinado hacia atrás, incluso sentí en mi mejilla los pinchacitos de su bigote, como cuando llegaba a casa de trabajar y yo corría a la puerta y me abrazaba a sus piernas, y el se reía, me alborotaba el pelo con las manos hola piojo, mi rata pequeña… La sensación que me invadía al despertar era grandiosa. Yo sabía porque me pasaba todo esto. Era porque no se pueden dejar en el pasado puertas mal cerradas, grifos abiertos, hay que quedarse hasta el final, averiguar el desenlace de la historia. Las historias inconclusas dejan heridas que no se cierran nunca. Charo me lo decía siempre, aunque no en un sentido espiritual, sino práctico, cuando yo flaqueaba en alguna tarea, por su dureza, cuando el desánimo me vencía, cuando le decía voy a plantar la carrera, voy a plantar la oposición, ella me decía “Esther, hija, no se puede ir por la vida dejando las cosas sin terminar”
Pero bueno, para las cuestiones del alma era distinto, porque ya no dependía de la voluntad propia. A mis padres y a mi simplemente nos habían cortado de cuajo más de la mitad de las páginas del libro y las habían quemado. No había más ejemplares. Eran incunables. Así que todo lo no vivido, todo lo no dicho, aprovechaba cualquier resquicio del subconsciente para aflorar, para gritar… heyy!! estoy aquí, no creas que puedes ignorarme, no sueñes con que puedas vivir como si nunca hubiese existido…
Por eso, aunque me hiciera daño, sabía que los diarios de Charo eran mi oportunidad para poner algún punto y final, algo que me permitiese pasar página de forma real y no ilusoria. Empezar de cero. Para poder empezar de cero es imprescindible la conciencia y la asunción de lo que dejamos atrás, sino no sería empezar de nuevo, sino simplemente continuar.
Así que, al llegar a casa cada noche, después de cenar, llamar a mis amigas, arreglar la casa, procuraba arreglar mi alma y me acurrucaba en el sofá con una manta y sus diarios.

Verano de 1975

Me pregunto cada día como pude haber llegado hasta este punto de mi vida sin mi compañero, mi confidente, mi amante…y como me las arreglaría para vivir sin él si le perdiera. Cada cosa que me pasa, cada pensamiento, cada idea, parecen no cobrar vida hasta que puedo compartirla con él. Muchas veces no necesitamos hablar, nos basta con una mirada, un guiño de comprensión, para hacernos saber mutuamente que nadie nos entiende mejor que uno al otro. Juan se siente mal, mal por el tiempo que roba a sus hijos, mal por el tiempo que no podemos pasar juntos .Yo me siento mal, por el tiempo que robo a su familia, pero me siento peor, enferma, si paso días sin poder verle u oír su voz. Así que este el destino de este amor, sentirse mal, pese a todo. Aunque hacemos vida de delincuentes, siempre a escondidas, siempre entre cuatro paredes, es imposible evitar ser vistos. Ayer, sin ir más lejos, Begoña le sorprendió saliendo de mi portal muy entrada la noche. Juan la saludó buenas noches Begoña. Me dijo que se limitó a lanzarle una mirada hipócrita y escandalizada. Me imagino pues que la vuelta al colegio en Septiembre será difícil. Sin duda, si tuviera que definir a esta mujer…indiscreta y maliciosa, eso es lo que ha demostrado ser, así que…tengo miedo.
El régimen, aunque decrépito y podrido, corrupto y ahogado en sus propias falacias moralistas, sigue esgrimiendo la maldad y el miedo como principio, y aunque se rumorea (la decadencia física es notoria y evidente) que el dictador está en las últimas, sigue firmando sentencias de muerte como quien firma cheques, con la misma ciega necedad e irresponsabilidad de decidir sobre el valor de la vida humana como si intrínsecamente este valor no fuese incalculable. Juan está muy preocupado por Raúl, que sigue utilizando la multicopista de la empresa para imprimir panfletos del partido. Es obvio que la secreta está encima. Hace ya un mes que les obligan a quitarle una pieza maestra a la máquina y meterla en la caja fuerte antes de cerrar. Pero es él quien lo hace, con la confianza ciega del encargado. Vuelve de madrugada, coloca la pieza, utiliza la multicopista y la vuelve a dejar en la caja fuerte después. El temor de Juan por su amigo, por tanto, es más que fundado, máxime ahora que Laura, su mujer, está embarazada. Es un hombre valiente y comprometido. Lo malo es que esos valores raras veces se ven recompensados. Al revés, los débiles de espíritu se suben a la chepa de los fuertes, los exprimen, succionan su valor, su energía, se adueñan de sus méritos y valores. Hasta que consiguen acabar con ellos.

Verano de 1975

He recibido carta de Carol de Buenos Aires. Me dice que está embarazada. Que Carlos está como loco con la noticia. Y que ella se siente feliz e ilusionada. Y yo también, por dios, que noticia tan maravillosa. A la vez me siento mal porque no he podido evitar sentir una punzada de envidia…sería tan…que nosotros pudiéramos…Juan ha venido por la tarde y se lo he contado llena de alegría, como una niña, me ha abrazado mucho rato en la cocina y no sé…si por los nervios y la euforia…he acabado llorando como una tonta. Algo vio en mis ojos y se vino abajo… mierda Charo…qué te estoy haciendo…ya está bien…tú también deberías poder tener tus hijos y tu familia…y no vivir sufriendo de esta manera…Le he explicado que no, que a mi no me interesa ningún hijo ni ninguna familia que no sea de los dos, que él es mi familia. Hemos hecho el amor allí, en el suelo de la cocina, un acto mitad devoción, mitad desesperación. Como siempre, su piel, su mirada, su abrazo, son mi redención, curan todas mis heridas. Pero él seguía nervioso…mira mi amor, esto no puede seguir así, estamos sobre un polvorín…esta misma noche voy a hablar con Loli y le voy a decir que me marcho…que seguiré viendo a los niños cada día y manteniendo la casa…pero yo necesito estar contigo…aquí…Le he pedido que no haga nada esta noche, que los nervios y la angustia son los peores consejeros. Me siento mal por haberme dejado llevar por mi llanto, siento que le estoy manipulando emocionalmente, lo mismo que mi padre ha  hecho toda la vida con mi madre…con todos nosotros…las decisiones han de ser libres y propias, no forzadas, así no conducen a nada, sólo son papel de fumar.

Verano de 1975

Esta tarde Juan ha vuelto más tranquilo, dice que ha dormido y se ha despertado con la misma idea, que la verdad libera del dolor y la mentira enferma y aliena en una identidad falsa. Que eso es lo que nos pasa a nosotros. Que la mentira nos está haciendo enfermar. Por otra parte, el cerco se estrecha, así que no tenemos mucho margen para decidir. Mi madre me ha llamado y me ha dicho que la madre de Lucas se presentó ayer en casa. Que llevaba meses preguntándole a Lucas que por qué no nos veíamos ya, si nos habíamos enfadado. Que Lucas no había querido decirle nada, pero en el casino se rumoreaba que la hija de Manuel, el del Pastor, andaba con uno casado, que vaya pécora. Por lo visto mi padre se ha puesto furioso y ha estado toda la noche encima de ella, no la deja dormir ni vivir, le dice que todo es culpa suya, que ha sido una madre permisiva y estúpida, que siempre nos ha dejado hacer lo que queríamos. Me ha pedido que vaya el domingo a comer.

Verano de 1975

Hoy he ido a casa de mis padres al mediodía. Llegué muy nerviosa, pero descubrir que mi hermano Pedro estaba allí me ayudó mucho. Mi padre ha estado en la biblioteca hasta la hora misma de comer y luego nos hemos sentado todos a la mesa. Aparente normalidad, salvo por el silencio de mi padre. Llevábamos ya un rato, cuando me dirigí a él, obviando su actitud:

-Qué tal padre, ¿como va la numismática? - le he dicho

Me ha mirado fijamente a los ojos durante unos segundos, con una sonrisa helada

-¿Eres una puta Rosario?

Instantáneamente, un grito ahogado y doliente de mi madre horadó el aire. La miré. La pobrecilla se apretaba la cara con ambas manos, repentinamente lucía una palidez casi imposible. Mi hermano se levantó para sostenerla, pues parecía a  punto de desfallecer, desesperada, se atrevió a decirle a mi padre:

-No…por favor Manuel….por favor….

Él la ha mirado con desprecio- tú te callas, me oyes, tú te callas- y acto seguido me ha vuelto a encarar:

-Te lo vuelvo a preguntar, Rosario, ¿ eres una puta?  Porque te comportas como si lo fueras…

Me sentí aplastada, incapaz de moverme, incapaz de ningún gesto o palabra. Mi hermano ha reaccionado y me ha dicho – vete de aquí, Charo, no tienes que aguantar esto, yo me quedo con mamá- pero me sentía como una estatua de sal, frágil y a la vez atada al suelo, era una escena de pesadilla, mi padre comiendo con una tranquilidad fría y desligada de aquel drama, mi madre deshecha en los brazos de Pedro- que no me oyes Charo? vete de una puta vez!!-

No sé ni de que manera logré llegar a mi casa. Sólo sé que Juan me estaba esperando, y durante mucho rato sólo pude llorar y llorar en su abrazo, incapaz de contarle el por qué. Cuando por fin pude calmarme y relatarle la ofensa, se enfureció, rompió la puerta del aparador de la sala de un certero puñetazo, cargado de rabia y frustración, como si en realidad fuera mi padre lo que golpeaba. Permaneció de espaldas, apoyado contra la pared mucho rato, la cabeza entre las manos. Cuando volvió a mirarme, vi lágrimas contenidas en sus ojos, me agarró con fuerza por los hombros y me obligó a mirarle de frente…esto se acabó cielo, no voy a permitir que te insulten más…voy a casa por mis cosas, no te muevas de aquí ni les cojas el teléfono…



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