sábado, 11 de junio de 2011

más que mirarse (XVI)

Entró por la puerta sonriendo y posó sobre el mostrador dos cafés grandes de vecchio y una bandeja de pastelería con alfajores de dulce de leche. Esther no le esperaba tan temprano, por ser sábado y la sorpresa le infundió un cálido, repentino bienestar.

-          buenos días librera…te echaba de menos y me he venido a desayunar contigo…
-          uffff….alfajores de dulce de leche…….mi perdición…- alargó el cuerpo a través del mostrador y le besó en los labios.
Rafa se quedó pensativo y la miró con un gesto dolorido y teatral
-          los he conseguido bajo tortura, así que ya te los puedes comer todos ya….
-          y eso?
-          tuve que esperar unos cinco minutos en la cola de la pastelería…escuchando por el hilo musical una versión de Let it be deeeeeeeeee … Bertín Osborne!! A quien se le puede  haber ocurrido algo tan cruel?

Esther le miró unos segundos, incrédula y conmovida

-joder….sí que es cruel sí…lo siento…lo siento de veras…

Poco a poco, iban ganando para sí mismos parcelas de realidad, compartir un desayuno era una más. El sábado anterior habían ido al CGAI a ver una película, Manhattan de Woody Allen. Y también estaba lo de los sms. Como todas las relaciones incipientes desde el apogeo de los móviles, usaban y abusaban de los mensajes de texto. Para darse los buenos días, las buenas noches, desearse felices sueños, glorificar sus encuentros sexuales… se decían cosas que probablemente, de decirlas cara a cara, les harían sonrojarse hasta las orejas. Pero a Esther los que más le gustaban eran los inesperados, los que llegaban en mitad de la noche o de la mañana, en horas de oficina o de sueño dios como te echo de menos  o  te echo tanto de menos que no puedo dormir/ trabajar…Aún así, aunque él lo había sugerido un par de veces, Esther todavía no le había invitado a su casa. Sabía que, cuando lo hiciera, inevitablemente tendría que hablarle sobre sí misma. El secreter, un mueble extraño, chocante en el ámbito de su salón…las fotos de Charo y de sus padres, que poblaban las paredes y estanterías…todo ello suscitaría preguntas, monólogos, recuerdos…Un paso más, vamos. Además, no se  había sentido bien con lo de Miguel. Un par de días antes, se lo había encontrado en el portal, justo cuando introducía la llave en la cerradura. Se había parado en mitad de la acera y le miraba embobado Estheeer…hola Esther….no sabía que vivías aquí…Recuperada levemente del shock inicial, le había dado dos besos y , cuando llevaban un rato hablando en la calle….cómo estás…bien, bien, trabajando mucho….sí, supe por Lucía que por fin habías conseguido tu librería…sí, ya ves, ten cuidado con lo que deseas ja ja…yo también trabajando mucho, me paso la semana en Madrid, estamos abriendo una planta nueva…que bien, me alegro…dios pero que guapa estás…más por educación que por ganas le había dicho aquello sube a tomar un café si quieres…y claro, él había subido. Enseguida se dio cuenta de que había sido un error. Mientras preparaba café en la cocina, le oyó dar pasos lentos por su salón, sin duda curiosear fotos, libros. No le gustó. Una creciente sensación de intimidad invadida la atormentó. No, él no debía estar aquí. No debía contaminar su presente, su nueva vida propia con reductos del pasado. El pasado es el pasado y lo es por algo. Debe quedarse allí. Cuándo posó sobre la mesilla la bandeja con café y galletas, ya estaba arrepentida a más no poder. Además, se dio cuenta de que ni siquiera le apetecía hablar con él, ponerse al día. Ponerse al día, como hacía con sus amigas cuando llevaban tiempo sin verse, era algo que debía hacerse con entusiasmo, con ganas. Y sólo tenía sentido si existía la comprensión mutua de que también había en común un futuro. No deseaba ningún futuro en común con Miguel.

-éste mueble estaba en casa de Charo, ¿no?
-sí, estaba allí
-siempre me gustó. Me acuerdo mucho de ella, sabes, de lo bien que me trató siempre…
-sí, ella trataba bien a todo el mundo- respondió casi como una defensa, una afirmación que contenía varias  no eras especial para ella…yo era especial…ella era parte de mi vida, no de la tuya…tú ya no eres parte de mi vida…-
- Esther…no creas que para mi no fue duro…la culpa de haberte dejado sola me atormenta todavía…pero estaba muy confundido…no sabía lo que quería…ahora no habría pasado…
-déjalo, Miguel…yo no era tu hija, no era responsabilidad tuya

Deseaba que se acabara el café y saliese de su casa, la incomodidad creciente que la aplastaba era más elocuente que todas sus palabras. Cuando él alargó una mano e intentó tocarla, retiró la suya instintivamente, poniéndose a salvo, y se puso de pie, en una clara invitación a que se marchara. Miguel entendió y se puso de pie a su vez, cogiendo su chaqueta. Ya en la puerta se volvió.

-nunca acabamos de ver Secretos de un matrimonio
- no, nunca la acabamos

Y nunca la acabaremos quiso decir, pero se mordió la lengua. La alusión a la peli de Bergman era cómplice, o lo pretendía. Durante años, cada sábado que salían de copas con sus amigos, o solos, a cenar, y llegaban a casa de madrugada, se tumbaban juntos en el sofá e intentaban retomar a Bergman donde lo habían dejado la vez anterior. La película, en realidad una miniserie, era complicada y aburrida, y siempre acababan durmiéndose al poco rato, abrazados. En realidad, lo que acababa de hacer Miguel era tender un último cabo, aludiendo a Secretos de un matrimonio estaba rescatando algo muy íntimo, algo que sólo les pertenecía a ellos dos, algo que evocaba docenas de momentos de intimidad y ternura

-          siento que todo acabase así, Esther…de veras que lo siento…

     Ella no respondió. Sólo le sonrió amablemente y asintió.


Cuando terminaron los cafés y hasta la última miga de los alfajores, Rafa se despidió con un abrazo y le dijo que la llamaría por la tarde. Estaba casi saliendo cuando Esther le llamó:

-          Eiii….vienes a comer mañana a casa?...pasta con salsa de tomate y vino tinto…

La miró con aquella profundidad suya tan elocuente y sonrió

- Hecho. Yo llevo el postre.

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