martes, 26 de abril de 2011

más que mirarse (XI)

Otra dimensión. Otra perspectiva totalmente nueva de Charo. Eso es lo que me estaba brindando el hallazgo de sus diarios. Yo había conocido a la maestra, a la madre, a la amiga…y ahora estaba conociendo a la mujer. Y, como no podía ser de otra manera, no descubría a una mujer cualquiera, anodina, con una vida previsible o simplemente, estable…no…estaba descubriendo a una mujer voraz, apasionada, entregada, inmersa en un universo complejo de zozobras e intensos sentimientos, que se aferraba con fuerza a la felicidad, que no se arredraba ante el dolor, que podría soportar cien etiquetas distintas, entre las que jamás se hallaría la de cobarde. Profundamente humana, eso es lo que era, con todas las glorias y las miserias que ello conlleva. Para mi siempre había sido un pilar tan sólido, tan firme…mi percepción de ella era similar a la de una roca, un oráculo incuestionable. La Charo que yo conocía parecía no dudar nunca entre lo que estaba bien y lo que no, parecía no haber sufrido nunca el desarraigo, el cuestionamiento de sus  principios, el miedo, la culpa…Ahora, cuando ya no podía demostrárselo, mi admiración por ella llegaba a un punto de no retorno, la dimensión de su figura se alzaba en mi interior como una suerte de pedestal grandioso, precisamente por eso. Porque era humana. Porque dudaba. Porque sentía miedo. Porque en muchos momentos de su vida sus principios habían sufrido el inestable vaivén de las olas, olas furiosas y violentas que la zarandearon con fuerza, que la dejaron a merced de la maldad y la cobardía de otros, pero también a merced de su amor y su respeto. La lección más importante de sus diarios era que aquella dignidad, aquella personalidad bien construida y amueblada que yo siempre había considerado innata, no lo era tanto, y que se basaba  en gran medida en un largo y arduo proceso de aprendizaje, de crecimiento, de superación. Su vida había sido un intento constante por mejorar, por no sucumbir ante lo fácil, lo previsible. Sus lecciones no eran vacuas, no eran de cartón- piedra, como desgraciadamente lo son las de los que se pasan la vida dando lecciones a otros de cómo proceder, de discernir lo correcto de lo incorrecto, lo permitido de lo moralmente censurable…lo único importante, Esther, es que no vivas la vida como los demás te digan que hay que hacerlo, has de buscarte, de plantearte ante cada situación o momento, no qué es lo que haría yo, o tu madre o tu amiga, sino qué es lo que tu sientes que debes hacer, has de tenerte respeto y confianza a ti misma para poder tenerla hacia otros, al igual que has de amarte a ti misma para poder amar a otros, es una ley universal…no emitas juicios morales sobre otros, sólo te estará juzgando a ti misma, …te equivocarás…muchas veces…no importa…rectificar y pedir perdón no te degradará, te hará más persona…te tirarán al suelo…muchas veces…tampoco importa… lo importante serán las veces que te volverás a poner en pie…la vida nos puede llevar al desaliento, sí, pero en nosotros está la capacidad de no rendirnos y retomar la lucha en el punto mismo en que caímos… mira mi niña, lo importante no es vivir, sino vivir justamente…Todas estas lecciones cobraban una nueva luz, un sentido definitivo para mi al descubrir que eran producto de mil desvelos y agonías, que se nutrían de las vivencias de una mujer que había experimentado el fondo del dolor y el techo de la felicidad.

A lo largo de todo el primer semestre de mil novecientos setenta y cinco, Charo y Juan se enamoraron. No en un sentido platónico, meramente físico o romántico. No. Fue mucho más que eso. Como decía el poeta, pasaron a ser los amigos que se conocen por encima de la voz o de  la seña. Las páginas que recogen los acontecimientos de esos primeros meses relatan la historia de un desconcierto. Un desconcierto que crecía día a día, en cada conversación, en cada cruce de miradas. Iban descubriendo una afinidad intelectual, un sentido del humor, una pasión por la vida que los igualaba como compañeros inevitables, destinados, dueños el uno del otro desde el principio de los tiempos. El alma de esta mujer a lo largo de aquello días era una amalgama indescriptible de ilusiones, miedos, autocensura, alegría, plenitud, deseo…El deseo la mortificaba cruelmente, tanto como a mi me había mortificado su ausencia. Cada vez pasaban más tiempo juntos. El le presentó  a sus amigos, la introdujo en su círculo, en el grupo de teatro que compartía con gente que practicaba una tímida militancia. Entre ellos estaba Raúl, íntimo de Juan desde la infancia, la única persona que realmente fue testigo privilegiado de aquella historia.
 Se contuvieron. Intentaron con todas sus fuerzas no dejarse arrastrar por ese torbellino. Dominar sus emociones. Charo habla de lo que sentían como un ente vivo al margen de ellos mismos, dueño de sus acciones, de su alma y su entendimiento, dispuesto a imponerse a toda costa, a no respetar ningún argumento racional o conveniente.

 Un ente que finalmente venció, decretó sus normas, les arrojó con una fuerza descomunal a un pozo que ella misma describió como la mayor gloria y la mayor condena de mis días.

1 de Junio de 1975

La inminencia de las vacaciones, con la angustia de no poder verle cada día en el colegio, me consume. A ello se suma el hecho de no saber si el próximo curso estará aquí. A él parece pasarle lo mismo, sus miradas han pasado a ser angustiosas, interrogantes, ansiosas. Evitamos todo contacto físico y si éste se produce por puro azar, en la cafetera o en un ascensor, retiramos la mano como con pánico. Nuestros cuerpos parecen adivinar que una vez que este contacto se produzca, estaremos perdidos, sucumbiremos a merced del deseo y sus caprichos. Y no podemos. Es imposible. No debe ocurrir. Lo que ya ha ocurrido… de alguna manera .De alguna manera

15 de Junio de 1975

Ya está. Todas mis dudas y mis miedos han acabado por confirmarse. Esta tarde hemos ido a una representación del grupo Circo, con Raúl y Esperanza. Al llegar a la altura del cine París, en la calle Real, nos hemos topado de bruces con una manifestación bastante nutrida. Mucha confusión, consignas y los grises en pleno apogeo, cargando sin miramientos. Sin darnos cuenta, nos hemos visto inmersos en la marabunta. Juan reaccionó instintiva e impulsivamente, me rodeó con su cuerpo para protegerme y me empujó al interior de un café abarrotado, muchos otros habían buscado refugio improvisado entre sus humos, su oscuridad y sus paredes desconchadas. Me abracé a su cuerpo como una niña, asustada y confundida. Ambos permanecimos así unos instantes eternos, mirando hacia el exterior. Paulatinamente fuimos siendo conscientes de nuestro abrazo. Hundí mi cara en su pecho y en ese momento pensé que qué curioso era aquello, sentía aquel lugar como mi hogar desde tiempos inmemoriales, como si ese fuera mi lugar en el mundo, al que estaría destinada a volver una y otra vez, una y otra vez, mientras tuviese un hálito de vida. Cuándo me atreví a alzar los ojos, le vi morderse con fuerza el labio inferior, mover la cabeza de un lado a otro sin dejar de mirarme, con una expresión extraña, que aunaba furia, deseo y rendición. Sentí sus dos manos cogiendo mi cara y me perdí en su beso desesperado. Me ha mirado con una determinación que nunca le había visto y sin despegar sus manos de mi rostro me ha dicho “Que hermosa eres Rosario Alonso”

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