sábado, 2 de abril de 2011

más que mirarse (VII)

-Esther…hija…no sabes como os echamos de menos…y lo mucho que nos acordamos de Charo…era una mujer extraordinaria…tan generosa, tan divertida…
-gracias Pili…yo también la echo mucho de menos…

Agradecí como agua de mayo encontrarme a la vecina en el rellano, sólo porque esa breve conversación  demoraba unos minutos mi entrada en el piso de Orillamar, al que, como una fugitiva, había evitado volver desde la muerte de la que para mi había sido como mi madre. Había tardado meses en hacer acopio de valor y fuerzas para dar este paso, lo había intentado docenas de veces…de mañana no pasa …mañana iré allí…tengo tanto que hacer…llevar la ropa a Caritas…limpiar…cubrir los muebles con sábanas…y traerme las fotos…los libros…los discos……los diarios…
Los diarios era lo que realmente me asustaba. Charo los había escrito a lo largo de toda su vida, desde muy joven, como había hecho mi madre, como hacía yo misma. Recogía todo en ellos, vivencias, impresiones, ideas para relatos, reflexiones políticas o filosóficas…
Yo le había visto escribir millones de noches, sentada a la mesa de la cocina, a veces relajada, a veces febril… siempre entregada. Por eso sabía que en ellos estaba la esencia misma de esa mujer cuya ausencia me dolía como una herida abierta y supurante. Eran muchos, tantos, que ocupaban por entero  un pesado y aristocrático secreter estilo Luís XV que Charo heredara de su abuela. Yo nunca había cometido la imperdonable indiscreción de leerlos en vida de ella. El respeto por la intimidad del otro era uno de los principios que Charo me había inculcado a fuego. Nunca entraba en mi cuarto sin llamar, ni revisaba mis cajones o armarios. Pero sí me había precisado que sus diarios eran una herencia que me pertenecía a mi y sólo a mi por derecho y su único temor era que su contenido me alterase emocionalmente de alguna forma…a los juicios sobre mis actos no le tengo miedo, hija, no me arrepiento de  nada de lo que he hecho, si acaso de lo que he dejado de hacer…de eso tal vez…
Así que demoré el secreter deliberadamente. Valiente estupidez, porque, de todas formas, la sola visión de su cepillo de dientes en el vaso del cuarto de baño y la crema hidratante sin cerrar en el borde del lavabo, como si fuese a usarla esa misma noche, ya redujeron a escombros mi entereza, hasta tal punto que el daño se materializó en aguda punzada de dolor en el estómago, que me dobló por la mitad y me obligó a sentarme en la bañera hasta que logré controlar el llanto. Comprendí que necesitaba un descanso antes de entrar en su cuarto, así que me dirigí a la cocina y preparé café y encendí un cigarrillo. De forma maquinal ocupé la misma silla que siempre ocupaba, como esperando que ella apareciera por la puerta con su eterna y dulce sonrisa y ocupara a su vez la silla contigua buenos días mi niña como has dormido espera que te preparo tus torrijas…acaricié sus cosas…el almanaque que yo le había regalado la navidad anterior, con una cita de Benedetti para cada día, se había quedado desactualizado y aún mostraba la cita del dos de febrero... de esta tregua brevísima querría/ llevarme algunas cosas / verbigracia el latido del amor…Sonreí y pensé que desde luego la vida, o por lo menos, La Vida , sí era una brevísima tregua, y que ella, el latido del amor ,había conseguido llevárselo allí donde quiera que estuviese. Pasé las hojas del calendario que ella no había podido pasar y llegué hasta la que tocaba, catorce de julio, que parecía estar esperándome… cada vez que te vayas de ti misma/ no destruyas la vía de regreso/ volver es una forma de encontrarse/ y así verás que allí también te espero…

Al abrir el armario, el olor de su perfume me llegó en cálidos y reconfortantes vahos, que me envolvieron y estrecharon en un abrazo imposible. Acaricié y aspiré cada prenda, que fui metiendo en bolsas diligentemente, con esmero y delicadeza. Al abrir la última puerta me encontré con su abrigo de astracán, aquel tan elegante y soberbio, el que se ponía en contadas ocasiones. Me sentí incapaz de desecharlo y llevada por un impulso infantil, me lo puse y me envolví en él hasta las orejas, aspirando su aroma, el aroma de Charo y sintiendo su suavidad en las mejillas. Me dio una inesperada sensación de sosiego, y, sin dejar de acariciarlo, desanduve el largo pasillo hasta llegar a la biblioteca, dónde me senté en suelo frente al secreter .Cogí el primer diario al azar, porque de un simple vistazo me di cuenta de que no estaban ordenados por épocas o por alguna suerte de lógica determinada, ya que librillos muy ajados y vividos se entremezclaban con otros nuevos, de tapas relucientes. Por este desorden, deduje que Charo había estado releyéndolos en sus últimos días. El que vino a mis manos como por encantamiento, tenía una breve reseña en su primera página, la caligrafía hermosa y esmerada de maestra, que tan bien conocía, me conmovió  Primavera de 1984. La niña.

20 Abril 1984

La niña me mira asustada y confundida, pero no habla. Parece un animalillo perdido y vulnerable, y sus ojos amenazan constantemente con ir a deshacerse en un llanto que no acaba de derramarse. Ojala lo hiciese…le haría tanto bien llorar…apenas come y duerme muy poco, esta noche me la encontré de madrugada vagando solita por el pasillo con ese perrito de trapo suyo colgado del brazo, del que no se separa. La cogí en brazos y la llevé a su cama. Estuve acariciándole el pelo e intenté que me hablase. Sólo me mira y me mira, como si esperase que mis ojos le confirmen esa verdad tan temida y presentida de que sus padres no van a volver. La verdad es que esto es más duro de lo que me temía. Me destroza su absoluta indefensión, la injusticia que ha de padecer la pobrecilla.

22 Abril 1984

Esta tarde cuándo he ido a buscarla al colegio no la encontraba. Me alarmé y me puse a buscarla por el patio. Tardé unos cinco minutos en verla. Estaba ovillada en el suelo, al lado de los lavabos, en silencio, con el muñeco abrazado a su cuerpecillo, un abrazo desesperado. Le he dicho Esther, por dios, niña como te escondes así…parecía no oírme. La cogí por la barbilla y la obligué a levantar la cabeza. Tenía el rostro cubierto de lágrimas, los ojos hinchadísimos, sabe dios el tiempo que llevaría allí. Le he dicho que te pasa mi niña …y por fin me contestó…que quiero que mamá y papá vuelvan ya de una vez porque tengo miedo…

23 Abril 1984

He pedido una excedencia. No voy a trabajar hasta el curso próximo. Y la niña no va a volver tampoco hasta septiembre. He comprendido que necesita pasar conmigo todo el tiempo y voy a llevármela de viaje una temporada, necesita el cambio.

1 Mayo 1984

La niña parece agradecerme la nueva situación. Sigue emitiendo casi sólo monosílabos y sigo encontrándomela todas las noches recorriendo en silencio el pasillo con su inseparable compañero, pero ha empezado a comer más y parece ir comprendiendo la realidad, porque se para ante las fotos de sus padres y las mira mucho rato, a veces llora, a veces sonríe y acaricia levemente el cristal con sus deditos. Pero es bueno que llore, tiene que elaborar su duelo. Le he dicho que nos vamos a ir a pasar el verano al campo, a casa de mi hermana, que allí hay otros niños para jugar y que vamos a ir a la playa y a comer en la hierba. Me ha dicho “a mamá le gusta mucho la playa de Perbes, ¿vamos a ir allí?”

Me di cuenta de que estaba prácticamente a oscuras. Se había hecho de noche y yo seguía con en el suelo envuelta en mi abrigo de astracán. Cogí todos los diarios y los metí en una bolsa. No quería pasar la noche allí.

No quería recorrer a oscuras otra vez aquel pasillo de madrugada.


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