sábado, 16 de abril de 2011

más que mirarse (X)

El mensaje de Miguel la había desestabilizado, desconcertado, aplastado. Había respondido con un escueto “gracias, no sé, ya te daré un toque, la verdad es que no tengo mucho tiempo. Bsos”. Inmediatamente pensó que lo que necesitaba era un baño, caliente y relajante. Se acordó de La campana de cristal, en el que Silvia Plath describía a la perfección los efectos reparadores del agua caliente sobre el cuerpo y el espíritu. A Esther le pasaba lo mismo, siempre salía de la bañera con la dulce sensación de haber dejado marchar por el desagüe todos los sinsabores, las tensiones y las angustias… desintoxicación y pureza. Desconectó el timbre de ambos teléfonos. Se sirvió una copa de vino tinto y encendió las velas de colores que adornaban el borde la bañera. Eligió el CD “rollito zen” que utilizaba para estos menesteres y ajustó el volumen en consonancia con el ambiente de paz que deseaba crear. Se desnudó, echó la ropa en el cubo la colada y se recogió el cabello en un moño. Cuándo se sumergió simplemente decidió no pensar, no pensar en nada, sólo cerrar los ojos y quedarse allí hasta que su piel estuviese arrugada y enrojecida. Estuvo así más de una hora, hasta que la música dejó de sonar.
Se secó cuidadosamente con una gran toalla e inició el ritual de darse crema por todo el cuerpo, con estudiada y placentera parsimonia. Decidió fumarse un cigarrillo desnuda en la cocina mientras la crema se secaba.
Se sentía bien, había logrado el objetivo. Acabó de fumar y advirtió que tenía un hambre atroz. Esa mañana había encontrado en la tienda de la esquina unos tomates de bola hermosísimos, rojos y en el justo punto de maduración. Se vistió únicamente con un delantal y se dispuso a prepararse su célebre salsa de tomate, esa que a Ana le encantaba. Picó un calabacín, una cebolla roja, zanahoria y pollo. Dejó que el ajo se dorase lentamente en el aceite de oliva, desprendiendo toda su esencia y perfumando la cocina. Picó los tomates hasta que se hicieron puré y mezcló todo en la olla, al tiempo que removía con ternura una y otra vez la salsa, añadió la albahaca, la sal y la pimienta… la cucharadita de azúcar para matizar la acidez de los tomates. Dejó que todo se fuese cocinando a fuego muy lento. Mientras que la pasta hervía, fue al dormitorio y escogió una camiseta blanca de algodón de Hello Kitty y un pantalón corto. Se cepilló el pelo y se lo recogió en una coleta. Cuándo todo estuvo a punto, dispuso en una bandeja otra copa de vino, pan y un gran  plato de espaguetis y escogió Bright Star, la peli sobre Keats que llevaba semanas esperándola.
Decidió acostarse pronto y culminar su jornada de auto- homenaje leyendo en la cama, bien calentita y cómoda. La vieja edición de Ana Karenina, sustraída con nocturnidad y alevosía de la biblioteca de Orillamar en su adolescencia, la esperaba nuevamente, sabía que Esther volvía a ella una y otra vez, para descubrir, una y otra vez, nuevos tesoros entre sus páginas. Recordó las lecciones de Charo…todo está en los rusos, Esther, es imposible comprender la esencia de la literatura occidental contemporánea sin leer a los rusos…Ana Karenina no es sólo el paradigma de la mujer infiel, sus zozobras y sus culpas, es mucho más que eso, es el paradigma de la vida….al igual que Dovstoieski pone de relieve las miserias más íntimas e inconfesables del ser humano, ese lado oscuro e inquietante que en realidad todos llevamos dentro, todos somos un poco protagonistas de Crimen y Castigo, o podríamos serlo con circunstancias adversas…si quieres entender de verdad la Literatura, con mayúsculas, no puedes dejar de aprender las lecciones que nos han dejado los rusos, no puedes ignorar a Tolstoi, no debes conformarte sólo con leer Ana Karenina, tienes que entender su alma, empaparte de ella, sufrir con ella, volver a ella una y otra vez, tantas como sea necesario…”
Y Esther le había hecho caso, vaya si lo había hecho. Tanto que Ana era su libro de cabecera, ese  puerto seguro en el que siempre buscaba refugio.
Cuándo notó que el cansancio la vencía y le costaba mantener la concentración en la lectura, dejó el libro sobre la mesita y apagó la luz. Entonces, contra todo pronóstico, el Vicentín apareció súbitamente, ocupando su mente por completo. En un estado casi de inconsciencia, empezó a tocarse por debajo del pantalón.
 Iban en un coche, él conducía con una mano y la otra se alargaba para acariciar los pechos de ella bajo el ligero vestido de verano, sus dedos pellizcaban suavemente, como pequeños mordiscos…luego los introducía en la boca de Esther, humedeciéndolos y bajaba hasta el interior de sus piernas, se movían dentro de ella desatando la locura, todo era calor, humedad, fugaces y certeras corrientes eléctricas que la recorrían con furia de arriba abajo…le oía mascullar ya no aguanto más…pegaba un volantazo que desviaba el coche a un arcén oscuro e intransitado; con movimientos ágiles y dominantes la sentaba encima de él y ella empezaba a moverse muy despacio primero, para ir aumentado el ritmo a la par que crecía la excitación de él, que la aferraba del pelo con desesperación, besaba sus pechos y su boca alternativamente con una pasión feroz, descontrolada…
El último pensamiento consciente de Esther antes de dejarse arrastrar por un sueño dulce y satisfecho fue por fin…por fin…por fin
Durmió plácidamente toda la noche, como un bebé.
Por la mañana desechó los vaqueros y eligió un vestido de Desigual y sandalias romanas. Se puso rimel y lápiz y se sonrió ante el espejo. Estaba guapa.
Era sábado, así que decidió abrir un poco más tarde y desayunar en el café de al lado, con calma. Sobre las doce apareció Rafa. Entró con una sonrisa, un brillo en los ojos que a ella le hicieron verlos tan hermosos como nunca. Parecía saberlo todo, adivinar las fantasías nocturnas de Esther, porque, sin mediar palabra, sacó dos entradas y las  puso sobre el mostrador:

-Hacemos un trío?
-….cómo?? – ella sonrió, divertida
-Sidonie, están de gira presentando Hacemos un trío, el viernes en el Playa Club a las once…qué me dices? Te invito a unas tapas en la Barrera y luego nos vamos de concierto…
Tuvo que reprimir el impulso de saltar el mostrador, aferrarse a su cuello y besarlo. En  vez de eso, sonrió sin disimulo, una sonrisa abierta y sin ambages.
-claro…Sidonie…que gustazo….nos vamos de concierto…

Cuándo se quedó sola, reparó en la cita del calendario de Charo, que había trasladado de la mesa de su cocina al mostrador de la librería, y, más que reír, se rió como una loca varón urgente/ hembra repentina/ no pierdan más tiempo/ Quiéranse…

1 comentario:

  1. Geniales, he tenido que leer hoy los dos pero me leeria otros cuatro, son estupendos Euge ENHORABUENA!!!!!!!

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